"Un chico preguntó a sus padres: -¿Madre y padre, puedo ir a la selva a buscar leña? Sus padres le dieron permiso y el chico cogió un hacha y un canasto para llevar en su cabeza. Se adentró en la selva, y hacia el mediodía había recogido un montón de leña. La puso en el canasto y buscó una cuerda para atarla bien. Subió una gran colina y vio un lago a poca distancia. El chico pensó: "Tengo sed, iré a beber antes de coger la cuerda". Pero mientras estaba bebiendo se encontró cara a cara con un cocodrilo. Empezó a correr pero el cocodrilo lo llamó: -Niño, ayúdame, por favor. Hace tres días que estoy aquí sin comida. Si te vas, seguramente moriré. El cocodrilo se llamaba Bambo. Pensó que ese chico podría ser bueno para comer y le dijo: -Mi problema es similar a éste. ¿Sabes que el viento arrastra hojas secas por el suelo y las mete en un agujero? Y este mismo viento que las ha arrastrado hasta allí no podrá sacarlas de nuevo. Y las hojas tampoco podrán nunca salir por sí mismas. Pues lo mismo me pasa a mí. Vine a este lago desde el río, pero ahora el río se ha secado y no puedo regresar. Chico, debes ayudarme a regresar, si no seguro que moriré. El muchacho empezó a llorar, estaba preocupado por el cocodrilo y no quería que muriese. -No hay por qué llorar, chico -dijo Bambo- no voy a comerte. -¿Cómo voy a poder transportarte? Tú eres más grande que yo, y más fuerte que yo, y más largo que yo -preguntó el pequeño. -Ese no es ningún problema: coge tu hacha y corta dos largos palos -respondió Bambo. El chico siguió las instrucciones del cocodrilo. Cortó los palos y puso uno de ellos en el suelo, luego puso al cocodrilo encima. Luego puso el otro palo sobre la espalda del cocodrilo. Más tarde ató al cocodrilo desde la cabeza hasta la cola. Lo alzó un poco y lo arrastró hasta el río. Mientras, lloraba y cantaba: Oh, tengo miedo al cocodrilo, tengo miedo al cocodrilo. Tengo miedo porque me comerá. Bambo le dijo: -No voy a comerte. Si lo hiciera significaría que habría recompensado tu buena acción con malicia. Pero el chico continuó cantando su canción. Cuando finalmente llegaron al río, el muchacho quiso poner al cocodrilo de espaldas, pero Bambo dijo: -Si me dejas aquí de este modo no habrás mantenido tu promesa. Me has traído a través de toda la colina desde donde he estado sin comida durante tres días. Fuiste tú, chico, quien me salvó. Después de hacer tan buena acción, por favor, no me dejes así tan cerca del río. Por lo tanto, el chico introdujo al cocodrilo en el río, hasta que el agua le cubrió la cintura. -Un poco más, un poco más -imploró Bambo. -El agua me llega hasta la cintura -contestó el chico-. Además, no sé nadar. Si realmente deseas que la recompensa no se torne en malicia, deja que te suelte aquí mismo. -Por favor, muchacho, sólo un poco más lejos. El chico continuó unos cuantos pasos más, hasta que el agua le llegó al cuello. -Déjame soltarte aquí -rogó el muchacho. -De acuerdo -contestó Bambo. Lo soltó y luego desató las cuerdas desde la cabeza hasta la cola. Inmediatamente el cocodrilo se dio la vuelta y apresó con sus enormes garras al chico. Tres días de ayuno en el lago seco habían despertado un gran apetito en Bambo. -¿Cómo puedes hacer algo así? -gritó enfurecido y sollozando el chico-. Ya has olvidado tu promesa. -Bien. Debiste pensar que esa promesa no iba muy en serio. Después de todo, estaba atrapado en el lago; pero ahora, si te dejo escapar, no tendré comida. Es un poco desafortunado para ti, pero debes comprender mi situación -expuso Bambo. -Sabía que me comerías -replicó el chico-. Por esto he estado