"El muchacho de quien hemos de contar ahora tenía un gran agujero en la manga. Esto le daba tanta vergüenza, que en la escuela no le era posible prestar en absoluto atención a las explicaciones del maestro. Su madre no podía remendárselo; trabajaba en casa de gente extraña. En su apuro se dirigió el chiquillo a las muchachas y les dijo: -¿Quién quiere zurcirme mi juboncillo? Pero las muchachas, ocupadas en jugar al escondite, no tenían tiempo para ello. Entonces se dirigió el muchacho a las mujeres y les dijo: -¿Quién quiere zurcirme mi juboncillo? Pero las mujeres tenían que lavar los platos, y así le contestaron. -¡Vuelve mañana! Pero el muchacho no se atrevió a ir de nuevo a la escuela con el agujero en la manga. Se ocultó detrás de la escuela, y se encaminó presuroso al bosque. Miró hacia el tierno follaje de primavera y preguntó al cielo azul: -¿Quién me zurcirá mi juboncillo? Entonces, ante sus narices, descendió una araña a lo largo de un hilo. El muchacho recordó, al verla, una cancioncilla que le habían enseñado en la escuela: ¡Oh araña de larga patita! Es tu hilo como seda finita. Ligero, añadió a la canción: Zúrceme tú, araña, por favor el agujero de mi jubón, para que yo, ¡ay, pobre de mí! pueda a la escuela hoy asistir. La araña se deslizó por su hilo hasta el chiquillo y contempló con atención el gran agujero de la manga. Ágilmente corrió de un lado a otro y anudó, de arriba abajo, firmemente, los hilos. Luego corrió en círculo alrededor del agujero, cien veces quizás, y no cesó de enlazar hilo con hilo, hasta que todo el agujero quedó oculto por ellos, magníficamente entrelazados. -¿Cuánto tiempo durará el zurcido? preguntó el chiquillo. La araña no pudo darle ninguna respuesta; pero el cuclillo pasó volando sobre la cabeza del muchacho y cantó repetidamente: -¡Cu-cú! ¡cu-cú! ¡cu-cú! -¿Tres años? -exclamó gozoso el chiquillo-. ¡Qué alegre estoy! Se encaminó presuroso a la escuela y llegó a tiempo para la lección. ¡Qué maravillosamente podía ahora atender! Ni una sola palabra del maestro se dejaba perder el chiquillo; pues, no teniendo ya ningún agujero en la manga, tampoco tenía ya por qué avergonzarse".
Anónimo Suizo
"A la vuelta de un viaje de negocios, un hombre compró en la ciudad un espejo, objeto que hasta entonces nunca había visto, ni sabía lo que era. Pero precisamente esa ignorancia lo hizo sentir atracción hacia ese espejo, pues creyó reconocer en él la cara de su padre. Maravillado lo compró y, sin decir nada a su mujer, lo guardó en un cofre que tenían en el desván de la casa. De tanto en tanto, cuando se sentía triste y solitario, iba a "ver a su padre". Pero su esposa lo encontraba muy afectado cada vez que lo veía volver del desván, así que un día se dedicó a espiarlo y comprobó que había algo en el cofre y que se quedaba mucho tiempo mirando dentro de él. Cuando el marido se fue a trabajar, la mujer abrió el cofre y vio en él a una mujer cuyos rasgos le resultaban familiares pero no lograba saber de quién se trataba. De ahí surgió una gran pelea matrimonial, pues la esposa decía que dentro del cofre había una mujer, y el marido aseguraba que estaba su padre. En ese momento pasó por allá un monje muy venerado por la comunidad, y al verlos discutir quiso ayudarlos a poner paz en su hogar. Los esposos le explicaron el dilema y lo invitaron a subir al desván y mirar dentro del cofre. Así lo hizo el monje y, ante la sorpresa del matrimonio, les aseguró que en el fondo del cofre quien realmente reposaba era un monje zen".
