El Recolector de Historias

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lunes, 10 de agosto de 2009

"El Árbol de la Colina"

"Al sureste de Hampden, cerca de la tortuosa garganta que excava el río Salmón, se extiende una cadena de colinas escarpadas y rocosas que han desafiado cualquier intento de colonización. Los cañones son demasiado profundos, los precipicios demasiado escarpados como para que nadie, excepto el ganado trashumante, visite el lugar.
La última vez que me acerqué a Hampden la región -conocida como el infierno- formaba parte de la Reserva del Bosque de la Montaña Azul. Ninguna carretera comunica este lugar inaccesible con el mundo exterior, y los montañeses dicen que es un trozo del jardín de Su Majestad Satán transplantado a la Tierra. Una leyenda local asegura que la zona está hechizada, aunque nadie sabe exactamente el porqué. Los lugareños no se atreven a aventurarse en sus misteriosas profundidades, y dan crédito a las historias que cuentan los indios, antiguos moradores de la región desde hace incontables generaciones, acerca de unos demonios gigantes venidos del Exterior que habitaban en estos parajes.
Estas sugerentes leyendas estimularon mi curiosidad. La primera y, ¡gracias a Dios!, última vez que visité aquellas colinas tuvo lugar en el verano de 1938, cuando vivía en Hampden con Constantine Theunis. Él estaba escribiendo un tratado sobre la mitología egipcia, por lo que yo me encontraba solo la mayoría del tiempo, a pesar de que ambos compartíamos un pequeño apartamento en la Calle Beacon que miraba a la infame Casa del Pirata, construida por Exer Jones hacía sesenta años.
La mañana del 23 de junio me sorprendió caminando por aquellas siniestras y tenebrosas colinas que a aquellas horas, las siete de la mañana, parecían bastante ordinarias. Me alejé siete millas hacia el sur de Hampden y entonces ocurrió algo inesperado. Estaba escalando por una pendiente herbosa que se abría sobre un cañón particularmente profundo, cuando llegué a una zona que se hallaba totalmente desprovista de la hierba y vegetación propia de la zona. Se extendía hacia el sur, y pensé que se había producido algún incendio, pero, después de un examen más minucioso, no encontré ningún resto del posible fuego. Los acantilados y precipicios cercanos parecían horriblemente chamuscados, como si alguna gigantesca antorcha los hubiese barrido, haciendo desaparecer toda su vegetación. Y aun así seguía sin encontrar ninguna evidencia de que se hubiese producido un incendio... Caminaba sobre un suelo rocoso y sólido sobre el que nada florecía.
Mientras intentaba descubrir el núcleo central de esta zona desolada, me di cuenta de que en el lugar había un extraño silencio. No se veía ningún ave, ninguna liebre, incluso los insectos parecían rehuir la zona. Me encaramé a la cima de un pequeño montículo, intentando calibrar la extensión de aquel paraje inexplicable y triste. Entonces vi el árbol solitario.
Se hallaba en una colina un poco más alta que las circundantes, de tal forma que enseguida lo descubrí, pues contrastaba con la soledad del lugar. No había visto ningún árbol en varias millas a la redonda: algún arbusto retorcido, cargado de bayas, que crecía encaramado a la roca, pero ningún árbol. Era muy extraño descubrir uno precisamente en la cima de la colina.
Atravesé dos pequeños cañones antes de llegar al sitio; me esperaba una sorpresa. No era un pino, ni un abeto, ni un almez. Jamás había visto, en toda mi existencia, algo que se le pareciera; ¡y, gracias a Dios, jamás he vuelto a ver uno igual! Se parecía a un roble más que a cualquier otro tipo de árbol. Era enorme, con un tronco nudoso que media más de un metro de diámetro y unas inmensas ramas que sobresalían del tronco a tan sólo unos pies del suelo. Las hojas tenían forma redondeada y todas tenían un curioso parecido entre sí. Podría parecer un lienzo, pero juro que era real. Siempre supe que era, a pesar de lo que dijo Theunis después.
Recuerdo que miré la posición del sol y decidí que eran aproximadamente las diez de la mañana, a pesar de no mirar mi reloj. El día era cada vez más caluroso, por lo que me senté un rato bajo la sombra del inmenso árbol. Entonces me di cuenta de la hierba que crecía bajo las ramas. Otro fenómeno singular si tenemos en cuenta la desolada extensión de tierra que había atravesado. Una caótica formación de colinas, gargantas y barrancos me rodeaba por todos sitios, aunque la elevación donde me encontraba era la más alta en varias millas a la redonda.