llorando todo el rato. Sabía que recompensarías mi buena acción con malicia. -Pero debo comerte -dijo Bambo- porque estoy hambriento. Y si te dejo escapar, nunca más encontraré una presa mejor. Había un árbol en la orilla del río. El chico dijo al cocodrilo: -Antes de comerme, podríamos exponer nuestro caso ante este árbol. Vamos a ver qué dice. Al cocodrilo le pareció bien y los dos expusieron sus historias al árbol. Cuando terminaron, el árbol sacudió sus ramas y habló: -Cocodrilo. -¡Sí! -exclamó Bambo. -Creo que esta vez tienes razón. Nosotros los árboles sabemos lo ingratos que pueden ser los humanos. Vienen y se sientan bajo nuestra sombra, y los protegemos del sol abrasador. Nosotros les proporcionamos medicamentos y los ayudamos a que llueva mucho para el bien de sus tierras. Pero tan pronto como somos grandes y fuertes, vienen y nos cortan para sus egoístas propósitos. Son locos y desagradecidos. Cocodrilo, coge entonces tu presa -sentenció solemne el árbol. Bambo quedó encantado con lo que el árbol había dicho. -Ya lo has oído -dijo- es cierto que puedo comerte. Todo el mundo sabe lo ingratos que son los humanos. El chico empezó a cantar esta canción: Oh, tengo miedo al cocodrilo, tengo miedo al cocodrilo. Tengo miedo porque me comerá. Justo en ese momento, una vaca venía de beber del río. El chico le dijo al cocodrilo: -Podríamos exponer nuestro caso a esta vaca también. Estoy seguro de que ella no estaría de acuerdo con el árbol. Deja que veamos lo que ella nos tiene que decir. Bambo estuvo de acuerdo y llamaron a la vaca, que ya había terminado de beber. Cuando ambos terminaron de contar su historia la vaca levantó la cabeza y dijo: -Cocodrilo. -¿Si? -preguntó Bambo. -Puedes comértelo. Los humanos son las criaturas más ingratas que existen. Mientras era joven y los humanos podían beber mi leche, me daban comida y agua, pero ahora que soy vieja y mi leche se ha secado me han abandonado y no me dan ni siquiera agua para beber. Tú mismo has podido ver el largo camino que he recorrido sólo para beber. Por lo tanto, cocodrilo, creo que tienes razón. Puedes comerte a tu presa -sentenció la vaca. El chico empezó a cantar su canción de nuevo. Oh, tengo miedo al cocodrilo, tengo miedo al cocodrilo. Tengo miedo porque me comerá. El chico cantaba y el cocodrilo se disponía a comérselo cuando un asno se acercó al río para beber. -Espera -reclamó el chico-. Deja que contemos nuestras historias al asno. -¡Chico! -gritó enfurecido Bambo- No importa lo que él diga, te voy a comer de todos modos. -Aun así deja que escuchemos lo que él tiene que decir -rogó el joven. El asno bebió hasta que tuvo lleno el estómago, y entonces ambos le contaron sus historias. Después de escuchar atentamente, dijo: -¡Cocodrilo! -¿Sí? -replicó Bambo. -Cuando yo era joven los humanos ponían sobre mí todo tipo de cargas, pero ahora soy viejo y casi no puedo cargar ni conmigo mismo, por esta razón me han abandonado. Dejaron de darme hierba para comer y me negaron incluso el agua para beber. Los humanos son los seres más ingratos de este mundo. Puedes comértelo -sentenció el asno. -¡Ah! -exclamó Bambo-. No pienso dejarte libre, no hay nada que te pueda salvar. Pero antes de que pudiera comérselo, un conejo pasó corriendo hacia el río. -Contemos también nuestra historia al conejo -suplicó de nuevo el muchacho. -¡Chico! Tengo hambre y empiezo a estar aburrido de este juego -exclamó el cocodrilo. -¡Oh! ¡Por favor! Sólo una vez más -insistió el chico. -De acuerdo, pero el conejo va a ser el último al que vamos a consultar. Cuando el conejo hubo bebido