"Era una fría tarde de noviembre. Acababa de dar fin a un almuerzo más
copioso que de costumbre, en el cual la indigesta trufa constituía una
parte apreciable, y me encontraba solo en el comedor, con los pies
apoyados en el guardafuegos, junto a una mesita que había arrimado al
hogar y en la cual había diversas botellas de vino yliqu eur. Por la
mañana había estado leyendo el Leónidas, de Glover; la Epigoniada, de
Wilkie; el Peregrinaje, de Lamartine; la Columbiada, de Barlow; la
Sicilia, de Tuckermann, y las Curiosidades, de Griswold; confesaré, por
tanto, que me sentía un tanto estúpido. Me esforzaba por despabilarme
con ayuda de frecuentes tragos de Laffitte, pero como no me daba
resultado, empecé a hojear desesperadamente u n periódico cualquiera.
Después de recorrer cuidadosamente la columna de casas de alquiler, la
de perros perdidosy las dos de esposas y aprendices desaparecidos,
ataqué resuelto el editorial, leyéndolo del principio al fin sin
entender una sola sílaba; pensando entonces que quizá estuviera escrito
en chino, volví a leerlo del fin al principio, pero los resultados no
fueron más satisfactorios. Me disponía a arrojar disgustado este infolio
de cuatro páginas, feliz obra que ni siquiera los poetas critican,
cuando mi atención se despertó a la vista del siguiente párrafo:
Los
caminos de la muerte son numerosos y extraños. Un periódico londinense
se ocupa del singular fallecimiento de un individuo. Jugaba éste a
soplar el dardo, juego que consiste en clavar en un blanco una larga
aguja que sobresale de una pelota de lana, todo lo cual se arroja
soplándolo con una cerbatana. La víctima colocó la aguja en el extremo
del tubo que no correspondía y, al aspirar con violencia para juntar
aire, la aguja se le metió por la garganta, llegando a los pulmones y
ocasionándole la muerte en pocos días.
Al leer esto, me puse furioso sin saber exactamente por qué.
-Este
artículo –exclamé- es una despreciable mentira, un triste engaño, la
hez de las invenciones de un escritorzuelo de a un penique la línea, de
un pobre cronista de aventuras en el país de Cucaña. Individuos tales,
sabedores de la extravagante credulidad de nuestra época, aplican su
ingenio a fabricar imposibilidades probables… accidentes extraños, como
ellos lo denominan. Pero una inteligencia reflexiva (como la mía, pensé
entre paréntesis apoyándome el índice en la nariz), un entendimiento
contemplativo como el que poseo, advierte de inmediato que el
maravilloso incremento que han tenido recientemente dichos accidentes
extrañoses en sí el más extraño de los accidentes. Por mi parte, estoy
dispuesto a no creer de ahora en adelante nada que tenga alguna
apariencia singular.
-¡Tíos mío, que estúpido es usted, ferdaderamente! –pronunció una de las más notables voces que jamás haya escuchado.
En
el primer momento creí que me zumbaban los oídos (como suele suceder
cuando se está muy borracho), pero pensándolo mejor me pareció que aquel
sonido se asemejaba al que sale de un barril vacío si se lo golpea con
un garrote; y hubiera terminado por creerlo de no haber sido porque el
sonido contenía sílabas y palabras. Por lo general, no soy muy nervioso,
y los pocos vasos de Laffitte que había sido saboreado sirvieron para
darme aún más coraje, por lo cual alcé los ojos con toda calma y los
paseé por la habitación en busca del intruso. No vi a nadie.
-¡Humf! –continuó la voz, mientras seguía yo mirando-. ¡Debe estar más borracho que un cerdo, si no me fe sentado a su lado!
Esto
me indujo a mirar inmediatamente delante de mis narices y, en efecto,
sentado en la parte opuesta de la mesa vi a un estrambótico personaje
del que, sin embargo, trataré de dar alguna descripción. Tenía por
cuerpo un barril de vino, o una pipa de ron, o algo por el estilo que le
daba un perfecto aire a lo Falstaff. A modo de extremidades inferiores
tenía dos cuñetes que parecían servirle de piernas. De la parte superior
del cuerpo le salían, a guisa de brazos, dos largas botellas cuyos
cuellos formaban las manos. La cabeza de aquel monstruo estaba formada
por una especie de cantimplora como las que usan en Hesse y que parecen
grandes tabaqueras con un agujero en mitad de la tapa. Esta cantimplora
(que tenía un embudo en lo alto, a modo de gorro echado sobre los ojos)
se hallaba colocada sobre aquel tonel, de modo que el agujero miraba
hacia mí; y por dicho agujero, que parecía fruncirse en un mohín propio
de una solterona ceremoniosa, el monstruo emitía ciertos sonidos
retumbantes y ciertos gruñidos que, por lo visto, respondían a su idea
de un lenguaje inteligible.
-Digo –repitió- que debe estar más
borracho que un cerdo para no ferme sentado a su lado. Y digo también
que debe ser más estúpido que un ganso para no creer lo que esdá impreso
en el diario. Es la ferdad… toda la ferdad… cada palabra.
-¿Quién es
usted, si puede saberse? –pregunté con mucha dignidad, aunque un tanto
perplejo-. ¿Cómo ha entrado en mi casa? ¿Yqué significan sus palabras?
-Cómo
he endrado aquí no es asunto suyo –replicó la figura-; en cuanto a mis
palabras, yo hablo de lo que me da la gana; y he fenido aquí
brecisamente para que sepa quién soy.
-Usted no es más que un vagabundo borracho –dije-. Voy a llamar para que mi lacayo lo eche a puntapiés a la calle.
-¡Ja, ja! –rió el individuo-. ¡Ju, ju, ju! ¡Imbosible que haga eso!
-¿Imposible? –pregunté-. ¿Qué quiere decir?
-Toque la gambanilla –me desafió, esbozando una risita socarrona con su extraña y condenada boca.
Al
oír esto me esforcé por enderezarme, a fin de llevar a ejecución mi
amenaza; pero entonces el miserable se inclinó con toda deliberación
sobre la mesa y me dio en mitad del cráneo con el cuello de una de las
largas botellas, haciéndome caer otra vez en el sillón del cual acababa
de incorporarme. Me quedé profundamente estupefacto y por un instante no
supe que hacer. Entretanto, él seguía con su cháchara.
-¿Ha visto? Es mejor que se guede guieto. Y ahora sabrá guien soy. ¡Míreme! ¡Vea! Yo soy el Ángel de lo Extraño.
-¡Vaya si es singular! –me aventuré a replicar-. Pero siempre he vivido bajo la impresión de que un ángel tenía alas.
-¡Alas! –gritó, furibundo-. ¿Y bara qué quiero las alas? ¡Me doma usted por un bollo?
-¡Oh,
no, ciertamente! –me apresuré a decir muy alarmado-. ¡No, no tiene
usted nada de pollo!-Pueno, entonces quédese sentado y bórtese pien, o
le begaré de nuevo con el buño. El bollo tiene alas, y el púho tiene
alas, y el duende tiene alas, y el gran tiablo tiene alas. El ángel no
tiene alas, y yo soy el Ángel de lo Extraño.
-¿Y qué se trae usted conmigo? ¿Se puede saber…?
-¡Qué me draigo! –profirió aquella cosa-. ¡Bues… que berfecto maleducado tebe ser usted para breguntar a un ángel qué se drae!
Aquel
lenguaje era más de lo que podía soportar, incluso de un ángel; por lo
cual, reuniendo mi coraje, me apoderé de un salero que había a mi
alcance y lo arrojé a la cabeza del intruso. O bien lo evitó o mi
puntería era deficiente, pues todo lo que conseguí fue la demolición del
cristal que protegía la esfera del reloj sobre la chimenea. En cuanto
al ángel, me dio a conocer su opinión sobre mi ataque en forma de dos o
tres nuevos golpes en la cabeza. Como es natural, esto me redujo
inmediatamente a la obediencia, y me avergüenza confesar que, sea por el
dolor o la vergüenza que sentía, me saltaron las lágrimas de los ojos.
-¡Tíos
mío! –exclamó el ángel, aparentemente muy sosegado por mi
desesperación-. ¡Tíos mío, este hombre está muy borracho o muy triste!
Usted no tebe beber tanto… usted tebe echar agua al fino. ¡Vamos beba
esto… así, berfecto! ¡Y no llore más, famos!
Y, con estas palabras, el Ángel de lo Extraño
llenó mi vaso (que contenía un tercio de oporto) con su fluido incoloro
que dejó salir de una de las botellas-manos. Noté que las botellas
tenían etiquetas y que en las mismas se leía: Kirschenwasser.