Miré el horizonte hacia el este, y, asombrado, atónito, no pude evitar dar un brinco. ¡Destacándose contra el horizonte azul sobresalían las Montañas Bitterroot! No existía ninguna otra cadena de picos nevados en trescientos kilómetros a la redonda de Hampden; pero yo sabía que, a esta altitud, no debería verlas. Durante varios minutos contemplé lo imposible; después comencé a sentir una especie de modorra.
Me tumbé en la hierba que crecía bajo el árbol. Dejé mi cámara de fotos a un lado, me quité el sombrero y me relajé, mirando al cielo a través de las hojas verdes. Cerré los ojos. Entonces se produjo un fenómeno muy curioso, una especie de visión vaga y nebulosa, un sueño diurno, una ensoñación que no se asemejaba a nada familiar. Imaginé que contemplaba un gran templo sobre un mar de cieno, en el que brillaba el reflejo rojizo de tres pálidos soles. La enorme cripta, o templo, tenía un extraño color, medio violeta medio azul. Grandes bestias voladoras surcaban el nuboso cielo y yo creía sentir el aletear de sus membranosas alas. Me acerqué al templo de piedra, y un portalón enorme se dibujó delante de mí. En su interior, unas sombras escurridizas parecían precipitarse, espiarme, atraerme a las entrañas de aquella tenebrosa oscuridad. Creí ver tres ojos llameantes en las tinieblas de un corredor secundario, y grité lleno de pánico.
Sabía que en las profundidades de aquel lugar acechaba la destrucción; un infierno viviente peor que la muerte. Grité de nuevo. La visión desapareció. Vi las hojas y el cielo terrestre sobre mí. Hice un esfuerzo para levantarme. Temblaba; un sudor gélido corría por mi frente. Tuve unas ganas locas de huir; correr ciegamente alejándome de aquel tétrico árbol sobre la colina; pero deseché estos temores absurdos y me senté, tratando de tranquilizar mis sentidos. Jamás había tenido un sueño tan vívido, tan horripilante. ¿Qué había producido esta visión? Últimamente había leído varios de los libros de Theunis sobre el antiguo Egipto... Meneé la cabeza y decidí que era hora de comer algo. Sin embargo, no pude disfrutar de la comida. Entonces tuve una idea.
Saqué varias instantáneas del árbol para mostrárselas a Theunis, seguro de que las fotos lo sacarían de su habitual estado de indiferencia. A lo mejor le contaba el sueño que había tenido... Abrí el objetivo de mi cámara y tomé media docena de instantáneas del árbol. También hice otra de la cadena de picos nevados que se extendía en el horizonte. Pretendía volver y las fotos podrían servir de ayuda... Guardé la cámara y volví a sentarme sobre la suave hierba. ¿Era posible que aquel lugar bajo el árbol estuviera hechizado?
Sentía pocas ganas de irme... Miré las curiosas hojas redondeadas. Cerré los ojos. Una suave brisa meció las ramas del árbol, produciendo musicales murmullos que me arrullaban. Y, de repente vi de nuevo el pálido cielo rojizo y los tres soles. ¡Las tierras de las tres sombras! Otra vez contemplaba el enorme templo. Era como si flotase en el aire, ¡un espíritu sin cuerpo explorando las maravillas de un mundo loco y multidimensional! Las cornisas inexplicables del templo me aterrorizaban, y supe que aquel lugar no había sido jamás contemplado ni en los más locos sueños de los hombres. De nuevo aquel inmenso portalón bostezó delante de mí; y yo era atraído hacia las tinieblas del interior. Era como si mirase el espacio ilimitado. Vi el abismo, algo que no puedo describir en palabras; un pozo negro, sin fondo, lleno de seres innominables y sin forma, cosas delirantes, salvajes, tan sutiles como la bruma de Shamballah. Mi alma se encogió. Tenía un pánico devastador. Grité salvajemente, creyendo que pronto me volvería loco. Corrí, dentro del sueño corrí preso de un miedo salvaje, aunque no sabía hacia dónde iba... Salí de aquel horrible templo y de aquel abismo infernal, aunque sabía, de alguna manera, que volvería...
Por fin pude abrir los ojos. Ya no estaba bajo el árbol. Yacía, con las ropas desordenadas y sucias, en una ladera rocosa. Me sangraban las manos. Me erguí, mirando a mi alrededor. Reconocí dónde me hallaba: ¡era el mismo sitio desde donde había contemplado por primera vez toda aquella requemada región! ¡Había estado caminando varias millas inconsciente! No vi aquel árbol, lo cual me alegró... incluso las perneras del pantalón estaban vueltas, como si me hubiese estado arrastrando parte del camino... Observé la posición del sol. ¡Atardecía! ¿Dónde había estado? Miré la hora en el reloj. Se había parado a las 10:34..."