hasta tener lleno su estómago, los miró y les preguntó qué ocurría. El cocodrilo le contó lo que venía al caso. El chico empezó a contar sus razones, pero el conejo de repente lo interrumpió. -¡Cállate! He oído hablar de ti. Todo el mundo aquí sabe lo testarudo que eres. Que hable primero el cocodrilo. En medio de las explicaciones se giró hacia el cocodrilo y le dijo: -Perdona. Mis orejas son muy grandes pero no oigo muy bien. ¿Podrías acercarte a mí un poco más? El cocodrilo y el chico se acercaron al conejo. El nivel del agua bajó hasta el pecho del muchacho. El cocodrilo volvió a contar su historia y cuando terminó, el conejo dijo: -Cocodrilo, aún no puedo oírte. Por favor acércate hasta la orilla. No te preocupes, es seguro. No veo ninguna posibilidad de que este chico pueda escapar de ti. El chico y el cocodrilo así lo hicieron. -Ahora -dijo el conejo- podrían contarme una vez más sus historias. El cocodrilo explicó su versión y después dejó que el muchacho contara la suya. Cuando terminaron el conejo dijo. -Chico, eres un mentiroso. Eres tan pequeño y el cocodrilo tan grande que no hay ninguna posibilidad de que puedas cargar con el cocodrilo desde la colina hasta aquí. Si esto es posible , déjame ver cómo lo haces. El cocodrilo desconfiaba, pero el conejo lo calmó: -Acérquense y salgan del agua, te prometo que pronto vas a comértelo. El chico cogió dos largos palos, puso al cocodrilo encima de uno de ellos y el otro sobre su lomo. Después lo ató desde la cabeza hasta la cola. ¡El cocodrilo estaba atrapado! No podía moverse. Entonces el conejo preguntó al muchacho: -¿Le gusta la carne de cocodrilo a tu gente? -Es la única carne que les gusta. -Bien, entonces aquí tienes tu presa -dijo el conejo. El chico cargó con el cocodrilo y lo llevó hasta su casa. Mientras tanto el cocodrilo cantaba: Oh, tengo miedo al chico tengo miedo al chico. Tengo miedo porque me comerá. Cuando su gente lo vio llegar con el cocodrilo atado entre dos palos, empezaron a gritar: -¡Miren!¡Nuestro muchacho se fue a buscar leña y trae un cocodrilo! -Esto no es todo -dijo el chico- también hay un conejo entre los matorrales. Tenemos que ir a cazarlo. Todos los niños siguieron al chico y llevaron a sus perros. El conejo, al oír tanto ruido, se dijo: "Debo marcharme de este lugar y ocultarme, los humanos son los seres más ingratos que existen". Los niños lo buscaron por todas partes pero no lo pudieron encontrar. Cuando finalmente desistieron y estaban volviendo a casa, el conejo llamó al muchacho y le dijo. -Lo que dijeron el árbol, la vaca y el asno sobre los seres humanos es totalmente cierto. Fui yo, el conejo, quien te salvó la vida, y ahora tú quieres comerme del mismo modo como el cocodrilo quería comerte. No quiero saber nada de ti. Se dice que por esta razón los conejos corren tan rápido cuando ven a un ser humano. Antes de que esto sucediera, si alguien se perdía en la selva, un conejo siempre salía para indicarle el camino de regreso".
Anónimo Africano
"El Tzu Puh Yu refiere que en la profundidad de las minas viven los ciervos celestiales. Estos animales fantásticos quieren salir a la superficie y para ello buscan el auxilio de los mineros. Prometen guiarlos hasta las vetas de metales preciosos; cuando el ardid fracasa, los ciervos hostigan a los mineros y estos acaban por reducirlos, emparedándolos en las galerías y fijándolos con arcilla. A veces los ciervos son más y entonces torturan a los mineros y les acarrean la muerte. Los ciervos que logran emerger a la luz del día se convierten en un líquido fétido, que difunde la pestilencia".