Anónimo Chino
Buenas hoy jueves pongo la historia del miércoles y la de hoy ^^ perdonad por la demora
"Una vez había unos gemelos que sólo tenían una cabeza para los dos. Sus nombres eran Sainey y Sana. A pesar de tener una sola cabeza no estaban de acuerdo. Sana era fuerte pero obstinado. Sainey era débil pero agudo. Un día Sana le dijo a su hermano: -Quiero ir a la guerra. Sainey sabía que su hermano era tozudo y no quiso escucharlo. Por tanto, le dijo: -Deja que primero lo consultemos con nuestros padres y que nos den su opinión. Sana les contó su plan. Su madre dijo: -No deben ir. Su padre dijo: -No deben ir. Pero Sana estaba decidido a ir. Y Sainey fue forzado a ir. A pesar de sus esfuerzos no pudo salvar a su hermano: Sana murió en el campo de batalla. Y con dolor Sainey cantaba: Sana, tu madre te lo dijo Pero no quisiste escuchar Tu padre te lo dijo Pero no quisiste escuchar Ahora el muerto y el vivo deben ir en una sola tumba Oh gente del pueblo Esto es extraño. Cogió el cuerpo de su hermano desde el campo de batalla hasta el camino. Débil, Sainey tuvo que arrastrar el cuerpo. Y de este modo lo llevó hasta su casa. Los padres se acercaron a ellos. Cuando vieron lo que había ocurrido, su madre lloró, su padre lloró. La gente del pueblo fue a consolarlos. Y Sainey cantó su canción: Sana, tu madre te lo dijo Pero no quisiste escuchar Tu padre te lo dijo Pero no quisiste escuchar Ahora el muerto y el vivo deben ir en una sola tumba Oh gente del pueblo Esto es extraño. La gente del pueblo cargó con ellos hasta su campamento, donde fueron enterrados en una sola tumba".
Anónimo Africano
"El Divino se sentía solo y quería hallarse acompañado. Entonces decidió crear unos seres que pudieran hacerle compañía. Pero cierto día, estos seres encontraron la llave de la felicidad, siguieron el camino hacia el Divino y se reabsorbieron a Él. Dios se quedó triste, nuevamente solo. Reflexionó. Pensó que había llegado el momento de crear al ser humano, pero temió que éste pudiera descubrir la llave de la felicidad, encontrar el camino hacia Él y volver a quedarse solo. Siguió reflexionando y se preguntó dónde podría ocultar la llave de la felicidad para que el hombre no diese con ella. Tenía, desde luego, que esconderla en un lugar recóndito donde el hombre no pudiese hallarla. Primero pensó en ocultarla en el fondo del mar; luego, en una caverna de los Himalayas; después, en un remotísimo confín del espacio sideral. Pero no se sintió satisfecho con estos lugares. Pasó toda la noche en vela, preguntándose cuál sería el lugar seguro para ocultar la llave de la felicidad. Pensó que el hombre terminaría descendiendo a lo más abismal de los océanos y que allí la llave no estaría segura. Tampoco lo estaría en una gruta de los Himalayas, porque antes o después hallaría esas tierras. Ni siquiera estaría bien oculta en los vastos espacios siderales, porque un día el hombre exploraría todo el universo. “¿Dónde ocultarla?”, continuaba preguntándose al amanecer. Y cuando el sol comenzaba a disipar la bruma matutina, al Divino se le ocurrió de súbito el único lugar en el que el hombre no buscaría la llave de la felicidad: dentro del hombre mismo. Creó al ser humano y en su interior colocó la llave de la felicidad".