H.P Lovecraft

domingo, 9 de agosto de 2009

"Turno de Noche"

"Por primera vez a Nathan le tocaba el turno de noche vigilando el matadero. Su turno empezaba a las diez de la noche y acababa a las seis. Tras despedirse de Jake, y intercambiar varios comentarios jocosos y risas, se quedo de nuevo solo. Era viernes y como cada viernes desde hacia unos meses, no se mataba a ningún animal en el lugar. Llegada la medianoche decidió hacer una ronda por el recinto para tomar las temperaturas de las cámaras frigoríficas, cogió la tablilla, la linterna, cerro la garita con llave y se interno en el edificio. Tras cruzar un pasillo encendió la linterna, cruzo la sala de despiece, y al doblar la esquina y caminar varios pasos, un escalofrío recorrió toda su espalda, un sudor frío le bajaba por la frente, se giro sobre sí mismo, en la pared enfrente de él sobre el lavamanos utilizado para la higiene del personal, colgaba el papel para secarse las manos, que curiosamente se había desenrollado y caía hasta tocar el suelo.- Dios mío, solo es el maldito papel, Nathan estas haciéndote viejo y estas volviéndote paranoico.- Dijo para sí, mientras intentaba recobrar la calma. Unos minutos mas tarde siguió con su cometido y fue anotando en la tablilla una a una la las temperaturas, llego a un pasillo oscuro y busco el interruptor de los fluorescentes sin mucho éxito, volvió a maldecir. Ilumino la estancia con la linterna, y camino con paso firme y decidido hasta la sala de maquinas. "Quizás estén aquí los interruptores" pensó. Abrió la puerta de la habitación entro y pulso varios botones, seguidamente asomo la cabeza por el marco de la puerta y vio que solo dos pasillos tenían luz. –Algo es algo.-Murmuro sarcástico. Dejo la sala de maquinas atrás, y se adentro en uno de los pasillos iluminados, mientras seguía con su ronda, diviso una sombra por el rabillo del ojo a su izquierda, su pulso se acelero, apunto con la linterna en esa dirección.- ¡Será posible, si es un estúpido gato!.- Exclamo Nathan irritado. El felino al verse acorralado, erizo el pelo soltó un bufido y se escabullo entre sus piernas, y unas cajas apiladas, como alma que lleva al diablo.- Vaya nochecita, primero el rollo de papel y ahora ese condenado gato.- Dijo Nathan en voz demasiado alta mientras se reía para quitarse el miedo de encima. Salió por la puerta que daba detrás de la sala de maquinas,caminaba dando la vuelta mientras ojeaba los rincones sin luz con la linterna.Estaba cerca de la depuradora de residuos, subió la escalera de hierro haciendo algo de ruido con sus botas, al llegar arriba la linterna empezó a fallar, le dio varios golpes, pero nada la linterna dio un ultimo suspiro de luz, y se quedo a oscuras sobre las escaleras. Otra vez esa extraña sensación invadió su cuerpo, y el vello de sus brazos se puso de punta. Escucho un crujido a varios metros en la oscuridad.- ¿Quién anda ahí?.- Pregunto Nathan asustado. Silencio, su respuesta fue tan solo silencio.- He dicho, ¿quién anda ahí?.- Volvió a preguntar mientras sus pulsaciones que iban en aumento, amenazaban con sacarle el corazón de su sitio. Otra vez silencio.Bajo las escaleras de dos en dos, presa del pánico, y se dirigió a la garita a toda carrera. Busco la llave en su bolsillo nervioso, se le escapo entre los dedos y cayo al suelo, le sudaban las manos por el miedo, se agacho a cogerla de nuevo, al fin pudo abrir la puerta, se armo con la tonfa, y cambio la batería de la linterna. Salió a toda prisa de nuevo, y fue hasta la depuradora de nuevo, subió las escaleras con cautela. Probo la linterna y funcionaba, "perfecto" pensó. A llegar arriba del todo ilumino la estancia, preparado para encontrarse con lo que fuera, pero nada, allí no había absolutamente nada."

