El Recolector de Historias

El Recolector de Historias

sábado, 10 de octubre de 2009

"El Rey, el Cirujano y el Sufí"

"En la antigüedad un rey de Tartaria estaba paseando con algunos de sus nobles. Al lado del camino se encontraba un Abdal (un sufí errante), quien exclamó: -Le daré un buen consejo a quienquiera que me pague cien dinares.
El Rey se detuvo y dijo:
-Abdal, ¿cuál es ese buen consejo que me darás a cambio de cien dinares?
-Señor -respondió el Abdal-, ordena que se me entregue dicha suma y te daré el consejo inmediatamente.
El Rey así lo hizo, esperando escuchar algo extraordinario.
El sufí le dijo:
-Este es mi consejo: nunca comiences nada sin que antes hayas reflexionado cuál será el final de ello.
Ante estas palabras, los nobles y todos los presentes estallaron en carcajadas, diciendo que el Abdal había sido listo al pedir el dinero por adelantado. Pero el Rey dijo:
-No tienen motivo para reírse del buen consejo que este Abdal me ha dado. Nadie ignora que deberíamos reflexionar antes de hacer cualquier cosa. Sin embargo, diariamente somos culpables de no recordarlo y las consecuencias son nefastas. Aprecio mucho este consejo del derviche.
Así, el Rey decidió recordar siempre el consejo y ordenó que fuese escrito en las paredes con letras de oro, e incluso grabadas en su vajilla de plata.
Poco después, un intrigante concibió la idea de matar al Rey. Sobornó al cirujano real con la promesa de nombrarlo primer ministro si clavaba una lanceta envenenada en el brazo del Rey. Cuando llegó el momento de extraer sangre al Rey, se colocó una jofaina para recoger la sangre. De repente, el cirujano vio las palabras grabadas allí: Nunca comiences nada sin que antes hayas reflexionado cuál será el final de ello. Fue entonces cuando el cirujano se dio cuenta de que, si el intrigante se convertía en rey, lo primero que haría sería ejecutarlo, y así no necesitaría cumplir su compromiso. El Rey, viendo que el cirujano estaba temblando, le preguntó que le ocurría, y éste le confesó la verdad inmediatamente.
El autor de la intriga fue capturado; el Rey reunió a todas las personas que habían estado presentes cuando el Abdal le dio el consejo, y les dijo:
-¿Todavía se ríen del derviche?"

Anónimo sufí

viernes, 9 de octubre de 2009

"El Hombre de Vida Inexplicable"