Anónimo Chino
"Tajar era alcantarillero y, dada su profesión, pasaba gran parte de su tiempo en medio de olores de excrementos y putrefacción. Sin embargo, se había acostumbrado y tales hedores le resultaban familiares y en absoluto desagradables. Formaban parte de su trabajo diario. Sin embargo, un buen día, abrieron una nueva perfumería en su barrio, y al pasar por delante del establecimiento, Tajar sintió curiosidad al oler unos aromas tan distintos a los que habitualmente percibía. Una vez dentro, asombrado ante todas las desconocidas fragancias, aspiró profundamente para captarlas mejor, pero en ese momento su cuerpo se puso rígido y Tajar perdió el conocimiento por completo, cayendo al suelo desmayado. Los comerciantes de la perfumería avisaron a los vecinos y muy pronto se presentó en la tienda el hermano de Tajar, provisto, para la sorpresa de todos, de una cajita con excrementos. Una vez ante Tajar abrió la caja y se la acercó a la nariz. Unos segundos después, Tajar se despertó admirado de encontrarse en el suelo y rodeado de sus compungidos vecinos y familiares".
Anónimo Sufí
"Osiris era el hijo mayor de Nut, la diosa del Cielo, y de Gueb, el dios de la Tierra. Se dice que fue el primer rey de Egipto, hasta el día en que la desgracia cayó sobre él. Seth envidiaba a Osiris, su hermano. Durante una fiesta retó a los invitados a que entrasen en un cofre. Osiris se introdujo en él y la tapa se cerró... ¡Osiris cayó en su trampa! Y Seth hizo tirar el cofre al Nilo y se apoderó del trono. Isis, la mujer de Osiris, encontró el cadáver de su esposo y lo escondió. Pero el malvado Seth se apoderó de él, cortándolo esta vez en catorce pedazos, que esparció en la corriente del Nilo. Tras una larga búsqueda, la diosa hechicera Isis recuperó los pedazos y pacientemente los unió. Con la ayuda de Anubis, el dios de los embalsamadores, le devolvió la vida a Osiris, que se convirtió en el dios de los muertos en el Más Allá. ¡Isis jamás volvió a reunirse con su esposo en la tierra! Sin embargo, hubo venganza. Su hijo Horus, el dios con cabeza de halcón, se enfrentó a Seth en terrible combate, venciendo y reconquistando el reino de su padre".
Anónimo Egipcio
"Sentada en el rincón de la chimenea, la anciana suspiraba quedamente mientras revolvía la sopa: nunca se había sentido tan triste. Muchos, muchos años habían pasado y habían dejado el peso de los inviernos sobre sus hombros y habían encanecido sus cabellos sin traerle siquiera un hijito. Tanto a ella como a su viejo y querido esposo les apenaba su falta, porque fuera había muchos niños jugando en la nieve. Les resultaba duro aceptar que ninguno fuera en verdad el suyo. Pero, ¡ay!, ahora ya no les quedaban esperanzas de obtener tal bendición. No verían nunca un gorrito de piel colgado de la repisa de la chimenea, ni dos zapatillas secándose junto al fuego. El anciano trajo un haz de leña y se sentó. Luego, mientras oía a los niños reírse y batir palmas, miró por la ventana. Allí estaban, bailando alegremente alrededor del muñeco de nieve que acababan de hacer. Se sonrió al ver el evidente parecido que el muñeco tenía con el alcalde del pueblo, tan gordo y pomposo era. -Mira, Marusha -le dijo a su mujer-. Ven a ver el muñeco que han hecho. Juntos ante la ventana, se rieron al ver cuánto se divertían los niños. De repente, el anciano se volvió hacia Marusha con una brillante idea. -Salgamos a ver si nosotros también podemos hacer un muñequito de nieve. Pero la anciana se rió de él. -¿Qué dirían los vecinos? Se burlarían de nosotros, seríamos el hazmerreír del pueblo. Ya somos demasiado viejos para jugar como niños. -Sólo uno pequeño, Marusha, solamente un muñeco pequeñín. Yo me ocuparé de que nadie nos vea. -De acuerdo, de acuerdo –dijo ella riéndose-, haremos lo que quieras, Youshko, como siempre. Dicho esto, apartó la olla del fuego, se puso un gorro y salieron. Al pasar junto a los niños, se detuvieron y se quedaron jugando un momento con ellos, porque ahora ellos también se sentían casi como niños. Luego avanzaron con dificultad por la nieve hasta llegar a un bosquecillo; y, detrás de él, allí donde la nieve era blanca y hermosa y nadie podía verlos, se