Anónimo Hindú
"Pimentilla era el decimotercer hijo de un pobre zapatero. Era el más pequeño de todos los hermanos. Cuando los domingos se fatigaba demasiado durante el paseo y se quedaba rezagado, se lo metía el padre en la bota. Entonces podía mirar él hacia la caña de la bota y coger las briznas de hierba que le rozaban la naricita al pasar. ¡Tan pequeño era Pimentilla! Pero era también tan inteligente como sus hermanos mayores y tenía, además, muy buen corazón. Un día le dijo a su padre: -Padre, yo veo cómo tienes que matarte trabajando por tus trece hijos. ¡Me das lástima! Déjame salir a recorrer el mundo. Quiero también yo ganar algún dinero. Entonces lo pasarás tú mejor. El padre rió de buena gana por esta ocurrencia y lo dejó partir. Pensó para sí: "No llegará muy lejos; de modo que mi hijo mayor podrá alcanzarlo por la noche y traerlo de nuevo a casa". Pero el padre, al pensar así, contaba solamente con las cortas piernecitas de Pimentilla y no con su despejada cabeza. En efecto, apenas estuvo Pimentilla en la carretera, pasó corriendo desde el campo un bonito ratón por su lado. -¡Alto! -gritó-. ¿Quieres ser tú mi caballo? Te llamaré mi corcel gris. Esto lisonjeó enormemente al ratón. Dejó que montara Pimentilla sobre él, y así emprendieron el galope hacia el ancho mundo. Pero cuando se hizo de noche, sintieron los dos hambre. -¿Qué desearías comer tú? -preguntó Pimentilla. -Lo mejor para mí sería un sabroso pedacito de grasa -dijo el ratón. -Para mí también -dijo el pequeño jinete. Se hallaban justamente a la sazón delante de la tienda de un panadero. Como la puerta estaba sólo entornada, penetraron resueltamente por ella. En la tienda había cosas maravillosas: pan, pasteles y todo género de dulces de azúcar. -Pero grasa no se ve por ninguna parte -dijo Pimentilla tristemente. -Sí -dijo el ratón-, yo la huelo. Y comenzó a buscar por todos los rincones. De repente dio de narices con una ratonera. -¡Ah! -gritó-. ¡Aquí dentro hay grasa! Pero no me fío mucho de esto. Entra tú a verlo; tú eres más listo que yo. Esto no se lo hizo repetir. Sin vacilar, Pimentilla se metió dentro de la trampa. Pero ¡clap!, sin saber cómo, se encontró de golpe prisionero. El ratón lloraba desconsolado. -Ahórrate las lágrimas -dijo Pimentilla-. La grasa ya la tenemos. ¡Toma, come, y ponte a dormir! ¡Y gracias por el hermoso día! Sin ti no hubiera llegado yo tan lejos. El ratón se consoló muy pronto, pues la grasa era de la mejor y, además, estaba asada. Cuando hubo comido, se deslizó tras un saco de harina y durmió toda la noche de un tirón. Pimentilla paseó arriba y abajo por su inesperada cárcel y examinó cuidadosamente los barrotes. -Cerrado, cerrado -dijo luego-; pero mañana será otro día. Se tendió sobre la oreja izquierda y pronto quedó maravillosamente dormido. Y a poco soñó que era tan rico que podía arrojarle el oro a su padre a paletadas bien repletas. Al día siguiente por la mañana entró el panadero en la tienda. Era un hombre muy gordo, con una barriga muy gruesa. -¡Buenos días, Barriguita! -gritó Pimentilla. -Buenos días -dijo el panadero, mientras miraba asombrado por todos los rincones-. ¿Dónde estás, buen señor? -preguntó. Entonces se oyó desde el rincón: -En la ratonera. El panadero se inclinó penosamente a causa de la barriga, cogió la trampa y la puso sobre la mesa. Pimentilla se inclinó ceremoniosamente y habló: -¿Quiere tener la bondad de abrirme la puerta? -¿Cómo has entrado tú aquí? -preguntó el panadero. -He pasado la noche en esta habitacioncilla, porque no quería darle ninguna molestia. Me llamo Pimentilla y estoy a sus órdenes. Entonces se echó a reír el panadero de tan buena gana, que empezó a agitarse toda su barriga. Abrió la ratonera, salió afuera Pimentilla. Al verse libre, silbó a su "caballo gris, que acudió enseguida. -Este es mi caballo -dijo con orgullo. Subió a él de un salto y dio