"Había una vez un hombre llamado Moyut. Vivía en una aldea en la que había obtenido un puesto como pequeño funcionario y parecía muy probable que fuese a terminar sus días como inspector de pesas y medidas. Una tarde, cuando estaba caminando por los jardines de un viejo edificio cerca de su casa, el Jádir -misterioso guía de los sufíes- se le apareció vestido con una túnica de brillante verde. Moyut se encontró con el Jádir y el Jádir le dijo: -Hombre de brillantes perspectivas, deja tu trabajo y encuéntrame junto a la ribera del río dentro de tres días.
Y desapareció.
Moyut fue a ver a su superior, conmovido por este encuentro, y le dijo que tenía que partir. Todo el mundo en la aldea se enteró pronto de esta decisión, y dijeron: "Pobre Moyut, se ha vuelto loco". Pero como había muchos candidatos para su puesto no tardaron en olvidarlo. En el día señalado Moyut se encontró con el Jádir, quien le dijo:
-Quítate las ropas y arrójate al río. Quizás alguien te salvará.
Moyut lo hizo sin hesitar, aunque se preguntaba si se había vuelto loco. Puesto que sabía nadar no se hundió, pero fue arrastrado por las aguas largamente antes de que un pescador lo hiciera subir a su bote y le dijera:
-Hombre loco, la corriente es muy fuerte, ¿qué estás tratando de hacer?
Moyut dijo:
-Realmente no lo sé.
-Estás loco -dijo el pescador-, pero te llevaré a mi cabaña junto al río, y veremos qué puedo hacer por ti.
Cuando el pescador descubrió que Moyut hablaba bien, aprendió de él a leer y a escribir. En cambio le dio alimento y un lugar donde habitar. Moyut ayudaba al pescador en su trabajo. Después de unos pocos meses el Jádir volvió a aparecer, esta vez al pie de la cama de Moyut, y le dijo:
-Levántate y deja a este pescador. Ya veremos qué se hace contigo.
Moyut salió inmediatamente de la cabaña, se vistió como pescador y vagabundeó hasta llegar a una carretera. Cuando se hizo el día vio a un agricultor en un burro en su camino hacia el mercado.
-¿Buscas trabajo? -le preguntó el agricultor-, porque necesito a un hombre que me ayude para traer de vuelta algunas compras que debo hacer.
Moyut lo siguió. Trabajó para el agricultor durante casi dos años, tiempo en el cual aprendió bastante sobre agricultura, pero sobre ninguna otra cosa. Un atardecer, mientras estaba limpiando algodón, se le apareció el Jádir y le dijo:
-Deja este trabajo, ve a la ciudad de Mosul y usa los ahorros para convertirte en un mercader de pieles.
Moyut obedeció. En Mosul se hizo conocido como mercader de pieles y no volvió a ver al Jádir durante tres años. Había ahorrado una suma considerable de dinero y estaba pensando en comprar una casa, cuando el Jádir volvió a aparecérsele y le dijo:
-Dame tu dinero. Vete de esta ciudad. Ve tan lejos como Samarkanda, y trabaja allí como almacenero.
Moyut lo hizo. En realidad empezó a mostrar signos bastante ciertos de iluminación. Curaba a los enfermos, servía a sus conciudadanos y durante su tiempo libre notaba que los misterios se iban profundizando en él cada vez más acentuadamente. Filósofos, hombres de negocios, lo visitaban y le preguntaban:
-¿Con quién estudiaste?
-Es difícil decirlo -contestaba Moyut.
Sus discípulos le preguntaban:
-¿Cómo empezaste tu carrera?
Él decía:
-Como un pequeño funcionario.
-¿Y la abandonaste para dedicarte a la mortificación?
-No. Simplemente la abandoné -decía Moyut.
Y sus discípulos no lo entendían. La gente se le acercaba para escribir la historia de su vida.
-¿Qué has sido en tu vida? -le preguntaban.
-Salté a un río, me convertí en pescador; después me fui de una cabaña en la mitad de una noche; después de esto me volví agricultor, y mientras estaba limpiando algodón cambié y fui a Mosul, donde me convertí en un mercader en pieles. Ahorré algún dinero allí, pero lo dejé, y después vine a Samarkanda y trabajé como almacenero. Y aquí es donde estoy ahora.
-Pero esta conducta inexplicable no ilumina para nada tus dones tan extraños y tus ejemplos maravillosos, decían los biógrafos.
-Así es -decía Moyut.
De tal suerte, los biógrafos organizaron para Moyut una historia muy excitante y maravillosa, porque todos los santos deben tener su historia, y la historia debe estar de acuerdo con el apetito del oyente, no con las realidades de la vida. Y nadie puede hablar del Jádir directamente. Tal es la razón por la cual esa historia no es cierta. Es una representación de la vida. Esta es la verdadera vida de uno de los más grandes sufíes".

Anónimo Sufí

jueves, 8 de octubre de 2009

"Aserrando una Rama"

"Nasrudín subió a un árbol para aserrar una rama. Alguien que pasaba, al ver cómo lo estaba haciendo, le avisó:-¡Cuidado! Está mal sentado en la punta de la rama... Se irá abajo con ella cuando la corte.
-¿Piensa que soy un necio que deba creerlo? ¿O es usted un vidente que pueda predecir el futuro? -preguntó Nasrudín.
Sin embargo, poco después, como siguiera aserrando, la rama cedió y Nasrudín terminó en el suelo. Entonces corrió tras el otro hombre hasta alcanzarlo:
-¡Su predicción se ha cumplido! Ahora dígame: ¿Cómo moriré?
Por más que el hombre insistió, no pudo disuadir a Nasrudín de que no era un vidente. Por fin, ya exasperado le gritó:
-¡Por mí podrías morirte ahora mismo!
Apenas oyó estas palabras, Nasrudín cayó al suelo y se quedó inmóvil. Cuando lo encontraron sus vecinos lo depositaron en un féretro. Mientras marchaban hacia el cementerio, empezaron a discutir acerca de cuál era el camino más corto. Nasrudín perdió la paciencia y, asomando su cabeza fuera del ataúd, dijo:
-Cuando estaba vivo solía tomar por la izquierda; es el camino más rápido".