La
amabilidad del ángel me ablandó grandemente y, ayudado por el agua con
la cual diluyó varias veces mi oporto, recobré bastante serenidad como
para escuchar su extraordinarísimo discurso. No pretendo repetir aquí
todo lo que me dijo, pero deduje de sus palabras que era el genio que
presidía sobre los contratiempos de la humanidad, y que su misión
consistía en provocar los accidentes extraños que asombraban
continuamente a los escépticos. Una o dos veces, al aventurarme a
expresar mi completa incredulidad sobre sus pretensiones, se puso muy
furioso, hasta que, por fin, estimé prudente callarme la boca y dejarlo
que hablara a gusto. Así lo hizo, pues, extensamente, mientras yo
descansaba con los ojos cerrados en mi sofá y me divertía mordisqueando
pasas de uva y tirando los cabos en todas direcciones. Poco a poco el
ángel pareció entender que mi conducta era desdeñosa para con él.
Levantóse, poseído de terrible furia, se caló el embudo hasta los ojos,
prorrumpió en un largo juramento, seguido de una amenaza que no pude
comprender exactamente y, por fin, me hizo una gran reverencia y se
marchó, deseándome en el lenguaje del arzobispo en Gil Blas, beaucoup de
bonheur et un peu plus de bon sens.
Su partida fue un gran
alivio para mí. Lospoquís imosvasos de Laffitte que había bebido me
producían una cierta modorra, por lo cual decidí dormir quince o veinte
minutos, como acostumbraba siempre después de comer. A la seis tenía una
cita importante, a la cual no debía faltar bajo ningún pretexto. La
póliza de seguro de mi casa había expirado el día anterior, pero como
surgieran algunas discusiones, quedó decidido que los directores de la
compañía me recibirían a las seis para fijar los términos de la
renovación. Mirando el reloj de la chimenea (pues me sentía demasiado
adormecido para mi reloj del bolsillo) comprobé con placer que aún
contaba con veinticinco minutos. Eran las cinco y media; fácilmente
llegaría a la compañía de seguros en cinco minutos; y como mis siestas
habituales no pasaban jamás de veinticinco, me sentí perfectamente
tranquilo y me acomodé para descansar.
Al despertar, muy
satisfecho, miré nuevamente el reloj y estuve a punto de empezar a creer
en accidentes extraños cuando descubrí que en vez de mi sueño ordinario
de quince o veinte minutos sólo había dormido tres, ya que eran las
seis menos veintisiete. Volví a dormirme, y al despertar comprobé con
estupefacción quetodaví aeran las seis menos veintisiete. Corrí a
examinar el reloj, descubriendo que estaba parado. Mi reloj de bolsillo
no tardó en informarme que eran las siete y media y, por consiguiente,
demasiado tarde para la cita.
-No será nada –me dije-. Mañana por
la mañana me presentaré en la oficina y me excusaré. Pero, entretanto,
¿qué le ha ocurrido al reloj?
Al examinarlo descubrí que uno de
los cabos del racimo de pasas que había estado desparramando a
capirotazos durante el discurso del Ángel de lo Singular había
aprovechado la rotura del cristal para alojarse –de manera bastante
singular- en el orificio de la llave, de modo que su extremo, al
sobresalir de la esfera, había detenido el movimiento del minutero.
-¡Ah, ya veo! –exclamé-. La cosa es clarísima. Un accidente muy natural, como los que ocurren a veces.
Dejé
de preocuparme del asunto y a la hora habitual me fui a la cama. Luego
de colocar una bujía en una mesilla de lectura a la cabecera, y de
intentar la lectura de algunas páginas de la Omnipresencia de la Deidad,
me quedé infortunadamente dormido en menos de veinte segundos, dejando
la vela encendida.
Mis sueños se vieron aterradoramente
perturbados por visiones del Ángel de lo Singular. Me pareció que se
agazapaba a los pies del lecho, apartando las cortinas, y que con las
huecas y detestables resonancias de una pipa de ron me amenazaba con su
más terrible venganza por el desdén con que lo había tratado. Concluyó
una larga arenga quitándose su gorro-embudo, insertándomelo en el
gaznate e inundándome con un océano de Kirschenwasser, que manaba a
torrentes de una de las largas botellas que le servían de brazos. Mi
agonía se hizo, por fin, insoportable y desperté a tiempo para percibir
que una rata se había apoderado de la bujía encendida en la mesilla,
peronoa tiempo de impedirle que se metiera con ella en su cueva. Muy
pronto asaltó mis narices un olor tan fuerte como sofocante; me di
cuenta de que la casa se había incendiado, y pocos minutos más tarde
las llamas surgieron violentamente, tanto, que en un período
increíblemente corto el entero edificio fue presa del fuego.
Toda
salida de mis habitaciones había quedado cortada, salvo una ventana. La
multitud reunida abajo no tardó en procurarme una larga escala.
Descendía por ella rápidamente sano y salvo cuando a un enorme cerdo (en
cuya redonda barriga, así como en todo su aire y fisonomía había algo
que me recordaba al Ángel de lo Extraño)
se le ocurrió interrumpir el tranquilo sueño de que gozaba en un charco
de barro y descubrir que le agradaría rascarse el lomo, no encontrando
mejor lugar para hacerlo que el ofrecido por el pie de la escala. Un
segundo después caí yo desde lo alto, con la mala fortuna de quebrarme
un brazo.
Aquel accidente, junto con la pérdida de mi seguro y la
más grave del cabello (totalmente consumido por el fuego), predispuso
mi espíritu a las cosas serias, por lo cual me decidí finalmente a
casarme.
Había una viuda rica, desconsolada por la pérdida de su
séptimo marido, y ofrecí el bálsamo de mis promesas a las heridas de su
espíritu. Llena de vacilaciones, cedió a mis ruegos. Arrodilléme a sus
pies, envuelto en gratitud y adoración. Sonrojóse, mientras sus
larguísimas trenzas se mezclaban por un momento con los cabellos que el
arte de Grandjean me había proporcionado temporariamente. No sé cómo se
enredaron nuestros cabellos, pero así ocurrió. Levantéme con una
reluciente calva y sin peluca, mientras ella, ahogándose con cabellos
ajenos, cedía a la cólera y al desdén. Así terminaron mis esperanzas
sobre aquella viuda por culpa de un accidente por cierto imprevisible,
pero que la serie natural de los sucesos había provocado.
Sin
desesperar, empero, emprendí el asedio de un corazón menos implacable.
Los hados me fueron propicios durante un breve período, pero un
incidente trivial volvió a interponerse. Al encontrarme con mi novia en
una avenida frecuentada por toda laélite de la ciudad, me preparaba a
saludarla con una de mis más respetuosas reverencias, cuando alguna
partícula de alguna materia se me alojó en el ojo, dejándome
completamente ciego por un momento. Antes de que pudiera recobrar la
vista, la dama de mi amor había desaparecido, irreparablemente ofendida
por lo que consideraba descortesía al dejarla pasar a mi lado sin
saludarla. Mientras permanecía desconcertado por lo repentino de este
accidente (que podía haberle ocurrido, por lo demás, a cualquier
mortal), se me acercó el Ángel de lo Extraño,
ofreciéndome su ayuda con una gentileza que no tenía razones para
esperar. Examinó mi congestionado ojo con gran delicadeza y habilidad,
informándome que me había caído en él una gota, y –sea lo que fuere
aquella gota- me la extrajo y me procuró alivio.
Pensé entonces
que ya era tiempo de morir, puesto que la mala fortuna había decidido
perseguirme, y, en consecuencia, me encaminé al río más cercano. Una vez
allí me despojé de mis ropas (dado que bien podemos morir como hemos
venido al mundo) y me tiré de cabeza a la corriente, teniendo por único
testigo de mi destino a un cuervo solitario, el cual, dejándose llevar
por la tentación de comer maíz mojado en aguardiente, se había separado
de sus compañeros. Tan pronto me hube tirado al agua, el pájaro resolvió
echar a volar llevándose la parte más indispensable de mi vestimenta.
Aplacé, por tanto, mis designios suicidas, y luego de introducir las
piernas en las mangas de mi chaqueta, me lancé en persecución del
villano con toda la celeridad que el caso reclamaba y que las
circunstancias permitían. Mas mi cruel destino me acompañaba, como
siempre. Mientras corría a toda velocidad, la nariz en alto y sólo
preocupado por seguir en su vuelo al ladrón de mi propiedad, percibí de
pronto que mis pies ya no tocaban terra firma: acababa de caer a un
precipicio, y me hubiera hecho mil pedazos en el fondo, de no tener la
buena fortuna de atrapar la cuerda de un globo que pasaba por ahí.
Tan
pronto recobré suficientemente los sentidos como para darme cuenta de
la terrible situación en que me hallaba (o, mejor, de la cual colgaba),
ejercité todas las fuerzas de mis pulmones para llevar dicha terrible
situación a conocimiento del aeronauta. Pero en vano grité largo tiempo.
O aquel estúpido no me oía, o aquel miserable no quería oír, Entretanto
el globo ganaba altura rápidamente, mientras mis fuerzas decrecían con
no menor rapidez. Me disponía a resignarme a mi destino y caer
silenciosamente al mar, cuando cobré ánimos al oír una profunda voz en
lo alto, que parecía estar canturreando un aire de ópera. Mirando hacia
arriba, reconocí al Ángel de lo Singular. Con los brazos cruzados, se
inclinaba sobre el borde de la barquilla; tenía una pipa en la boca y,
mientras exhalaba tranquilamente el humo, parecía muy satisfecho de sí
mismo y del universo. En cuanto a mí, estaba demasiado exhausto para
hablar, por lo cual me limité a mirarlo con aire implorante.