KingWolf

sábado, 8 de agosto de 2009

"Las Ruinas Perdidas"


PRIMERA PARTE:

"El sol amenazaba triunfante con esconderse tras las cercanas montañas, llevaban todo el día caminando sin siquiera pararse a descansar, su destino estaba cada vez mas cerca, y la excitación por hallarse cerca de las antiguas ruinas iba en aumento con cada paso que daban. La idea había surgido de Darir Stein un humano de veinte años pelo corto oscuro como ala de cuervo, de complexión atlética y una agilidad extremadamente sorprendente, que sabía como usar las dagas que llevaba colgadas al cinturón si llegaba el momento. Fue él quien encontró un diario polvoriento en un desván de su casa, junto a unos escritos muy antiguos que contenían un mapa, habían pertenecido a algún antepasado que dejo la casa en herencia. Darir no podía creerse lo que había encontrado, su antepasado un tatarabuelo según lo escrito en el diario vivía obsesionado con aquellas ruinas, pero nunca encontró la ubicación exacta y eso le atormento hasta el fin de sus días, pero lo que no sabía era que sus viajes y sus pesquisas no iban del todo mal encaminadas, eso le ahorro mucho trabajo a Darir y al resto del grupo. Cloth su compañero de viajes y aventuras, desde hacia mucho tiempo, era algo mas mayor que Darir tenia veintidós años, un bárbaro humano de mirada lobuna, pelo grisáceo y larga melena, un gigante de espalda grande, ancho pecho y brazos fuertes, rozaba los dos metros diez de altura, de puro músculo, con una imponente gran hacha de dos filos colgada en la espalda, daba miedo verle, pero de temperamento tranquilo sino se le provocaba, no podía creerse que esas ruinas existieran, aunque en el fondo de su alma deseaba que su amigo y su antepasado anduvieran en lo cierto. El resto del grupo lo formaban Yesia Tonn "La cazadora", una risueña jovenzuela semielfa, de pelirroja cabellera, y ojos rasgados, con una puntería con el arco envidiable, y Feriuslief un callado y reservado arcano elfo muy delgado, larga melena plateada y ojos grises, que acompañaba al grupo, mas bien por lo que pudiera encontrar sobre la magia y lo que había leído y escuchado que por la amistad que los unía. Estos últimos dos se unieron al grupo en una de las posadas, donde Darir había colgado una nota en el tablón, buscando compañeros para encontrar unas viejas ruinas. Se apuntaron varios candidatos, a los que fue descartando, hasta llegar a "la cazadora" que conocía bien los bosques y las montañas, cosa que les venia bien y al hechicero, que cuando Darir le hablo de donde podían encontrarse esas ruinas y que pudieron ser siglos atrás, su rostro cambio y un brillo ilumino sus ojos diciendo:
- Cuando era niño, mi padre me contó una leyenda sobre esas ruinas, y hace varias décadas atrás encontré en un libro varias referencias que de nuevo me hablaban de ese sitio, un lugar donde la magia perduraba a día de hoy, y estaba llena de trampas y enigmas.
- Eso es lo que mi tatarabuelo dice exactamente en su diario, así que serás él ultimo de los integrantes del grupo, nos serás de gran ayuda, no lo dudes.
El arcano asintió con la cabeza.
Y allí estaban los cuatro en aquel risco, contemplando la montaña que les quedaba justo delante, y que según decía el mapa podrían estar las ruinas.
- Es allí, justo entre esos arboles y la maleza esta el sendero.- Con voz ronca y cansada señalo Ferius con su huesudo dedo.
- Ya estamos cerca por fin, ¡vamos chicos!.- Dijo Yesia con una sonrisa en la cara y gran entusiasmo, de un salto bajo de la loma y corrió hasta donde comenzaba el sendero.
- ¡Venga chicos no os quedéis atrás!.- Grito desde abajo la "cazadora" mientras seguía corriendo. .