sentaron a hacer el muñeco. Youshko se empeñó en que debía ser muy pequeño y su mujer estuvo de acuerdo en que debía tener casi el tamaño de un recién nacido. Arrodillados en la nieve, modelaron el cuerpecito en un abrir y cerrar de ojos. Ahora únicamente les faltaba la cabeza para finalizar. Dos gordas bolas de nieve formaron las mejillas y el rostro, y una muy grande la cabeza. Luego colocaron un puñado para la nariz e hicieron dos agujeros, uno a cada lado, a modo de ojos. No bien estuvo terminado, retrocedieron para mirarlo, riéndose y aplaudiendo como dos niños. De pronto, se detuvieron. ¿Qué había ocurrido? ¡Algo muy extraño, por cierto! Allí donde estaban los agujeros, vieron dos melancólicos ojos azules que les miraban. Luego, el rostro del pequeño muñeco dejó de ser blanco. Las mejillas se volvieron redondas, tersas y brillantes, y dos labios rosados comenzaron a sonreírles. Un soplo de viento barrió la nieve de la cabeza, transformándola en unos bucles muy rubios que escapaban de un blanco gorro de piel y caían sobre sus hombros. Al mismo tiempo, un poco de nieve, resbalando por el cuerpecito, cayó y tomó la forma de una bonita prenda blanca. Luego, de repente y antes de que pudieran reaccionar, el muñeco se había convertido en la más bella niñita que jamás hubieran visto. Se miraron el uno al otro de soslayo e, incrédulos, se rascaron la cabeza. Pero aquello era tan real como la vida misma. Allí ante ellos estaba de pie la niña, toda de rosa y blanco. Estaba viva de verdad, pues corrió hacia ellos. Y cuando se agacharon para alzarla, puso un brazo alrededor del cuello de la anciana y con el otro cogió el del anciano y les dio a cada uno un beso y un abrazo. Rieron y lloraron de felicidad y, luego, recordando súbitamente cuán reales pueden parecer algunos sueños, se pellizcaron el uno al otro. Aun así no se creyeron seguros, pues los pellizcos podían ser parte del sueño. Y, ante el temor de despertarse y que se rompiera el encanto, arroparon rápidamente a la pequeña y emprendieron el regreso a casa. Por el camino encontraron a los niños, que todavía jugaban con su muñeco; las bolas de nieve que les lanzaron por detrás eran muy reales, pero, aun así, también podían haber sido parte del sueño. Aunque cuando estuvieron dentro de la casa y vieron la chimenea, la olla de sopa junto al fuego, el haz de leña a un costado y todo tal cual lo habían dejado, se miraron con lágrimas en los ojos y ya no volvieron a temer que todo aquello fuera un sueño. De pronto, allí estaban el gorrito blanco de piel colgando de la repisa de la chimenea y los zapatitos secándose al calor del fuego, mientras la anciana cogía a la niña en su regazo y le cantaba suavemente una nana. El anciano puso la mano sobre el hombro de su esposa y ella alzó la vista. -¡Marusha! -¡Youshko! -¡Al fin tenemos una niñita! La sacamos de la nieve, así que la llamaremos Snegorotchka. La anciana asintió con la cabeza y luego se besaron. Cuando terminaron de cenar se fueron a la cama seguros de que, por la mañana temprano, encontrarían a la niña todavía con ellos. Y no se equivocaron. Allí estaba, de pie entre los dos, parloteando y riéndose. Pero había crecido y su cabello era ahora dos veces más largo que la noche anterior. Cuando ella los llamó «papá» y «mamá», sintieron un placer tan grande como si fueran jóvenes y estuvieran bailando ágilmente; pero, en lugar de bailar, se abrazaron y lloraron de alegría. Aquel día lo celebraron con un gran banquete. Marusha estuvo ocupada toda la mañana cocinando todo tipo de delicias, mientras su marido daba vueltas por el pueblo para reunir a los violinistas. Todos los niños y las niñas del lugar fueron invitados; comieron, cantaron, bailaron y se divirtieron hasta el amanecer. Mientras volvían a casa, las niñas hablaban de lo bien que lo habían pasado, pero los niños estaban muy silenciosos; pensaban en la bella Snegorotchka, con sus ojos azules y sus dorados cabellos. Después de aquel día la pequeña de Marusha y Youshko jugó con los otros niños y les enseñaba cómo hacer castillos y palacios de nieve con salones de mármol, tronos y hermosas fuentes. Parecía que con la nieve y sus finos dedos podía