Durante
largo tiempo no dijo nada, aunque me contemplaba cara a cara. Por fin,
pasándose la pipa al otro lado de la boca, condescendió a hablar.
-¿Quién
es usted y qué diablos hace aquí? –preguntó-. A esta desfachatez,
crueldad y afectación sólo pude responder con una sola palabra:
¡Socorro!
-¡Socorro! –repitió el malvado-. ¡Nada te eso! Ahí fa la potella… ¡Arréglese usted solo, y que el tiablo se lo lleve!
Con
estas palabras, dejó caer una pesada botella de Kirschenwasser que,
dándome exactamente en mitad del cráneo, me produjo la impresión de que
mis sesos acababan de volar. Dominado por esta idea me disponía a soltar
la cuerda y rendir mi alma con resignación, cuando fui detenido por un
grito del ángel, quien me mandaba que no me soltara.
-¡Déngase
con fuerza! –gritó-. ¡Y no se abresure! ¿Quiere que le dire la otra
potella… o brefiere bortarse bien y ser más sensato?
Al oír esto
me apresuré a mover dos veces la cabeza, la primera negativamente, para
indicar que por el momento no deseaba recibir la otra botella, y la
segunda afirmativamente, a fin de que el ángel supiera que me portaría
bien y que sería más sensato. Gracias a ello logré que se dulcificara un
tanto.
-Entonces… ¿cree por fin? –inquirió-. ¿Cree por fin en la bosibilidad de lo extraño?
Asentí nuevamente con la cabeza.
-¿Y cree en mí, el Ángel de lo Extraño?
Asentí otra vez.
-¿Y reconoce que usted es un borracho berdido y un estúbido?
Una vez más dije que sí.
-Bues, pien, bonga la mano terecha en el polsillo izquierdo te los bantalones, en señal de su entera sumisión al Ángel de lo Extraño.
Por
razones obvias me era absolutamente imposible cumplir su pedido. En
primer lugar, tenía el brazo izquierdo fracturado por la caída de la
escala y, si soltaba la mano derecha de la soga, no podría sostenerme un
solo instante con la otra. En segundo término, no disponía de
pantalones hasta encontrara al cuervo. Me vi, pues, precisado, con gran
sentimiento, a sacudir negativamente la cabeza, queriendo indicar con
ello al ángel que en aquel instante me era imposible acceder a su muy
razonable demanda. Pero, apenas había terminado de moverla, cuando…
-¡Fáyase al tiablo, entonces! –rugió el Ángel de lo Extraño.
Y
al pronunciar dichas palabras dio una cuchillada a la soga que me
sostenía, y como esto ocurría precisamente sobre mi casa (la cual, en el
curso de mis peregrinaciones, había sido hábilmente reconstruida),
terminé cayendo de cabeza en la ancha chimenea y aterricé en el hogar
del comedor.
Al recobrar los sentidos –pues la caída me había
aturdido terriblemente- descubrí que eran las cuatro de la mañana.
Estaba tendido allí donde había caído del globo. Tenía la cabeza metida
en las cenizas del extinguido fuego, mientras mis pies reposaban en las
ruinas de una mesita volcada, entre los restos de una variada comida,
junto con los cuales había un periódico, algunos vasos y botellas rotos y
un jarro vacío de Kirschenwasser de Schiedam. Tal fue la venganza del Ángel de lo Extraño".
Edgar Allan Poe
" Ven, cierra la puerta, siéntate junto al fuego de la chimenea, que la noche es fría, y seguro que estás cansado; acomódate y disfruta de una de tantas historias, que como cada noche vas a poder escuchar aquí..."
El Recolector de Historias

jueves, 14 de mayo de 2015
miércoles, 13 de mayo de 2015
"Muerte Alada"
"EL Hotel Orange se encuentra en High Street, cerca de la estación de ferrocarril, en Bloemfontein, Sudáfrica. El domingo 24 de enero de 1932, cuatro hombres se sentaron temblando de terror en una habitación de la tercera planta. Uno era George C. Tittleridge, propietario del hotel; otro era el agente de policía Ian De Witt; un tercero era Johanes Bogaert, el juez local; el cuarto y aparentemente el menos alterado del grupo, era el doctor Cornelius Van Keulen, el médico forense. En el suelo, desazonadoramente evidente gracias al sofocante calor del verano, estaba el cuerpo de un muerto… pero no era eso lo que los cuatro hombres temían. Sus miradas iban de la mesa, donde descansaba un curioso surtido de objetos, al techo, cuya superficie blanqueada estaba cruzada por series de grandes y vacilantes caracteres que de alguna forma habían sido garabateados con tinta y, a cada momento, el Doctor Van Keulen ojeaba furtivamente un usado cuaderno de notas de cuero que sostenía en su diestra. El horror de los cuatro parecía dividirse por igual entre el cuaderno, las torpes palabras del techo y una mosca de peculiar aspecto que flotaba muerta en una botella de amoníaco sobre la mesa. Asimismo, sobre ésta había un tintero abierto, un lápiz y un taco de papel, un maletín de médico, una botella de ácido clorhídrico y un vaso lleno en una cuarta parte con negro óxido de manganeso.
El gastado libro de tapas de cuero era el diario del muerto tendido en el suelo, y, rápidamente, quedó claro que el nombre “Frederick N. Mason, Prospecciones Mineras, Toronto, Canadá”, con el que había firmado el registro del hotel, era falso. Había otros hechos terribles hechos igualmente se hicieron evidentes; y aún otros mucho más terroríficos que se insinuaron odiosamente, sin llegar a clarificarse o ser incluido completamente creíbles. Fue la creencia a medias de los cuatro hombres, fomentada por vidas gastadas en la proximidad de los negros y ocultos misterios del África profunda, lo que les hizo temblar tan violentamente a pesar del bochornoso calor de enero. El cuaderno no era tan grande, y las anotaciones eran de buena caligrafía, que, no obstante, se volvía descuidada y nerviosa hacia el final. Estaba formado por una serie de apuntes irregularmente espaciados al principio, pero hacia el final se convertían en un diario. Llamar a esto diario no sería exactamente correcto, ya que registraba sólo una clase de las actividades de su autor. El doctor Van Keulen reconoció el nombre del difunto en un instante de abrir la cubierta, ya que pertenecía a un eminente miembro de su propia profesión que había estado ampliamente conectado con los asuntos africanos. En otro instante, quedó horrorizado al encontrar este nombre ligado a un vil crimen oficialmente sin resolver que había llenado los periódicos unos cuatro meses atrás. Y cuanto mas leía, más profundo se volvía su horror y espanto, así como sus sentimientos de aversión y pánico.
He aquí, en esencia, el texto que el doctor leyó en voz alta en aquella siniestra y progresivamente hedionda estancia, mientras los 3 hombres de su alrededor resollaban inquietos en sus sillas y lanzaban espantadas miradas al techo, la mesa y la cosa del suelo, y hacia algo más.
DIARIO DE THOMAS SLAUENWITE, M.D.
Sobre el castigo a Henry Sargent Moore, doctor en Filosofía de Brooklyn, Nueva York, profesor de Biología Invertebrada en la Universidad de Columbia, Nueva York, N.Y. Redactado para ser leído tras mi muerte, para la satisfacción de hacer público el cumplimiento de mi venganza, que de ninguna otra manera podría serme imputada, aun en el caso de tener éxito.
Enero 5 de 1929: Ahora estoy totalmente decidido a matar al doctor Henry Moore, y un reciente incidente me ha mostrado cómo hacerlo. Desde ahora, seguiré una constante línea de acción; de ahí que comience este diario. Apenas es necesario repetir las circunstancias que me han hecho tomar este camino, ya que la parte informada del público está familiarizada con los hechos más relevantes. Nací en Trenton, Nueva Jersey, el 12 abril de 1885, hijo del doctor Paul Slauenwite, originario de Pretoria, Transvaal, Sudáfrica. Estudié medicina según la tradición familiar y, siguiendo las recomendaciones de mi padre (muerto en 1916 mientras servía en el regimiento sudafricano destinado en Francia), me especialicé en fiebres africanas, y tras mi graduación en Columbia, dediqué mucho tiempo a investigaciones que me llevaron a Durban, Natal y al propio ecuador. En Mombasa, trabajé sobre una nueva teoría acerca de la transmisión y desarrollo de la fiebre intermitente, ayudado tan sólo ligeramente por la documentación del último médico gubernamental, sir Norman Sloane, que encontré en la casa en la que me albergaba. Al publicar mis resultados, pasé de golpe a ser una famosa autoridad. Se me habló de la posibilidad de lograr una posición casi suprema en el Ministerio De Salud en Sudáfrica, y quizás el título de caballero, en el caso de adquirir la nacionalidad, y decidí dar los pasos oportunos.