así una vuelta por encima de la mesa. Entonces rió el panadero más fuerte aún, de manera que su barriga se estremeció como si fuera a estallar, y las lágrimas se deslizaban por sus mejillas. Finalmente gritó: -¡Párate, pequeño jinete! Que voy a reventar de risa. Y tuvo que sostenerse la barriguita con ambas manos. -Así, pues, ¡adiós! -dijo Pimentilla-. ¡Muchas gracias por el alojamiento de esta noche! No tomo a mal que mi persona y mi caballo gris le hayan hecho reír tanto. Pimentilla se quitó la gorra y saludó con ella. Pero cuando el ratón y su jinete iban a deslizarse por la rendija de la puerta, gritó el panadero. -¡Alto! ¿Tanta prisa tienes? Espérate, no te vayas, muchacho. -Sí, he de buscarme un empleo, donde pueda ganar algún dinero. -Entonces quédate aquí -rogó el panadero, poniendo cara muy seria-. A ti precisamente puedo emplearte yo, y te necesito más que a todos mis empleados. Sí, ¡mírame bien! Soy un pobre hombre, aun cuando mi horno me dé más de lo que necesito. ¿De qué me sirve el dinero si pronto habrá de hacerme el carpintero mi última casita? Esta obesidad me va a matar. ¿Y sabes tú lo que dice el médico? "Con usted no hay solución si no tiene quién lo haga reír tres horas al día, pero de tal manera que le sacuda todo el cuerpo." Esto me lo dijo hace siete semanas, y desde entonces estoy cada día más gordo. Pues bien; puedo asegurarte que no ha habido nada que me pareciera tan divertido como tu paseo de hoy sobre el ratón. ¡Quédate aquí! Y si tú me salvas la vida, no podrás quejarte de la recompensa que te daré. -Bien -dijo Pimentilla-, me quedo. Pero es condición indispensable que mi "caballo gris" ha de ser alimentado cada día con sabrosa grasa. Un poco asada es como más le gusta. Y yo comeré de lo que se sirva en su mesa. -Convenido -dijo el panadero. Y Pimentilla se quedó a servirle. A partir de este momento se llenó de alegría todo la casa, e incluso toda la aldea. Una vez había cocido el panadero sus panes, llamaba, para divertirse, a Pimentilla... Éste venía montado sobre su "caballo gris" como un jinete de circo, y saltaba sobre sillas, mesas y troncos. Y mientras el panadero reía a más no poder, se le subía por las piernas de los pantalones y miraba -una, dos, tres -por el bolsillo de su chaleco. Pimentilla había aprendido también a dar volteretas. Pero lo más divertido de todo era la narración que hacía el diminuto hombrecillo recordando la vida en su casa, los paseos en la bota de su padre, las bromas de los aprendices de zapatero que él había sorprendido, oculto, dentro de una zapatilla, la promesa hecha a su padre de llevarle algún día una gran suma de dinero, el viaje, en fin, que había hecho montado sobre el ratón. Entonces podía reír a gusto el panadero, de modo que no había que pensar en parar hasta tres horas después. Se agitaba y estremecía que daba gusto. La barriga no cesaba de sacudirse arriba y abajo, y esto era lo bueno. Cuando hubieron pasado siete semanas, el panadero había reído toda su grasa. Estaba tan delgado y se sentía tan joven, que también él empezó a saltar por encima de las mesas y las sillas. -Tú me has curado y salvado de la muerte -dijo a Pimentilla-. Ahora puedes seguir tu camino cuando quieras. Aquí está tu recompensa. Le ofreció cien florines y, para el ratón, toda una libra de grasa. Pimentilla, lleno de gozo, saltó sobre su "caballo gris" y emprendió el camino de su casa. Apenas hubo llegado a ella, puso los cien florines delante de su padre y dijo: -Tómalo, es dinero ganado honradamente. ¡Oh! ¡Qué ojos puso el buen hombre!... Nunca hubiera creído que su hijo, siendo tan poca cosa, fuera capaz de ganar tanto dinero. Pero cuando Pimentilla le explicó la historia del ratón y de la ratonera, se echó a reír tan fuertemente como el panadero. Sólo que él no tenía ninguna barriguita de obesidad que pudiera agitársele de alegría y de satisfacción".