Cloth miro al resto del grupo. Se encogió de hombros y de un salto siguió ladera abajo a Yesia.
- Vamos Ferius, cuando hayamos encontrado la entrada, acamparemos y continuaremos al amanecer.- Pego un salto y corrió a unirse a sus amigos. El hechicero suspiro mirando al cielo, murmuro algo inteligible en elfico, y siguió a sus compañeros.
Andaban en fila por el sendero, se había estrechado después de varios centenares de metros, y tenían que andar uno detrás de otro. Cloth iba primero, cortando las ramas bajas y los arbustos que obstaculizaban el paso con su hacha, le seguía "la cazadora" con el arco en mano y escudriñando el espeso bosque, Ferius justo detrás, concentrado en no tropezar con las raíces y las piedras del camino, cerrando el grupo iba Darir alerta y con una mano cerca de una de sus dagas, por si las moscas.
Siguieron hasta que el camino se agrandaba un poco y daba a un pequeño claro.
-¡Alto! Eh escuchado crujidos de ramas rotas entre la maleza.- Exclamo Yesia.
Los demás asintieron. Cloth con la gran hacha en posición de combate, Darir desenvaino las dagas y Ferius cerro los ojos concentrándose, con un movimiento de manos y unas palabras en un idioma arcaico.
- ¡Yivea Jala estu!.- un escudo trasparente los envolvió por un instante y luego desapareció.
En ese preciso instante media docena de orcos, liderado por un imponente ogro, apareció en el claro, con cara de pocos amigos y las armas preparadas.
Sin mucha dilación "la cazadora" fue la primera en disparar, matando a uno de los orcos más cercanos con un certero tiro en la cabeza. El mago cogió una varita de su cinturón y tras pronunciar una palabra de mando, unos rayos azulados salieron disparados de ella, impactando contra un grupo de tres orcos, matando a dos en el acto y dejando malherido a un tercero. Dos orcos se fueron a enfrentar contra el bárbaro, este sonrío movió la gran hacha de dos filos con gran habilidad, y dio un fuerte grito de guerra dirigido a Tempus el dios de las batallas, y se abalanzo contra las dos criaturas con furia y frenesí. La primera no pudo levantar su pequeño escudo a tiempo y cubrirse el cuerpo, cuando la gran hacha golpeo contra ella, partiendo el escudo y atravesando el cuerpo del orco por el hombro, partiéndolo en dos. La segunda arremetió contra el bárbaro por el flanco y golpeo al gigante humano en el costado con su maza, el bárbaro sonrío, hizo una finta y pego al orco con el mango de su arma en toda la cara, se escucho un chasquido al crujir el hueso de la nariz. El orco retrocedió unos metros, al levantar la cabeza lo único que vio antes de morir, fue al bárbaro blandir su arma. Darir se acerco sigilosamente al orco restante, salto desde las sombras y clavo unas de sus dagas en la espalda y con la otra le corto el cuello, el orco se ahogo en su propia sangre mientras caía inerte al suelo. En pie solo quedaba el ogro que blandía su arma en el aire mientras maldecía. Ferius entono un conjuro y un proyectil salió de sus dedos e impacto al ogro, Yesia disparo su arco y una flecha atravesó al ogro por un costado, el bárbaro se acerco gritando al dios de las batallas y dio una vuelta sobre sí mismo y golpeo al ogro con todas sus fuerzas en el cuello separando la cabeza del cuerpo, mientras Darir clavaba sus dagas en su espalda. El cuerpo sin vida del monstruo cayó sobre la hierba impactando con fuerza, la cabeza rodó a un lado y la sangre salpico toda la tierra a su alrededor. El grupo estaba exhausto por el combate, respiraron hondo se sonrieron unos a otros, y decidieron quedarse en el claro un rato a reponer fuerzas, montando allí un pequeño campamento."