Entonces ocurrió el suceso por el que voy a matar a Henry Moore. Este hombre, compañero de clase y amigo durante años en América y África, buscó deliberadamente socavar mis derechos a mi propia teoría, alegando que sir Norman Sloane se había anticipado a mí en los principales detalles, e insinuado que probablemente había encontrado más documentación que la presentada en mi informe. Para respaldar esta absurda acusación suministró algunas cartas personales de sir Norman que, en efecto, mostraban que el anciano estaba sobre la pista y hubiera publicado en breve sus resultados de no mediar su brusca muerte. Esto último sólo pudo admitirlo con pesar. Pero lo que no puedo excusar es la envidiosa sospecha que había hurtado la teoría de la documentación de sir Norman. El Gobierno británico, bastante sensible, ignoró tales calumnias, pero denegó el a medias prometido nombramiento y distinciones basándose en que mi teoría, aunque original, no era algo nuevo. Pronto pude ver que mi carrera en África estaba sensiblemente dañada, aunque había puesto todas mis ilusiones en ella, aún hasta el punto de renunciar a la ciudadanía americana. Se notaba, en el gobierno de Mombasa, una perceptible frialdad hacia mí, especialmente entre quienes habían conocido a sir Norman.
Fue entonces cuando decidí vérmelas con Moore tarde o temprano, aunque no sabía cómo. Había envidiado mi pronta celebridad y había utilizado su antigua correspondencia con sir Norman para arruinarme. Eso, el amigo a quien había guiado para interesarse en África, a quién había preparado e inspirado hasta que adquirió su actual modesta fama. Como una autoridad en entomología africana. Aún ahora, empero, no niego que estos logros son importantes. Lo reconozco y, en pago, él me ha arruinado. Ahora algún día le destruiré. Cuando me vi caído en Mombasa, me dediqué a mi presente ocupación en el interior, en M’gonga, a unos 24 kilómetros de la frontera de Uganda. Es un puesto de comercio del algodón y del marfil, con sólo 8 blancos a parte de mí.
Un agujero infecto, casi en el ecuador, y repleto de toda clase de fiebres conocidas por la humanidad. Serpientes venenosas e insectos de todas clases, y negros con dolencias que nadie conoce fuera de la Facultad de Medicina. Pero mi trabajo no es duro, y tengo mucho tiempo para planear qué hacer con Henry Moore. Me divierte dar a su Dípteros de África Central y del Sur un lugar destacado en mi biblioteca. Supongo que en la actualidad es un manual estándar utilizando en Columbia, Harvard y la U. de Wis, pero mis propias sugerencias son realmente responsables de la mitad de sus puntos fuertes. La pasada semana encontré lo que me dijo de cómo matar a Moore. Un grupo de Uganda trajo con una extraña enfermedad que aún no he podido diagnosticar. Estaba en estado letárgico, con una temperatura realmente baja, y le rehuían de una forma peculiar. La mayoría de sus compañeros tenían miedo de él y decían que estaba bajo algún hechizo de un doctor brujo, pero Gobo, el intérprete, dijo que había sido picado por un insecto. Lo que fuera, no puedo imaginarlo, ya que es sólo una leve punción en el brazo. Es de un rojo brillante, sin embargo, con un anillo púrpura a su alrededor. Es una visión espectral… no me extraña que los porteadores caigan en la superstición de la magia negra.
Parecen haber visto otros casos iguales, y dicen que no hay nada que hacer. El viejo N’Kuru, uno de los gallas del puesto, dice que debe ser la picadura de la mosca-diablo, que hace decaer progresivamente a sus víctimas hasta la muerte y, entonces, toma su alma y personalidad como si aún viviera… y se va volando con todos sus gustos, disgustos y conciencia. Una extraña leyenda: no conozco ningún insecto local lo bastante mortífero como para provocarla. Suministré a este enfermo -su nombre es Melena- una buena dosis de quinina y tomé una muestra de su sangre para estudiarla, pero no he hecho grandes progresos. En verdad, hay un extraño germen presente, pero no puedo identificarlo siquiera remotamente. Lo más cercano es el bacilo que se encuentra en los bueyes, caballos, y perros picados por la mosca tse-tse, pero tales moscas no infectan a los seres humanos, y esto, de cualquiera forma, está demasiado al norte. De todos modos, lo importante es que he decidido cómo matar a Moore. Si esta región interior tiene insectos tan venenosos como dicen los nativos, me encargaré de que tenga un suministro de ellos, de una buena fuente que no espera, asegurándome ante todo que esté indefenso. Haré que abandone toda precaución cuando se dedique a estudiar esta especie desconocida… ¡y entonces veremos cómo sigue su curso la naturaleza! No debe ser difícil encontrar un insecto que tanto atemoriza a los negros. Primero veré qué pasa con el pobre Mevana, luego encontraré mi mensajero de muerte.
Enero 7: Mevana no mejora, a pesar que le he inyectado todas las antitoxinas que conozco. Sufre espasmos de temblor en los que divaga espantado sobre que su alma pasará, cuando muera, al insecto que le picó, pero en los intervalos descansa en una especie de estupor. El corazón aún late con fuerza, por lo que espero salvarlo. Tengo que internarlo, ya que probablemente él me guiará mejor que nadie a la región donde fue picado. Entretanto, escribiré al doctor Lincon, mi predecesor, ya que Allen, el jefe del puesto, dice que tiene un profundo conocimiento de las enfermedades locales. Si alguien conoce la mosca de la muerte, ése debe ser él. Ahora está en Nairobi, y un correo negro me traerá una respuesta en una semana… si utiliza el ferrocarril para la mitad del viaje.
Enero 10: El paciente no cambia, ¡pero he encontrado lo que buscaba! Estaba en un antiguo volumen de registros sanitarios locales que estuve revisando mientras espero la respuesta de Lincoln. Hace 30 años hubo una epidemia que mató a millares de nativos en Uganda, y fue definitivamente atribuida a una rara mosca llamada Glossina palpalis, una especie de prima de la Glossina marsitans, o tse-tse. Vive en los arbustos, en las riberas de lagos y ríos, y se alimenta de la sangre de cocodrilos, antílopes y muchos mamíferos. Cuando esas víctimas tienen el germen de la tripanosomiasis, o enfermedad del sueño, se reponen de ésta y desarrollan una aguda infección tras un periodo de incubación de 31 días. Luego, al cabo de 65 días, sobreviene una muerte segura para las víctimas. Sin duda, ésta debe ser la “mosca diablo” de la que hablan los negros. Ahora sé lo que estoy buscando. Ansío que Mevana se recupere. Espero recibir noticias de Lincon en 4 o 5 días, tiene una gran reputación de triunfos en cosas como ésta. Mi principal problema era enviar las moscas a Moore sin que las reconozca. Con su maldita erudición puede ser capaz de conocerla, ya que están registradas.
Enero 15: Acabo de recibir noticias de Lincon, quien confirma todo el registro sobre la Glossina palpalis. Tiene un remedio para la enfermedad del sueño que ha dado resultado en gran número de casos, cuando no era demasiado tarde. Inyecciones intramusculares de triparsamida. Cuando Mevana fue picado, hace unos 2 meses, no sabía cómo trabajar… pero Lincoln dice que esos casos son conocidos por durar hasta 18 meses, por lo que posiblemente no sea tarde. Lincoln ha enviado de su provisión, por lo que acabo de dar a Mevana una gran dosis. Han traído a su esposa principal al poblado, pero él no la reconoce. Si se recobrara, seguramente podrá mostrarme dónde están las moscas. Es un gran cazador de cocodrilos, según los informes, y Uganda es como un libro abierto para él.
Enero 16: Mevana parece un poco más lucido hoy, pero su corazón se ha ralentizado un poco. Seguiré con las inyecciones, pero tratando de evitar las sobredosis.
Enero 17: Hoy ha habido una notable recuperación. Mevana abrió los ojos y mostró signos de consciencia, aunque aturdido, tras la inyección. Espero que Moore no conozca la triparsamida. Hay buena oportunidad de que así sea, ya que nunca aprendió mucho de medicina. La lengua de Mevana parecía paralizada, pero espero que esto pase si puedo espabilarlo. Me gustaría echar un buen sueño,¡aunque no de esa clase!
Enero 25: ¡Mevana está casi curado! En otra semana, le llevaré conmigo a la selva. Estaba asustado cuando vino pensando que la mosca tomaría después de muerto, pero se recobró finalmente cuando le dije que se pondría bien. Su esposa, Ugowe, le prodiga toda clase de cuidados y puedo descansar algo. Luego, ¡a por los mensajeros de la muerte!
Febrero 3: Mevana está bien ahora, y le he hablado de cazar moscas. Tiene miedo de volver al lugar donde están, pero yo juego la baza de su gratitud. Además, tiene cierta idea que puedo protegerlo de la epidemia de la misma forma que le curé. Su coraje avergonzaría a un blanco, y no hay duda que irá. No me queda sino hablar con el jefe del puesto sobre la expedición, en interés de la salud local.