hacer todo lo que quisiera, como si se construyese ella misma. Todos estaban encantados, y, sobre todo, cuando les enseñaba cómo bailaban los copos de nieve, primero con enérgicos remolinos y luego suave y delicadamente, ninguno podía pensar en ninguna otra cosa que en la Niña de Nieve. Era la pequeña reina mágica de los niños, la alegría de los mayores y la luz de las vidas de Marusha y Youshko. Pero ya se iban terminando los meses de invierno. Con pasos suaves y firmes se retiraban de las cumbres de las montañas y se perdían detrás del horizonte. La tierra comenzaba a cubrirse de verde, los árboles vestían su desnudez y los pájaros del año anterior cantaban las canciones de este año. Las flores tempranas derramaban su aroma en la brisa y una ráfaga de aire cálido acariciaba las mejillas y alentaba una grata promesa en el aire. Los bosques, los prados y las fuentes estaban inquietos y conmovidos y un nuevo espíritu todo lo envolvía: Era como si la Primavera, amarrada durante el largo invierno, quisiese pegar el estirón definitivo para poder expandirse libre. Una tarde, Marusha, sentada en el rincón de la chimenea, mientras revolvía la sopa, cantaba una canción, pues nunca se había sentido tan llena de felicidad. El anciano Youshko acababa de traer un haz de leña que dejó en el suelo. Todo parecía igual que aquella tarde de invierno cuando vieron a los niños bailando alrededor del muñeco de nieve; pero lo que hacía que ahora todo fuera diferente era Snegorotchka, la luz de sus ojos, que, sentada junto a la ventana, contemplaba la verde hierba y el follaje de los árboles. Youshko, que la estaba mirando, se dio cuenta de que su rostro estaba pálido y sus ojos tenían un tono menos azul de lo habitual. -¿No te sientes bien, pequeña? -le preguntó. -No, padre -respondió con tristeza-. ¡Ay, añoro tanto la blanca nieve! La hierba verde no es ni la mitad de bonita. Me gustaría que la nieve llegase otra vez. -Pues ¡claro que sí! La nieve llegará nuevamente -contestó el anciano-. ¿Acaso no te gustan las hojas de los árboles y las flores? -No son tan bonitas como la pura nieve blanca -y la niña tembló. Al día siguiente ella tenía un aspecto tan triste y estaba tan pálida que sus padres se asustaron y se dirigieron una mirada de inquietud. -¿Qué le pasa a la niña? -dijo Marusha. Youshko movió la cabeza mirando alternativamente a Snegorotchka y al fuego. -Hija mía -dijo al fin-, ¿Por qué no sales a jugar con los demás niños? Están todos divirtiéndose en el bosque; pero he notado que ahora nunca juegas con ellos. ¿Por qué, querida mía? -Padre, no lo sé, pero mi corazón parece que se convierte en agua cuando el suave y tibio viento me trae el perfume de las flores. -Nosotros iremos contigo, hija mía -dijo el anciano-, pondré mi brazo sobre ti y te protegeré del viento. Ven, te mostraremos todas las bellas flores del campo, te diremos sus nombres y tú acabarás amándolas.. Marusha retiró la olla del fuego y los tres juntos salieron de casa. Youshko rodeó a la niña con su brazo para protegerla del viento, pero no habían ido muy lejos cuando el cálido perfume de las flores llegó hasta ellos flotando en la brisa, y la Niña de Nieve tembló como una hoja. Los ancianos la besaron y consolaron y se dirigieron al campo, al lugar donde crecían las flores más bonitas. De repente, mientras atravesaban un bosquecillo de grandes árboles, un brillante rayo de sol se cruzó como un dardo y Snegorotchka se puso la mano sobre los ojos y lanzó un grito de dolor. Se detuvieron y la miraron. Por un momento, mientras se desmayaba en brazos del anciano, sus ojos se encontraron con los suyos. Y por su rostro se deslizaban lágrimas que, al caer, brillaban a la luz del sol. Y comenzó a volverse más y más pequeña, hasta que al fin todo lo que quedó de Snegorotchka -Niña de Nieve, Nievecita- era una gota de rocío brillando sobre la hierba, una lágrima que había caído en la corola de una flor. Youshko la recogió con delicadez y, sin decir palabra, se la ofreció a Marusha. En ese preciso momento los dos ancianos, Marusha y Youshko, comprendieron que su pequeña y querida niña estaba hecha simplemente de nieve y se había derretido al calor del sol".