Anónimo Árabe

"Amigos"

"Dos amigos viajaban por el desierto y en un determinado punto del viaje discutieron.El otro, ofendido, sin nada que decir, escribió en la arena:
"Hoy mi mejor amigo me pegó una bofetada en el rostro".
Siguieron adelante y llegaron a un oasis donde resolvieron bañarse. El que había sido abofeteado y lastimado comenzó a ahogarse, siendo salvado por el amigo. Al recuperarse tomó un estilete y escribió en una piedra:
"Hoy mi mejor amigo me salvó la vida".
Intrigado, el amigo preguntó:
-¿Por qué, después que te lastimé, escribiste en la arena, y ahora escribes en una piedra?
Sonriendo, el otro amigo respondió:
-Cuando un gran amigo nos ofende, deberemos escribir en la arena donde el viento del olvido y el perdón se encargarán de borrarlo y apagarlo; por otro lado, cuando nos pase algo grandioso, deberemos grabarlo en la piedra de la memoria del corazón donde viento ninguno en todo el mundo podrá borrarlo".

Anónimo Árabe
Por motivos personales pongo hoy las historias de hoy y del dia 7. Perdonad la molestia.

martes, 6 de octubre de 2009

"Un Hasta Luego"

"Hoy no esperéis que ponga una historia, ni una leyenda y tampoco un relato. Hoy voy a dedicar estas líneas a una de las personas más importantes de mi vida mi padre, que lamentablemente se a marchado al cielo de los valientes para siempre, después de luchar toda su vida por sacar a su familia adelante, a ti te debo todo lo que soy, por enseñarme los valores que guían los pasos que doy, por enseñarme que cuando tropiezas y caes, puedes volverte a levantar, que no todo es blanco o negro, que también existen los grises, por enseñarme a compartir lo poco que se tiene con los demás. Por a ver sido un buen padre, por eso quiero dedicarte estas lineas y estas palabras a ti papa, que allí donde estés si es en el Nirvana, el Valhalla o simplemente el Cielo, quiero que sepas que aquí no te vamos a olvidar ni tu mujer ni tus hijos, y te vamos a llevar en el corazón siempre. No sé que más decir porque en estos momentos no puedo expresar mas que dolor y lágrimas, papa esto no es un adiós, simplemente, un hasta luego, te quiere tu hijo".

R.I.P

José García Rodríguez 10 Nov 1945-06 Oct 2009

Requiestat In Pace

lunes, 5 de octubre de 2009

"El Corredor Veloz"