Continuara...

KingWolf

( Esta historia sale un día en el trabajo con un poco de inspiración, ya la iré continuando a medida que vaya escribiendo mas sobre ellos ^^)

viernes, 7 de agosto de 2009

"El Agujero en la Manga"

"El muchacho de quien hemos de contar ahora tenía un gran agujero en la manga. Esto le daba tanta vergüenza, que en la escuela no le era posible prestar en absoluto atención a las explicaciones del maestro. Su madre no podía remendárselo; trabajaba en casa de gente extraña. En su apuro se dirigió el chiquillo a las muchachas y les dijo: -¿Quién quiere zurcirme mi juboncillo? Pero las muchachas, ocupadas en jugar al escondite, no tenían tiempo para ello. Entonces se dirigió el muchacho a las mujeres y les dijo: -¿Quién quiere zurcirme mi juboncillo? Pero las mujeres tenían que lavar los platos, y así le contestaron. -¡Vuelve mañana! Pero el muchacho no se atrevió a ir de nuevo a la escuela con el agujero en la manga. Se ocultó detrás de la escuela, y se encaminó presuroso al bosque. Miró hacia el tierno follaje de primavera y preguntó al cielo azul: -¿Quién me zurcirá mi juboncillo? Entonces, ante sus narices, descendió una araña a lo largo de un hilo. El muchacho recordó, al verla, una cancioncilla que le habían enseñado en la escuela: ¡Oh araña de larga patita! Es tu hilo como seda finita. Ligero, añadió a la canción: Zúrceme tú, araña, por favor el agujero de mi jubón, para que yo, ¡ay, pobre de mí! pueda a la escuela hoy asistir. La araña se deslizó por su hilo hasta el chiquillo y contempló con atención el gran agujero de la manga. Ágilmente corrió de un lado a otro y anudó, de arriba abajo, firmemente, los hilos. Luego corrió en círculo alrededor del agujero, cien veces quizás, y no cesó de enlazar hilo con hilo, hasta que todo el agujero quedó oculto por ellos, magníficamente entrelazados. -¿Cuánto tiempo durará el zurcido? ­preguntó el chiquillo. La araña no pudo darle ninguna respuesta; pero el cuclillo pasó volando sobre la cabeza del muchacho y cantó repetidamente: -¡Cu-cú! ¡cu-cú! ¡cu-cú! -¿Tres años? -exclamó gozoso el chiquillo-. ¡Qué alegre estoy! Se encaminó presuroso a la escuela y llegó a tiempo para la lección. ¡Qué maravillosamente podía ahora atender! Ni una sola palabra del maestro se dejaba perder el chiquillo; pues, no teniendo ya ningún agujero en la manga, tampoco tenía ya por qué avergonzarse".