Marzo 12: ¡por fin estoy en Uganda! Tengo cinco porteadores además de Mevana, pero todos son gallas. No es posible lograr que los negros locales entren en la región luego que se supiera lo sucedido a Mevana. Esta jungla es un lugar pestilente, nublado de vapores miasmáticos. Todos los lagos parecen estancados. En cierto sitio, alcanzamos a los restos de ruinas ciclópeas que hicieron que incluso los gallas lo contornearan en un amplio círculo. Dicen que esos megalitos son más viejos que el hombre, y que son utilizados para cazadero o avanzadilla de “Los Pescadores del Exterior” cualesquiera que sean y de los dioses demonio Tsadogwa y Clulu. Hoy decían que ahí hay malas influencias, y que está conectado de alguna forma con las moscas-diablo.
Marzo 15: Alcanzamos el lago Mlolo esta mañana, el lugar donde Mevana fue picado. Un lugar infernal de espuma verde, repleto de cocodrilos. Mevana ha colocado una red de fino alambre cebada con carne de cocodrilo. Tiene una angosta entrada, y una vez que la presa entra, no puede salir. Son tan estúpidas como mortíferas y están ávidas de carne fresca o un bol de sangre. Espero poder conseguir un buen suministro. He decidido experimentar con ellas, encontrar una forma de cambiar su aspecto para que Moore no pueda reconocerlas. Quizás pueda cruzarlas con otras especies, creando un extraño híbrido cuya capacidad de infección no esté menguada. Veremos. Debo esperar, pero no tengo prisa. Cuando esté listo, haré que Mevana me consiga carne infectada para mis enviados de muerte… y luego al correo. No habrá problema en encontrar una fuente infecciosa, ya que este país es un pozo de pestilencias.
Marzo 16: Buena suerte. 2 cajas llenas. 5 especímenes vigorosos con alas que relumbran como diamantes. Mevana está vaciándolas en un gran bote con un tapón de malla tirante, y pienso que las hemos cogido justo a tiempo. Volveremos a M’gonga sin problema. Llevaremos mucha carne de cocodrilo para alimentarlos. Sin duda, todas o la mayoría están infectadas.
Abril 20: De vuelta en M’gonga y ocupado en el laboratorio. He pedido al doctor Joost de Pretoria algunas moscas tse-tse para experimentos de hibridación. Más que un cruce, si este trabajo concluye, debo lograr algo sumamente difícil de reconocer y a la vez tan mortífero como la palpalis. Si no resulta, trataré de obtener otro díptero del interior, y he pedido al doctor Vandervelde de Nyangwe algunos tipos del Congo. No tengo que enviar a Mevana por más carne contaminada después de todo, ya que he encontrado que puedo guardar cultivos del germen Tripanosoma gambiense, obtenido de la carne traída el mes pasado, casi independientemente en tubos. En su momento, contaminaré carne fresca y alimentaré a mis alados enviados con una buena dosis… luego, bon voyage.
Junio 18: Hoy han llegado mis moscas tse-tse de Joost. Tengo cajas para la reproducción listas desde hace mucho tiempo y ahora estoy haciendo selecciones. Trataré de utilizar rayos ultravioleta para acelerar el ciclo vital. Afortunadamente, tengo los aparatos necesarios en mi equipo regular. Naturalmente, no hablo de lo que estoy haciendo. La ignorancia de los pocos de aquí me facilita el ocultar mis intenciones y pretender estar simplemente estudiando especies actuales por razones médicas.
Junio 29: ¡El cruce es fértil! Obtuve buenas puestas el pasado miércoles, y ahora tengo algunas larvas excelentes. Si los insectos adultos se muestran extraños como deben, no necesitaré más. Estoy preparando cajas separadas y numeradas para los diferentes especímenes.
Julio 7: ¡Están saliendo nuevos híbridos! Su forma es un excelente disfraz, pero el lustre de las alas aún sugiere a la palpalis. El tórax tiene débiles sugerencias de las listas de la tse-tse. Hay ligeras variaciones según los individuos. Les alimento a todos con la carne contaminada de cocodrilo y, el desarrollo de la infección, los probaré en algún negro…aparentemente por accidente, por supuesto. Hay muchas moscas ligeramente venenosas por los alrededores, por lo que será fácil hacerlo sin despertar sospechas. Tendré que perder un insecto en mi protegido comedor cuando Batta, mi criado, traiga el desayuno, procurando resguardarme. Cuando el trabajo este hecho la volveré a capturar o la aplastaré algo fácil, gracias a su estupidez, o la asfixiaré rociando la habitación con cloro. Si no se logra la primera vez, lo intentaré hasta que funcione. Por supuesto, tendré la triparsamina a mano para el caso que me pique a mi… pero tendré cuidado de resguardarme, porque ningún antídoto es realmente seguro.
Agosto 10: La infección madura, y me las he arreglado para que Batta fuera picado de buena forma. Capturé la mosca cuando estaba sobre él, devolviéndola a su caja. Alivié la picadura con yodo, y pobre diablo está bastante agradecido por el cuidado. Probaré otra variante en Gamba, el mensajero del factor, mañana. Serán todas las pruebas que ose hacer aquí, pero si necesito más conseguiré especímenes de Ukala y lograré datos adicionales.
Agosto 11: Fallé en lo tocante a Gamba, pero recapturé la mosca viva. Batta todavía parece tan saludable como siempre y no tiene molestias en la espalda, donde fue picado. Debo esperar antes de probar de nuevo con Gamba.
Agosto 14: Al fin llegaron los especimenes de Vandervelde. Siete especímenes completamente distintas, todas más o menos venenosas. Las tendré bien alimentadas para el caso que los cruces de tse-tse no resulten. A algunos de los especímenes les desagrada la Palpalis, pero el problema es que no puedan tener cruces fértiles con ellas.
Agosto 17: Gamba resultó picado esta tarde, pero mató a la mosca mientras lo hacía. Le picó en el hombro izquierdo. Limpié la picadura, y Gamba estuvo tan agradecido como Batta. No hay cambios en Batta.
Agosto 20: Gamba sigue sin cambios… Batta también. Estoy experimentando con una nueva forma de camuflaje que complemente la hibridación: alguna especie de tinte que cambie el delator brillo de las alas de la palpalis. Un tinte azul puede servir… algo que pueda pulverizar sobre todo el lote de insectos. Iniciaré las investigaciones con azul Prusia y Tumbull… con sales de hierro y de cianuro.
Agosto 25: Batta se queja hoy de dolores en su espalda… puede que las cosas se estén desarrollando.
Septiembre 23: He hecho buenos progresos en mis experimentos. Batta muestra signos de letargo, y dice que su espalda le duele todo el tiempo. Gamba comienza a tener molestias en su hombro picado.
Septiembre 24: Batta empeora progresivamente, y comienza a temer por su picadura. Dice que debe ser obra de una mosca-diablo, y estuvo pidiendo que la matara ya que me ha visto guardarla en una caja hasta que le engañé diciendo que había muerto hacía tiempo. Dijo que no quería que su alma pasara a ella tras la muerte. Le he inyectado agua destilada con la hipodérmica, para mantener su moral alta. Evidentemente, la mosca conserva todas las propiedades de la palpalis. Gamba también ha enfermado y reproduce todos los síntomas de Batta. He decidido tratarle con triparsamina, ya que el efecto de la mosca está suficientemente probado. No lo haré con Batta, no obstante, ya que quiero tener una idea de cuánto tarda en finalizar un caso. Los experimentos de teñido están cerca de su fin. Una forma isométrica de ferrocianida ferrosa, con la adición de sales potásicas, pueden ser disuelta en alcohol y pulverizada sobre los insectos con resultados excelentes. Mancha las alas de azul sin afectar demasiado al tórax oscuro, y no se va cuando rocío a los especímenes con agua. Con este disfraz, creo poder usar los actuales híbridos de tse-tse y ahorrarme el fastidio de ulteriores experimentos. Astuto como es, Moore no reconocerá a las moscas de alas azules y con un tórax similar al de las tse-tse. Por supuesto, guardaré este asunto del tinte en absoluto secreto. Nadie debe conectarme más tarde con las moscas azules.
Octubre 9: Batta está letárgico y debe guardar cama. He administrado triparsamina a Gamba durante dos semanas, y espero que se recobre.
Octubre 25: Batta empeora, pero Gamba está casi recuperado.
Noviembre 18: Batta murió ayer y sucedió algo curioso que me provocó un escalofrío, dadas, las leyendas nativas y los propios temores de Batta. Cuando volví al laboratorio tras la muerte, escuché el más peculiar zumbido y golpeteo en la caja 12, que contenía a la mosca que picó a Batta. La criatura parecía frenética, pero guardó silencio cuando aparecí… agarrándose a la red de alambre y mirándome de la forma más extraña. Tendía sus patas a través de los alambres como si estuviera aturdida. Cuando volví de la comida con Allen, la cosa había muerto. Evidentemente, se había vuelto loca y se destrozó contra las paredes de la caja. Ciertamente, es peculiar que eso sucediera justo tras la muerte de Batta. Si algún negro lo hubiera visto, podría haber creído en la absorción del alma del pobre diablo. Enviaré mis híbridos teñidos de azul a su misión dentro de poco. La rapidez al matar de los híbridos parece ser un poco mayor que la de la palpalis pura. Batta murió tres meses y ocho días después de la infección, pero, por supuesto, existe un amplio margen de incertidumbre. Casi desearía haber dejado proseguir el caso de Gamba.