Anónimo Ucraniano
"Una mujer joven llamada Yun Ok fue un día a la casa de un ermitaño de la montaña en busca de ayuda. El ermitaño era un sabio de gran renombre, hacedor de ensalmos y pociones mágicas. Cuando Yun Ok entró en su casa, el ermitaño, sin levantar los ojos de la chimenea que estaba mirando, dijo: -¿Por qué viniste? Yun Ok respondió: -Oh, Sabio Famoso, ¡estoy desesperada! ¡Hazme una poción! -Sí, sí, ¡hazme una poción! -exclamó el ermitaño-. ¡Todos necesitan pociones! ¿Podemos curar un mundo enfermo con una poción? -Maestro -insistió Yun Ok-, si no me ayudas, estaré verdaderamente perdida. -Bueno, ¿cuál es tu problema? -dijo el ermitaño, resignado por fin a escucharla. -Se trata de mi marido -comenzó Yun Ok-. Tengo un gran amor por él. Durante los últimos tres años ha estado peleando en la guerra. Ahora que ha vuelto, casi no me habla, a mí ni a nadie. Si yo hablo, no parece oír. Cuando habla, lo hace con aspereza. Si le sirvo comida que no le gusta, le da un manotazo y se va enojado de la habitación. A veces, cuando debería estar trabajando en el campo de arroz, lo veo sentado ociosamente en la cima de la montaña, mirando hacia el mar. -Si, así ocurre a veces cuando los jóvenes vuelven a su casa después de la guerra -dijo el ermitaño-. Prosigue. -No hay nada más que decir, Ilustrado. Quiero una poción para darle a mi marido, así se volverá cariñoso y amable, como era antes. -!Ja! Tan simple, ¿no? -replicó el ermitaño-. ¡Una poción! Muy bien, vuelve en tres días y te diré qué nos hará falta para esa poción. Tres días más tarde, Yun Ok volvió a la casa del sabio de la montaña. -Lo he pensado -le dijo-. Puedo hacer tu poción. Pero el ingrediente principal es el bigote de un tigre vivo. Tráeme su bigote y te daré lo que necesitas. -¡El bigote de un tigre vivo! -exclamó Yun Ok-. ¿Cómo haré para conseguirlo? -Si esa poción es tan importante, obtendrás éxito -dijo el ermitaño. Y apartó la cabeza, sin más deseos de hablar. Yun Ok se marchó a su casa. Pensó mucho en cómo conseguiría el bigote del tigre. Hasta que una noche, cuando su marido estaba dormido, salió de su casa con un plato de arroz y salsa de carne en la mano. Fue al lugar de la montaña donde sabía que vivía el tigre. Manteniéndose alejada de su cueva, extendió el plato de comida, llamando al tigre para que viniera a comer. El tigre no vino. A la noche siguiente Yun Ok volvió a la montaña, esta vez un poco más cerca de la cueva. De nuevo ofreció al tigre un plato de comida. Todas las noches Yun Ok fue a la montaña, acercándose cada vez más a la cueva, unos pasos más que la noche anterior. Poco a poco el tigre se acostumbró a verla allí. Una noche, Yun Ok se acercó a pocos pasos de la cueva del tigre. Esta vez el animal dio unos pasos hacia ella y se detuvo. Los dos quedaron mirándose bajo la luna. Lo mismo ocurrió a la noche siguiente, y esta vez estaban tan cerca que Yun Ok pudo hablar al tigre con una voz suave y tranquilizadora. La noche siguiente, después de mirar con cuidado los ojos de Yun Ok, el tigre comió los alimentos