Anónimo Suizo

jueves, 6 de agosto de 2009

"El Espejo del Cofre"

"A la vuelta de un viaje de negocios, un hombre compró en la ciudad un espejo, objeto que hasta entonces nunca había visto, ni sabía lo que era. Pero precisamente esa ignorancia lo hizo sentir atracción hacia ese espejo, pues creyó reconocer en él la cara de su padre. Maravillado lo compró y, sin decir nada a su mujer, lo guardó en un cofre que tenían en el desván de la casa. De tanto en tanto, cuando se sentía triste y solitario, iba a "ver a su padre". Pero su esposa lo encontraba muy afectado cada vez que lo veía volver del desván, así que un día se dedicó a espiarlo y comprobó que había algo en el cofre y que se quedaba mucho tiempo mirando dentro de él. Cuando el marido se fue a trabajar, la mujer abrió el cofre y vio en él a una mujer cuyos rasgos le resultaban familiares pero no lograba saber de quién se trataba. De ahí surgió una gran pelea matrimonial, pues la esposa decía que dentro del cofre había una mujer, y el marido aseguraba que estaba su padre. En ese momento pasó por allá un monje muy venerado por la comunidad, y al verlos discutir quiso ayudarlos a poner paz en su hogar. Los esposos le explicaron el dilema y lo invitaron a subir al desván y mirar dentro del cofre. Así lo hizo el monje y, ante la sorpresa del matrimonio, les aseguró que en el fondo del cofre quien realmente reposaba era un monje zen".

Anónimo Chino
Buenas hoy jueves pongo la historia del miércoles y la de hoy ^^ perdonad por la demora

"Los Gemelos con una Sola Cabeza"

"Una vez había unos gemelos que sólo tenían una cabeza para los dos. Sus nombres eran Sainey y Sana. A pesar de tener una sola cabeza no estaban de acuerdo. Sana era fuerte pero obstinado. Sainey era débil pero agudo. Un día Sana le dijo a su hermano: -Quiero ir a la guerra. Sainey sabía que su hermano era tozudo y no quiso escucharlo. Por tanto, le dijo: -Deja que primero lo consultemos con nuestros padres y que nos den su opinión. Sana les contó su plan. Su madre dijo: -No deben ir. Su padre dijo: -No deben ir. Pero Sana estaba decidido a ir. Y Sainey fue forzado a ir. A pesar de sus esfuerzos no pudo salvar a su hermano: Sana murió en el campo de batalla. Y con dolor Sainey cantaba: Sana, tu madre te lo dijo Pero no quisiste escuchar Tu padre te lo dijo Pero no quisiste escuchar Ahora el muerto y el vivo deben ir en una sola tumba Oh gente del pueblo Esto es extraño. Cogió el cuerpo de su hermano desde el campo de batalla hasta el camino. Débil, Sainey tuvo que arrastrar el cuerpo. Y de este modo lo llevó hasta su casa. Los padres se acercaron a ellos. Cuando vieron lo que había ocurrido, su madre lloró, su padre lloró. La gente del pueblo fue a consolarlos. Y Sainey cantó su canción: Sana, tu madre te lo dijo Pero no quisiste escuchar Tu padre te lo dijo Pero no quisiste escuchar Ahora el muerto y el vivo deben ir en una sola tumba Oh gente del pueblo Esto es extraño. La gente del pueblo cargó con ellos hasta su campamento, donde fueron enterrados en una sola tumba".

Anónimo Africano