Diciembre 5: Estoy ocupado planeando el cómo hacer mi envío a Moore. Debo simular que proceden de algún entomólogo desinteresado que ha leído su Dípteros de África Central y Sur y cree que puede querer estudiar esa “nuevas e inidentificables especies”. Debe haber también amplias afirmaciones que las moscas de alas azules son inofensivas, como prueba la larga experiencia de los nativos. Moore debe estar con la guardia baja, y una de las moscas le picará tarde o temprano… aunque uno no puede decirse cuándo. Debo confiar en las cartas de los amigos de Nueva Cork. Ellos aún me hablan de Moore a veces para mantenerme informado sobre los primeros resultados, aunque juraría que los periódicos publicaran su muerte. Sobre todo, no debo mostrar ningún interés en el caso. Le remitiré las moscas durante un viaje, pero no debo ser reconocido al hacerlo. Lo mejor es que tome unas largas vacaciones en el interior, me deje la barba y envíe el paquete en Ukala, haciéndome pasar como un entomólogo de visita, y vuelva tras afeitarme la barba.
Abril 12,1930: De vuelta a M’gonga tras mi largo viaje. He enviado las moscas a Moore sin dejar pistas. Tomé unas vacaciones de Navidad el 15 diciembre y conseguí el material apropiado. Preparé un buen recipiente de correos, con un compartimiento para incluir alguna carne de cocodrilo contaminada de gérmenes como alimento de mis mensajeros. Por fin, en febrero tenía barba suficiente como para posar en un Vandyke. Aparecí por Ukala el 9 marzo y escribí una carta a Moore en la maquina de escribir del pueblo comercial. Firmé como “Nevil Wayland-Hall”, un supuesto entomólogo de Londres. Pienso que le di el tono apropiado… interés de un colega científico y todo eso. Fue artísticamente casual el enfatizar la “completa inocuidad” de los especímenes. Nadie sospechó nada. Afeité mi barba tan pronto como llegué a la sabana, para evitar un moreno desigual a mi vuelta. No utilicé porteadores nativos, excepto en un corto trecho de pantano: puedo hacer milagros con una mochila, y mi sentido de la orientación es bueno. La suerte me ha acompañado en tales viajes. Expliqué mi prolongada ausencia con alegatos a un conato de fiebre y el haberme extraviado cuando atravesaba la sabana. Pero ahora viene lo más duro psicológicamente: aguardar noticias de Moore sin mostrar interés. Por supuesto, puede quizás escapar a una picadura hasta que el veneno se desactive…pero, con su temeridad, las probabilidades son de cien a uno contra él. No tengo remordimientos, tras lo que me hizo, se merece eso y más.
Junio 30,1930: ¡Hurra! ¡El primer paso esta dado! Acabo de saber casualmente por Dyson de Columbia que Moore ha recibido unas nuevas moscas de alas azules provenientes de África, ¡y que está complemente desconcertado respecto a ellas! Ni palabra de ninguna picadura… ¡Pero si conozco la dejadez de Moore como creo, no tardará!
Agosto 27,1930: Carta de Morton en Cambridge. Afirma que Moore dice sentirse indispuesto, y habla de una picadura de insecto en la parte posterior de su cuello… De un curioso nuevo espécimen recibido a mediados de junio. ¿Habrá sucedido? Aparentemente, Moore no conecta la picadura con su debilidad. Si esto es verdad, entonces Moore ha sido picado en el período de transmisión infecciosa de los insectos.
Septiembre 12,1930: ¡Victoria! Otra carta de Dyson diciendo que Moore está en un estado verdaderamente alarmante. Ahora relaciona su enfermedad con la picadura que recibió sobre el mediodía del 19 junio, y está intrigado respecto a la identidad del insecto. Está tratando de ponerse en contacto con “Nevil Wayland-Hall”, quien le envió la remesa. Del apenas un centenar que le envíe, unas veinticinco parecen haber llegado vivas hasta él. Algunas escaparon en le momento de la picadura, pero algunas larvas aparecieron de huevos depositados durante el tiempo que estuvieron en el correo. Según Dyson, está incubando cuidadosamente tales larvas, Cuando maduren, supongo que podrá identificar el híbrido de las palpalis y las tse-tse, pero eso no le ayudará mucho ahora. ¡Se preguntará, sin embargo por qué el azul de las alas no se transmite por la herencia!
Noviembre 8,1930: Carta de media docena de amigos hablándome de la grave enfermedad de Moore. La de Dyson llegó hoy. Dice que Moore está completamente desconcertado sobre los híbridos salidos de las larvas y está comenzando a pensar que los padres pueden ser alados azules de forma artificial. Actualmente se ve obligado a guardar cama la mayor parte del día. Ninguna mención al uso del triparsamida.
Febrero 13,1931: ¡No podía ser tan bueno! Moore está agonizando, y no parece conocer el remedio, pero creo que sospecha de mí. He recibido una carta sumamente fría de Morton el último mes, donde no contaba nada sobre Moore, y ahora Dyson escribe también bastante someramente que Moore está haciendo teorías sobre todo el asunto. Ha llevado a cabo pesquisas acerca de “Wayland-Hall” por telegrama… a Londres, Ukala, Nairobi, Mombasa y otros lugares… sin, por supuesto, lograr nada. Creo que le ha dicho a Dyson lo que sospecha, pero Dyson no le creerá. Me temo que Morton sí. Creo que sería mejor hacer planes para salir de aquí y cambiar de identidad. ¡Vaya un final para una carrera que comenzó tan bien! La mayor parte de la culpa es de Moore… ¡pero ahora ha pagado con creces! Creo que volveré a Sudáfrica y quizás pueda depositar discretamente fondos para avalar mi nueva identidad: “Frederick Nasmyth de Toronto Canadá, agente de propiedades mineras”. Asentaré una nueva firma para identificación. Si nunca tengo que dar ese paso, puedo retransferir los fondos a mi verdadera identidad.
Agosto 15,1931: Ha pasado medio año, y aún sigue la incertidumbre. Dyson y Morton y otros amigos han dejado de escribirme. El doctor James de San Francisco tiene noticias puntuales, por amigos de Moore, y dice que Moore está en un coma casi continuo. No es capaz de andar desde mayo. Lo más que puede articular son quejas sobre el frío. Ahora no puede hablar, aunque se cree que aún tiene brotes de consciencia. Su respiración es rápida y entrecortada, y puede oírse a distancia. No hay duda que el Tripanosoma gambiense ha hecho su presa en él… pero aguanta más que los negros de por aquí. Tres meses y ocho días bastaron para Batta, y Moore sigue vivo casi un año después de ser picado. Este último mes he oído rumores sobre una intensiva búsqueda de “Wayland-Hall” por los alrededores de Ukala. No creo que necesite preocuparme aún, sin embargo, porque no hay nada que me relacione con ese asunto.
Octubre 7,1931: ¡Se acabó! Noticia de la Gaceta de Mombasa. Moore murió el 20 septiembre tras una serie de espasmos y con una temperatura muy por debajo de lo normal. ¡Con eso basta! ¡Dije que lo haría y lo hice! El periódico trae un reportaje de tres columnas sobre la larga enfermedad y muerte, así como sobre la inútil búsqueda de “Wayland-Hall”. Obviamente, Moore tenía mayor relevancia en África de lo que yo pensaba. El insecto que le picó ha sido ahora identificado totalmente, gracias a los especímenes supervivientes y las larvas desarrolladas, y las alas teñidas también han sido detectadas. Se acepta universalmente que las moscas fueron preparadas y enviadas para atentar contra su vida. Moore, según parece, comunicó ciertas sospechas a Dyson, pero este último y la policía callan debido a la ausencia de pruebas. Todos los enemigos de Moore están siendo investigados, y la Associated Press insinúa que “tendrá lugar una investigación que posiblemente involucre a un eminente médico, actualmente en ultramar”. Algo al final del reportaje indudablemente, obra del romanticismo barato del periodista amarillo me provocó un curioso estremecimiento en vista de las leyendas de los negros y la forma en que enloqueció la mosca cuando Batta murió. Parece que ocurrió un extraño incidente la noche de la muerte de Moore: Dyson fue despertado por el zumbido de una mosca de alas azules que inmediatamente escapó por la ventana justo antes que la enfermera telefoneara desde la casa de Moore, a unos kilómetros de distancia, en Brooklyn, informando de su muerte. Pero en lo que me concierne, a que más me interesa es el final del asunto africano. La gente de Ukala recuerda al barbado extranjero que escribió la carta y envió el paquete, y la policía está batiendo el país en busca de cualquier blanco que pudiera haberlo enviado. No contraté a muchos, pero si los agentes interrogan a los Ubandeses que me guiaron a través del cinturón de jungla de N’kini, tendré que explicar más de lo que deseo. Parece haber llegado el momento que desaparezca, mañana creo que dimitiré y me prepararé a marchar a lugares desconocidos.