"En un reino muy lejano, lindando con una ciudad había un pantano muy extenso; para entrar y salir de la ciudad había que seguir una carretera tan larga que, yendo de prisa, se empleaba tres años en bordear el pantano, y yendo despacio se tardaba más de cinco.
A un lado de la carretera vivía un anciano muy devoto que tenía tres hijos. El primero se llamaba Iván; el segundo, Basiliv, y el tercero, Simeón. El buen anciano pensó hacer un camino en línea recta a través del pantano, construyendo algunos puentes necesarios, con objeto de que la gente pudiese hacer todo el trayecto tardando solamente tres semanas o tres días, según se fuese a pie o a caballo. De este modo harían todos gran economía de tiempo.
Se puso al trabajo con sus tres hijos, y al cabo de bastante tiempo terminó la obra; el pantano quedó atravesado por una ancha carretera en línea recta con magníficos puentes.
De vuelta a casa, el padre dijo a su hijo mayor:
-Oye, Iván, ve, siéntate debajo del primer puente y escucha lo que dicen de mí los transeúntes.
El hijo obedeció y se escondió debajo de uno de los arcos del primer puente, por el que en aquel momento pasaban dos ancianos que decían:
-Al hombre que ha construido este puente y arreglado esta carretera, Dios le concederá lo que pida.
Cuando Iván oyó esto salió de su escondite, y saludando a los ancianos, les dijo:
-Este puente lo he construido yo, ayudado por mi padre y mis hermanos.
-¿Y qué pides tú a Dios? -preguntaron los ancianos.
-Pido tener mucho dinero durante toda mi vida.
-Está bien. En medio de aquella pradera hay un roble muy viejo: excava debajo de sus raíces y encontrarás una gran cueva llena de oro, plata y piedras preciosas. Toma tu pala, excava y que Dios te dé tanto dinero que no te falte nunca hasta que te mueras.
Iván se fue a la pradera, excavó debajo del roble y encontró una caverna llena de una inmensidad de riquezas en oro, plata y piedras preciosas, que se llevó a su casa.
Al llegar allí, su padre le preguntó:
-¿Y qué, hijo mío, qué es lo que has oído hablar de mí a la gente?
Iván le contó todo lo que había oído hablar a los dos ancianos y cómo éstos lo habían colmado de riquezas para toda su vida.
Al día siguiente el padre envió a su segundo hijo. Basiliv se sentó debajo del puente y se puso a escuchar lo que la gente decía. Pasaban por el puente dos viejos, y cuando estuvieron cerca de donde Basiliv se hallaba escondido, éste los oyó hablar así:
-Al que construyó este puente, todo lo que pida a Dios le será concedido.
Salió en seguida Basiliv de su escondite, y saludando a los dos ancianos, les dijo:
-Abuelitos, este puente lo he construido yo con ayuda de mi padre y de mis hermanos.
-¿Y qué es lo que tú desearías? -le preguntaron.
-Que Dios me diese, para toda mi vida, mucho grano.
-Pues vete a casa, siega trigo, siémbralo y verás cómo Dios te dará trigo para toda tu vida.
Basiliv llegó a casa, contó al padre lo que le habían dicho, segó trigo y luego sembró la semilla. En seguida creció tantísimo trigo que no sabía dónde guardarlo.
Al tercer día el viejo envió a su tercer hijo. Simeón se escondió debajo del puente, y al cabo de un rato oyó pasar a los dos ancianos, que decían:
-Al que hizo este puente y esta carretera, de seguro que Dios le dará todo lo que le pida.
Al oír Simeón estas palabras salió de su escondite y se presentó a los dos hombres, diciéndoles:
-Yo he construido este puente y esta carretera con la ayuda de mi padre y de mis hermanos.
-¿Y qué es lo que pides a Dios?
-Que el zar me acepte como soldado de su escolta.
-Pero muchacho, ¿no sabes que esa profesión de soldado es difícil y pesada? ¡Cuántas lágrimas vas a verter! Pídele a Dios cualquier otra cosa más agradable para ti.
Pero el joven insistió en su propósito, diciéndoles:
-Ustedes son viejos y, sin embargo, lloran; ¿qué tiene de particular que llore yo, que soy más joven? El que no llore en este mundo llorará en el otro.
-Ya que te empeñas, sea; nosotros te bendeciremos.
Y diciendo esto pusieron las manos sobre su cabeza, y al instante el joven se convirtió en un ciervo que corría con gran velocidad. Corrió a su casa, y su padre y hermanos, apenas lo vieron, quisieron cazarlo; pero él escapó y volvió junto a los ancianos, quienes lo transformaron en una liebre. Volvió por segunda vez a su casa, y cuando allí se dieron cuenta de que había entrado una liebre, se echaron sobre ella para cogerla; pero se escapó y se volvió a acercar a los dos viejos, los cuales, por tercera vez, lo transformaron en un pajarito dorado que volaba con gran rapidez. Voló a casa de su familia, y entrando por la ventana, se puso a piar y saltar en el alféizar. Los hermanos procuraron cogerlo; pero él, con gran ligereza, escapó al campo. Esta vez, cuando el pajarito dorado se arrimó a los dos viejos, se transformó en el joven de antes y éstos le dijeron:
-Ahora, Simeón, vete a alistarte en el ejército del zar. Si tuvieses que ir a algún sitio con gran rapidez, podrás transformarte en ciervo, en liebre o en pájaro, tal como nosotros te hemos enseñado.
Simeón volvió a casa y pidió al padre que le dejase ir a servir al zar como soldado.
-¿Por qué quieres ir a servir al zar, cuando todavía eres joven y aún no tienes experiencia de la vida?
-No, padre; déjame ir, porque es la voluntad de Dios.
El padre le dio permiso y Simeón preparó todas sus cosas, se despidió de su familia y tomó la carretera que iba a la capital. Caminó muchos días, y al fin llegó; entró en el palacio y se presentó al mismo zar. Se inclinó delante de él y le dijo:
-Mi zar y señor, no te ofendas por mi osadía: quiero servir en tu ejército.
-¡Pero muchacho! ¡Tú eres demasiado joven todavía!
-Puede que sea demasiado joven e inexperto; pero creo que podré servirte igual que los demás, y así lo prometo a Dios.
El zar consintió y lo nombró soldado de su escolta personal.
Pasado algún tiempo, un rey enemigo emprendió una guerra sangrienta contra el zar. Éste empezó a preparar su ejército y quiso dirigirlo en persona. Simeón pidió al zar que lo dejase ir también a él para acompañarlo; el zar consintió, y todo el ejército se puso en camino en busca del enemigo.
Caminaron muchos días y atravesaron muchas tierras, hasta que al fin llegaron a enfrentarse con el enemigo. La batalla había de tener lugar dentro de tres días.
El zar pidió que le preparasen sus armas de combate; pero, con la prisa con que se marcharon de la capital, habían dejado olvidados en palacio la espada y el escudo. ¡El zar sin sus armas no quería entrar en batalla para batir al enemigo!...
Hizo leer un bando disponiendo que si había alguien que se considerase capaz de ir y volver a palacio en tres días y traerle la espada y el escudo, que se presentase. Al que consiguiese traerle sus armas, el zar ofrecía darle en recompensa por esposa a su hija María, la cual llevaría como dote la mitad del Imperio, y además sería declarado heredero del trono.
Se presentaron varios voluntarios; uno de ellos decía que él podría ir y volver en tres años, otro que en dos años, y un tercero que en uno. Entonces Simeón se presentó al zar y le dijo:
-Majestad, yo puedo ir a palacio y traerte tu espada y tu escudo en tres días.
El zar se puso contentísimo, lo abrazó dos veces y escribió en seguida una carta a su hija, en la que disponía que entregase a su soldado Simeón la espada y el escudo que había dejado olvidados en palacio.
Simeón cogió el mensaje del zar y se marchó. Cuando estuvo a una legua del campamento se transformó en ciervo y se puso a correr con la rapidez de una flecha. Corrió, corrió y cuando se cansó se transformó en liebre; continuó así con la misma rapidez, y cuando las patas empezaron a cansarse se transformó en un pajarito dorado y voló con más rapidez que antes. Un día y medio después llegaba a palacio, donde la zarevna María se había quedado. Se transformó entonces en hombre, entró en palacio y entregó a la zarevna el mensaje del zar. Ésta lo tomó, y después de leerlo preguntó al joven:
-¿De qué modo has podido pasar por tantas tierras en tan poco tiempo?
-Pues así -respondió Simeón.
Y transformándose en un ciervo dio, con gran velocidad, unas carreras por el parque. Después se acercó a la zarevna y descansó la cabeza sobre las rodillas de la joven; ésta cortó con sus tijeritas un mechón de pelo de la cabeza del ciervo. Después se transformó en una liebre y se puso a dar saltos y brincos, cobijándose luego en las rodillas de la zarevna, quien también cortó otro mechón de pelo de la cabeza de la liebre. Por último, se transformó en un pajarito con la cabeza dorada, voló de un lado a otro y se posó sobre la mano de la zarevna María. La joven le arrancó algunas plumitas doradas de la cabeza; cogió los mechones de pelo que había cortado al ciervo y a la liebre y las plumas del pajarito y lo puso todo en su pañuelo, que ató y escondió en su bolsillo. El pajarito esta vez se transformó en el joven de antes.
La zarevna hizo que le diesen de comer y beber y le dio provisiones para el camino. Después de entregarle el escudo y la espada del zar su padre, al despedirse le dio un abrazo, y el joven corredor se marchó al campamento de su zar.