que ella le ofrecía. Después de eso, cuando Yun Ok iba por las noches, encontraba al tigre esperándola en el camino. Cuando el tigre había comido, Yun Ok podía acariciarle suavemente la cabeza con la mano. Casi seis meses habían pasado desde la noche de su primera visita. Al final, una noche, después de acariciar la cabeza del animal, Yun Ok dijo: -Oh, Tigre, animal generoso, es preciso que tenga uno de tus bigotes. ¡No te enojes conmigo! Y le arrancó uno de los bigotes. El tigre no se enojó, como ella temía. Yun Ok bajó por el camino, no caminando sino corriendo, con el bigote aferrado fuertemente en la mano. A la mañana siguiente, cuando el sol asomaba desde el mar, ya estaba en la casa del ermitaño de la montaña. -¡Oh, Famoso! -gritó-. ¡Lo tengo! ¡Tengo el bigote del tigre! Ahora puedes hacer la poción que me prometiste para que mi marido vuelva a ser cariñoso y amable. El ermitaño tomó el bigote y lo examinó. Satisfecho, pues realmente era de tigre, se inclinó hacia adelante y lo dejó caer en el fuego que ardía en su chimenea. -¡Oh señor! -gritó la joven mujer, angustiada- ¡Qué hiciste con el bigote! -Dime como lo conseguiste -dijo el ermitaño. -Bueno, fui a la montaña todas las noches con un plato de comida. Al principio me mantuve lejos, y me fui acercando poco cada vez, ganando la confianza del tigre. Le hablé con voz cariñosa y tranquilizadora para hacerle entender que sólo deseaba su bien. Fui paciente. Todas las noches le llevaba comida, sabiendo que no comería. Pero no cedí. Fui una y otra vez. Nunca le hablé con aspereza. Nunca le hice reproches. Y por fin, una noche dio unos pasos hacia mí. Llegó un momento en que me esperaba en el camino y comía del plato que yo llevaba en las manos. Le acariciaba la cabeza y él hacía sonidos de alegría con la garganta. Sólo después de eso le saqué el bigote. -Sí, sí -dijo el ermitaño-, domaste al tigre y te ganaste su confianza y su amor. -Pero tú arrojaste el bigote al fuego -exclamó Yun Ok llorando-. ¡Todo fue para nada! -No, no me parece que todo haya sido para nada -repuso el ermitaño-. Ya no hace falta el bigote. Yun Ok, déjame que te pregunte algo: ¿es acaso un hombre más cruel que un tigre? ¿Responde menos al cariño y a la comprensión? Si puedes ganar con cariño y paciencia el amor y la confianza de un animal salvaje y sediento de sangre, sin duda puedes hacer lo mismo con tu marido. Al oír esto, Yun Ok permaneció muda unos momentos. Luego avanzó por el camino reflexionando sobre la verdad que había aprendido en casa del ermitaño de la montaña".
Anónimo Coreano
"Un tigre apresó a un zorro.-A mí no me puedes comer -dijo el zorro-. El Emperador del Cielo me designó rey de todos los animales. Si me comes, el Emperador te castigará por desobedecer sus órdenes. Y si no me crees, ven conmigo. Verás cómo todos los animales huyen apenas me ven y nadie se acerca.El tigre accedió a acompañarlo y apenas los otros animales los veían llegar, escapaban. El tigre creyó que temían al zorro y no se daba cuenta que escapaban por él".
Anónimo Chino