Noviembre 9,1931: Ha sido un trabajo arduo que aceptaran mi renuncia, pero la liberación ha llegado hoy. No deseo agravar la sospecha huyendo abiertamente. La última semana he recibido noticias de James sobre la muerte de Moore… nada que no estuviera en los periódicos. Sus allegados de Nueva York parecen bastante reticentes a dar detalles, aunque todos hablan de una investigación en curso. Ni palabra de mis amigos del Este. Moore debió difundir peligrosas sospechas antes de perder el conocimiento, pero no existe ni un ápice de prueba que pueda presentarse contra mí. Aún así, no voy a correr riesgos. El jueves, saldré para Mombasa y allí tomaré un vapor hacia la costa de Durban. Tras de eso, me esfumaré…pero, poco después, el agente de propiedades mineras Frederick Nasmyth Mason, de Toronto, aparecerá en Johannesburgo. Este será el final de mi diario. Si bien no es el fin que yo esperaba, servirá para su propósito original tras mi muerte y revelará lo que de otra forma no sería conocido. Si, por otra parte, esas sospechas se materializan y persisten, confirmará y aclamará los difusos cargos y llenará muchos huecos importantes y desconcertantes. Por supuesto, si me veo en peligro, lo destruiré.Bueno, Moore esta muerto… se lo merecía de sobra. Ahora el doctor Thomas Slaunwite también esta muerto. Y cuando el cuerpo originario de Thomas muera, el público tendrá este diario...
Enero 15, 1932: Un nuevo año… y una renuente reapertura de este diario… Ahora estoy escribiendo solamente para aliviar mis pensamientos, ya que es absurdo fantasear con que el caso no está definitivamente cerrado. Estoy alojado en el Hotel Vaal de Johannesburgo, con mi nuevo nombre, y nadie ha puesto en duda mi identidad. Tengo algunos tratos de palabra sin cerrar para guardar mi apariencia de agente minero, y creo que podré actuar muy pronto en tales negocios. Más tarde iré a Toronto y crearé unas pocas evidencias de mi ficticio pasado. Pero lo que me molesta es un insecto que invadió mi habitación sobre el mediodía de ayer. Por supuesto, he tenido toda clase de pesadillas sobre moscas azules más tarde, pero eso era de esperar en vista de mi actual tensión nerviosa. Ese ser, no obstante, era una realidad palpable, y no sé qué pensar. Zumbó alrededor de mi estantería durante un buen cuarto de hora y esquivo cualquier intento de capturarla o matarla. Lo más extraño era su aspecto y color… ya que tenia alas azules y, en todo, era un duplicado de mis híbridos mensajeros de muerte. Cómo puede ser uno de ellos, de hecho, es algo que no puedo saber. Me deshice de todos los híbridos manchados o no que no envié a Moore y no puedo recordar ninguna fuga. ¿Será todo una alucinación? ¿O puede, algún espécimen de los que escaparon en Brooklyn cuando Moore fue picado haber encontrado el camino de vuelta a África? Está aquella absurda historia de la mosca azul que despertó a Dyson al Morir Moore… Pero, después de todo, la supervivencia y retorno de alguno de los seres no es imposible. Es Perfectamente plausible que el azul permanezca en sus alas, también ya que el pigmento artificial era casi tan bueno como para tatuarlos permanentemente. Por eliminación, creo que es la única explicación racional para este asunto, aunque es muy curioso que este ejemplar haya llegado tan al sur. Posiblemente se deba a algún instinto hereditario de residencia inherente a la tse-tse. Después de todo, ese lado suyo pertenece a Sudáfrica.
Debo protegerme de una picadura. Por supuesto, la toxina original si de hecho es una de las moscas huidas de Moore se ha perdido hace mucho tiempo; pero el ejemplar puede haber comido al volver de América y llegado tal vez por África Central, reinfectándose. De hecho, es lo más probable, ya que la palpalis que es la mitad de su herencia pueda haberla llevado de vuelta a Uganda y a los gérmenes de la tripanosomiasis. Aún conservo la triparsamida no fui capaz de destruir mi maletín médico, no importa lo delator que pueda resultar pero, desde que estudié el caso, ya no estoy tan seguro como antes de la eficacia de la droga. Hay posibilidades contrapuestas: ciertamente salvó a Gamba, pero existen grandes probabilidades de fallo. Es endemoniadamente extraño que esta mosca haya llegado hasta mi habitación. ¡Con todos los sitios que hay en la gran extensión de África! Es demasiada coincidencia. Supongo que si vuelve, podré por fin matarla. Me sorprendió que escapara hoy de mí, ya que esos ejemplares suelen ser estúpidos y fáciles de capturar. ¿No habrá sido una ilusión después de todo? Ciertamente, el calor me cansa últimamente como nunca… como ni siquiera en Uganda.
Enero 16,1932: ¿Estaré volviéndome loco? La mosca volvió este mediodía y se comportó de forma tan extraña que no supe qué pensar. Sólo a un espejismo por mi parte puede deberse lo que esa plaga zumbadora pareció hacer. Salió de ningún sitio y se puso a revolotear por la estantería… circundando una y otra vez frente a la copia del Dípteros de África Central y del Sur de Moore. A cada momento se posaba en el tope o el lomo del volumen y, ocasionalmente, se lanzaba hacia mí, retrocediendo antes que pudiera golpearla con un periódico doblado. Esas astucias son impropias de los notoriamente estúpidos dípteros africanos. Durante una media hora, intenté coger al maldito bicho, pero acabó escapando por la ventana a través de un hueco de la mosquitera en el que no había reparado. A veces creí que se burlaba deliberadamente de mí, poniéndome dentro del alcance de mi arma y luego huyendo diestramente antes que pudiera golpearla. Tengo que mantener firmes mis nervios.
Enero 17,1932: O Estoy loco o el mundo está en el brote de una brusca suspensión de las leyes de la probabilidad, tal y como las conocemos. Esta maldita mosca volvió a aparecer un poco antes del mediodía y comenzó a zumbar alrededor de los Dípteros de Moore de mi estantería. De nuevo traté de capturarla y de nuevo se repitió la experiencia de ayer. Finalmente, el bicho se acerco a mi tintero y se sumergió en él, tan sólo las patas y el tórax, dejando afuera las alas. Luego ascendió hasta el techo y lo embistió, comenzando a serpentear siguiendo un camino curvo y dejando un rastro de tinta. Tras un rato, descansó un instante e hizo un sencillo trazo desconectado del resto… luego cayó casi sobre mi rostro y desapareció de mi vista antes que pudiera alcanzarla. Algo en todo este asunto me parece monstruosamente siniestro y anómalo… más de lo que puedo explicarme. Cuando contemplé el rastro de tinta del techo desde diferentes ángulos, fue volviéndose progresivamente familiar para mí y, repentinamente, me percaté que formaba un signo de interrogación totalmente perfecto. ¿Qué artificio puede ser más malignamente apropiado? Esto es un prodigio que no puedo desdeñar. Los empleados del hotel no saben nada. No han visto la mosca esta tarde, y voy a guardar cerrado mi tintero. Pienso que la ejecución de Moore está pesándome y provocándome alucinaciones morbosas. Quizás no existe ninguna mosca.