Otra vez se transformó en ciervo; cuando se cansó de correr, en liebre; cuando se cansó de nuevo, en pajarito, y al tercer día vio, ya no lejos, la tienda imperial. Al llegar a la distancia de media legua se transformó en su verdadero ser y se echó en la sombra de un zarzal a la orilla del mar, para descansar un poco del viaje. Puso la espada y el escudo a su lado; pero era tanto el cansancio que tenía, que se durmió al momento.
Uno de los generales del zar, que por casualidad paseaba por allí, descubrió al corredor dormido; aprovechándose de su sueño lo tiró al agua, y cogiendo la espada y el escudo fue a la tienda de campaña del zar y le entregó las armas, diciéndole:
-Señor: he aquí tu espada y tu escudo; yo mismo te los he traído.
El zar, entusiasmado, dio las gracias al general sin acordarse de Simeón. A las pocas horas se entabló la batalla con el enemigo, el resultado de la cual fue una gran victoria para el zar y su ejército.
Al pobre Simeón, cuando cayó al mar, lo cogió el zar del Mar y lo arrastró a las profundidades de su reino. Vivió con este zar durante un año y se puso muy triste.
-¿Qué tienes, Simeón, te aburres aquí? -le preguntó un día el zar del Mar.
-Sí, majestad.
-¿Quieres ir a la tierra rusa?
-Sí quiero, si su majestad lo permite.
El zar lo subió y lo sacó a la orilla durante una noche muy oscura.
Simeón se puso a rezar, diciendo:
-¡Dios mío, haz salir el Sol!
Cuando el cielo empezaba a teñirse de púrpura por levante con la luz de la aurora, el zar del Mar se presentó a Simeón, lo agarró y se lo llevó otra vez a su reino.
Vivió allí otro año, y de la tristeza que tenía estaba siempre llorando. Otra vez le preguntó entonces el zar:
-¿Por qué lloras, muchacho? ¿Te aburres?
-Mucho, majestad.
-¿Quieres volver a la tierra rusa?
-Sí, majestad.
Lo cogió y lo dejó a la orilla del mar. Simeón, con lágrimas en los ojos, rogó al Señor, diciendo:
-¡Dios mío, haz que salga el Sol!
Apenas empezó a teñirse el horizonte, el zar del Mar se presentó como la otra vez, lo cogió y lo arrastró a las profundidades de su reino.
Pasó el pobre Simeón el tercer año, y estaba tan afligido que no hacía más que llorar todo el día. Un día que estaba más triste que de costumbre, el zar del Mar se le acercó y le dijo:
-Pero ¿por qué lloras? ¿Te aburres? ¿Quieres volver a la tierra rusa?
-Sí, majestad.
Lo sacó por tercera vez fuera del agua y lo dejó a la orilla del mar. Apenas se encontró Simeón fuera del agua, se puso de rodillas, y con grandísimo fervor rogó así:
-¡Dios mío, ten piedad de mí! Haz que salga el Sol.
No había tenido tiempo de decirlo, cuando el Sol se mostró en todo su esplendor, iluminando el mundo con sus rayos. Esta vez el zar del Mar tuvo miedo a la luz del día y no se atrevió a salir a coger a Simeón, el cual se vio libre.
Se puso en camino hacia su reino, transformándose primero en ciervo, después en liebre, y finalmente en un pajarito, y en poco tiempo llegó al palacio del zar.
En los tres años que habían pasado, el zar llegó con su ejército a la capital de su reino e hizo los preparativos para la boda de su hija con el general embustero que dijo ser quien había llevado al campamento la espada y el escudo imperiales.
Simeón entró en la sala donde estaban sentados a la mesa María Zarevna, el general y los convidados, y apenas María lo vio entrar, lo reconoció y dijo a su padre:
-Padre y señor, permíteme decirte algo muy importante.
-Habla, hija mía, ¿qué es lo que quieres?
-El general que está sentado a mi lado en la mesa no es mi prometido. Mi verdadero prometido es el joven que acaba de entrar en la sala.
Y dirigiéndose al recién llegado le dijo:
-Simeón, haznos ver cómo fuiste tú el que consiguió llevar tan velozmente la espada y el escudo.
Simeón se transformó en ciervo, corrió por el salón y se paró cerca de María Zarevna; ésta sacó de su pañuelo el mechón de pelo que había cortado al ciervo, y mostrándolo al zar le enseñó el sitio de donde lo había cortado y le dijo:
-Mira, padre, ésta es una prueba.
El ciervo se transformó en liebre, saltó por todas partes y se fue a echar en el regazo de la zarevna. María mostró entonces el mechón de pelo que había cortado a la liebre.
Se transformó la liebre en un pajarito con la cabeza de oro, y después de volar con gran rapidez por todo el salón vino a posarse en un hombro de la zarevna. Ésta desató el tercer nudo de su pañuelo y mostró al zar las plumitas doradas que había arrancado de la cabeza del pajarito.
Al ver esto el zar comprendió toda la verdad, y después de escuchar las explicaciones de Simeón, condenó a muerte al general. A María la casó con Simeón y éste fue nombrado heredero del trono".


Alekandr Nikoalevich Afanasiev