Anónimo Suizo
"Pues eran un padre y una madre y ambos eran muy pobres y tenían tres hijos pequeños. Pero es que, además de ser tan pobres, el padre tuvo un día que dejar de trabajar porque se puso enfermo y sólo quedaba la madre para buscar el sustento de todos y entonces la madre, no sabiendo qué hacer, tuvo que salir a pedir limosna. Así que salió y anduvo todo un día de acá para allá pidiendo limosna y cuando ya caía la tarde había conseguido recoger una peseta. Entonces fue a comprar comida, porque quería preparar un cocido para que comieran los niños y ella y su marido, pero resultó que aún le faltaban veinte céntimos, y como no podía conseguir lo que faltaba, pensó:
-¿Para qué quiero esta peseta si no puedo llevar comida para todos? Pues lo que voy a hacer es pagar una misa con esta peseta que he sacado.
Y una vez que lo pensó se dijo:
-¿Y para quién diré la misa?
Así que le estuvo dando vueltas al asunto y al cabo del rato dijo:
-Le voy a encargar al cura que diga una misa por el alma más necesitada.
Conque se fue a ver al cura, le entregó la peseta y le dijo:
-Padre, hágame usted el favor de decirme una misa por el alma más necesitada.
Se fue entonces para su casa y no dejaba de pensar en su marido y en sus hijos que la esperaban; y en el camino se cruzó con un señor muy puesto que le preguntó:
-¿Dónde va usted, señora?
Y ella le contestó:
-Voy para mi casa. Mi marido está muy enfermo y somos muy pobres y tenemos tres hijos. Llevo todo el día pidiendo, pero no me dieron lo bastante para comer todos y como no me llegaba me fui a ver al señor cura para encargarle una misa por el alma más necesitada.
Entonces aquel señor sacó un papel y escribió en él un nombre y le dijo a la mujer:
-Vaya usted a donde dicen estas señas y dígale a la señora que le dé a usted colocación en la casa.
La mujer no se lo pensó dos veces y se encaminó a donde le había dicho aquel señor a solicitar la colocación.
Llegó a la casa que le habían dicho y llamó a la puerta hasta que salió una criada que le preguntó:
-¿Qué quiere usted?
Y ella contestó:
-Pues que quiero hablar con la señora.
Conque la criada se fue adentro a buscar a la señora y le contó que en la puerta había una pobre que pedía hablar con ella. Y la señora bajó a la puerta y le dijo la mujer:
-He visto en la calle a un señor que me habló y me dijo que usted me daría una colocación en la casa.
Y le dijo la señora:
-¿Y quién era ese señor?
Entonces la pobre, que estaba en la puerta, miró dentro de la casa y vio que en la sala había un retrato del que la había enviado allí y dijo:
-Ese señor que está en el retrato es el que me ha enviado aquí.
Y la señora dijo:
-Ése es el retrato de mi hijo, que murió hace ya cuatro años.
-Pues ése es el que me ha enviado aquí -contestó la mujer sin dudarlo.
Entonces la señora le preguntó:
-¿Y cómo es que se lo encontró usted?
Y ya le dijo la mujer pobre:
-Pues mire usted, que mi marido y yo somos muy pobres y tenemos tres hijos que mantener. Y como ahora mi marido está muy enfermo y no tenemos qué comer, yo salí esta mañana a pedir limosna y sólo junté una peseta y con eso no tenía bastante para comprar un cocido para todos y se la di al cura para que dijera una misa por el alma más necesitada. Luego volvía de la iglesia y me encontré a su hijo. A él le conté lo mismo que le he contado a usted y me escribió este papel y me dijo que viniera aquí.
Entonces la señora le dijo a la mujer que entrara y le dio colocación. Además le dio pan para que se lo llevara a sus hijos y le encargó que volviera al día siguiente y los demás días para servir en la casa. Y a los cinco días la señora tuvo una revelación y se le apareció su hijo y le dijo:
-Madre, no me llores más y no vuelvas a rezar por mí, que ya estoy glorioso y en presencia de Dios.
Y era que con aquella misa había acabado de pagar sus culpas en el Purgatorio y había subido al Cielo".
Anónimo Español