Enero 18,1932: ¿En qué extraño infierno de pesadillas me hallo sumido? Lo qué sucedió ayer es algo que normalmente no puede suceder… y además un empleado del hotel ha visto el signo en el techo y da fe de su realidad. Sobre las 8 de esta mañana, mientras estaba escribiendo a mano, algo se lanzó por un instante sobre el tintero y se marchó antes que pudiera ver lo que era. Observando, vi a la infernal mosca en el techo, allá donde estuviera antes… serpenteando y trazando otro rastro de curvas y giros. No había nada que pudiera hacer, pero doblé un periódico con la esperanza que la criatura llegara a volar lo bastante cerca. Cuando hubo hecho varios giros en el techo, voló hasta un rincón oscuro y desapareció, y observando arriba, hacia el yeso doblemente pintarrajado, ¡vi que el nuevo trazo de tinta era un inmenso e inconfundible número 5! Durante un rato estuve casi inconsciente, sumido en una ola de indescriptible amenaza de la que no podía plenamente percatarme. Después, recobré mi resolución y tomé el camino de la acción. Acudiendo a una farmacia, obtuve goma y otros útiles necesarios para preparar una trampa pegajosa, así como otro tintero. Volviendo a mi habitación, llené el nuevo tintero con la mezcla adhesiva y lo deposité donde estaba el otro, dejándolo abierto. Luego traté de concentrar mi mente en leer. Sobre las 3, volví a escuchar al maldito insecto, y le vi revolotear sobre el nuevo tintero. Descendió hasta la pegajosa superficie, pero no la tocó y luego vino directo a mí… retrocediendo antes que pudiera golpearle. Luego, fue hasta la estantería y revoloteó alrededor del tratado de Moore. Hay algo oscuro y diabólico en el hecho que el invasor se demore junto a ese libro. Lo peor parte es la última. Alejándose del libro de Moore, el insecto voló hacia la ventana abierta y comenzó a embestir rítmicamente contra la mosquitera de alambre. Eran series de golpes, seguidas de otra serie de igual longitud y otra pausa. Algo en esa forma de actuar me atontó durante unos instantes, pero luego fui a la ventana y traté de matar al nocivo ser. Como de costumbre, no lo logré. Simplemente, voló por la habitación hasta la lámpara y comenzó a batir el mismo ritmo en la rígida pantalla de cartón. Sentí una vaga desesperación y procedí a cerrar todas las puertas, como había hecho con la ventana con la mosquitera del minúsculo agujero. Parecía totalmente necesario matar a ese persistente ser cuyos acosos están desequilibrando rápidamente mi cerebro. Luego, contando inconscientemente, me percaté que cada serie de golpes tenía exactamente 5 golpes. 5… ¡El mismo número que el ser ha trazado con tinta en el techo esta mañana! ¿Puede haber alguna conexión concebible? La idea es demencial, ya que implica que la mosca híbrida posee un intelecto y conocimiento de las figuras escritas propio de los humanos. Un intelecto humano… ¿No lleva esto a las más primitivas leyendas de los negros de Uganda? Y Además está esa infernal astucia con que me elude, en contraste con la normal estupidez de los de su especie. Mientras dejaba a un lado mi periódico doblado y me sentaba con un horror que iba en aumento, el insecto zumbó alejándose y desapareció por un agujero del techo, donde el eje del ventilador penetra en la habitación.
Esta marcha no me sobresaltó, ya que mi cabeza se había lanzado a una serie de extrañas y terribles reflexiones. Si esta mosca tiene una inteligencia humana, ¿de donde proviene? ¿Hay algo de verdad en la idea nativa que esas criaturas roban la personalidad de su víctima tras la muerte de esta ultima? Siendo así, ¿cuál es la personalidad de esta mosca? Había deducido que debía ser uno de aquellos huidos de las manos de Moore en el momento de ser picado. ¿Es éste el enviado de la muerte que ha picado a Moore? Si es así, ¿Qué quiere de mí? ¿Qué quiere, en cualquier caso, de mí? Empapado en sudor frió, recordé las acciones de la mosca que había picado a Batta cuando este murió. ¿Había sido su propia personalidad desplazada por la de su víctima muerta? Luego estaba el reportaje sensacionalista sobre la mosca que había despertado a Dyson cuando murió Moore. Respecto a esta mosca que me acosa, ¿podría ser que lleve una vengativa personalidad humana en su interior? ¡Cómo revolotea alrededor del libro de Moore!… pero me negué a creer un ápice de todo eso. Entonces empecé a convencerme que la criatura estaba en efecto infectada y de la forma más virulenta. Con maligna deliberación, puesta de evidencia por cada acto, seguramente se había infectado voluntariamente con los bacilos más mortíferos de toda África. Mi mente, profundamente afectada, estaba ahora dando todo eso por sentado.
Llamé nuevamente al recepcionista Y solicité alguien que taponara el agujero del eje y otras posibles fisuras de la habitación. Dije que las moscas me atormentaban, y pareció bastante comprensivo. Al llegar el hombre, le mostré los trazos de tinta del techo, que él reconoció sin ninguna dificultad. ¡Luego son reales! El parecido con una interrogación y un 5 le asombraron y fascinaron. Por fin, obturó todos los agujeros que pudo encontrar y reparó la mosquitera, por lo que ya puedo tener abiertas las ventanas. Evidentemente, me catalogó como algo excéntrico, sobre todo porque no apareció ni un insecto mientras estuvo allí. Pero eso a mí no me importa. Esta tarde la mosca no ha venido. ¡Sabe Dios qué es, qué quiere, o qué será de mí!
Enero 19:1932 Estoy completamente sumido en el horror. El ser me ha tocado. Hay algo monstruoso y demoníaco obrando a mi alrededor, y yo soy una víctima indefensa. Durante la mañana, cuando volví del desayuno, el diablo alado del infierno entró en la habitación sobre mi cabeza y comenzó a embestir de nuevo contra la mosquitera, tal como lo hiciera ayer. Esta vez, no obstante, cada serie de golpes constaba de sólo 4 golpes. Me abalancé sobre la ventana e intenté cogerla, pero se escapó como es habitual y voló sobre el tratado de Moore, donde comenzó a zumbar, circundándolo burlonamente. Su aparato vocal es limitado, pero me percaté que sus zumbidos formaban grupos de 4. En ese momento yo estaba ciertamente loco, ya que le dije:
“Moore, por amor a Dios, ¿que quieres?” Cuando hice esto, la criatura detuvo bruscamente sus círculos, voló hacia mí e hizo un bajo y gracioso picado en el aire que sugería un arco. Luego voló de vuelta al libro. Al menos, creí verla hacer todo esto… pero no puedo confiar demasiado en mis nervios. Luego vino lo peor. Había dejado la puerta abierta, deseando que el monstruo se fuera si no podía atraparlo, pero, sobre las 11:30, cerré la puerta, creyendo que se había ido. Luego me senté a leer. Justo a mediodía sentí un cosquilleo en el reverso de mi cuello, pero al palpar no encontré nada. Un instante después, sentí de nuevo el cosquilleo… y, antes de poder moverme, el indescriptible engendro infernal apareció ante mi vista, viniendo desde detrás, hizo otro de sus burlones y graciosos picados en el aire, y voló a través del agujero de la llave… que nunca soñé que fuera suficientemente amplio para permitirla pasar. Esa cosa me ha tocado, no hay duda. Lo ha hecho sin dañarme… y entonces recordé con un repentino y helado espanto que Moore fue picado en la parte trasera del cuello, a mediodía. No ha habido más apariciones desde entonces… pero he obturado todos los ojos de cerradura con papel y tengo un periódico doblado, listo para usar cada vez que abro la puerta para salir o entrar.
Enero 20:1932 todavía no puedo creer totalmente en lo sobrenatural, aunque temo que estoy perdido. El asunto es demasiado para mí. Justo antes del mediodía de hoy el demonio apareció por fuera de la ventana y repitió su operación de embestidas, pero vez con series de 3. Cuando llegué hasta la ventana, había volado fuera de la vista. Aún tengo bastante presencia de ánimo como para hacer otro intento de defensa. Quitando las mosquiteras, las he untado de mi preparación pegajosa, la misma que utilicé en el tintero por dentro y por fuera, y volví a colocarlas en su lugar. Si la criatura intenta nuevos redobles, ¡será su fin!
Enero 21 1932 En el tren de Bloemfontein. Me he ido. El ser ha ganado. Tiene una inteligencia diabólica contra la que mis artefactos son ineficaces. Apareció en el exterior de la ventana esta mañana, pero no tocó la red pegajosa. En vez de eso, se mantuvo sin posarse y comenzó a revolotear en círculos, dos cada vez, seguidos de una pausa en el aire. Tras realizar varias evoluciones, voló fuera de la vista sobre los tejados de la ciudad, Mis nervios están a punto de romperse, ya que tales sugerencias de números son susceptibles de espantosas interpretaciones. El lunes la cosa trazó el número 5, el martes, el 4 el miércoles el 3 y hoy el 2. 5, 4, 3, 2… ¿Qué puede ser sino una monstruosa e impensable cuenta atrás de días? Con qué propósito, sólo los poderes maléficos del universo pueden saber. Me pasé toda la tarde empacando y organizando mis baúles, y he tomado el expreso nocturno de Bloemfontein un cómodo y excelente establecimiento, pero el horror me persigue. He cerrado puertas y ventanas, he bloqueado las cerraduras, buscado posibles fisuras y bajado todas las pantallas, pero justo antes del mediodía escuché un turbio golpe. Alzando la pantalla, vi a la maldita mosca, tal como había esperado. Describió un largo y lento círculo en le aire y luego voló fuera de la vista. Me quedé hecho un guiñapo, y tuve que descansar en el diván. ¡1! Estaban claras las implicaciones del Mensaje del monstruo. Un Golpe, un círculo. ¿Significa esto un día antes más antes que me alcance algún impensable destino? ¡Debo volver a huir o permanecer aquí sellando la habitación. Tras una hora de descanso, me sentí capaz de obrar y pedí una amplia reserva de carne empaquetada y enlatada así como ropa limpia y toallas para que me la envíen. Mañana, bajo ninguna circunstancia abriré ni un resquicio de la puerta o ventana. Cuando la comida y la ropa llegaron, el negro me miró de forma extraña, pero no me preocupa cuán excéntrico o demente pueda parecer. Estoy siendo hostigado por poderes peores que el ridículo. Habiendo recibido mis suministros, recorrí cada milímetro de las paredes y obturé cada microscópica abertura que pude encontrar. Por fin, me siento capaz de dormir realmente.
(Aquí la caligrafía se vuelve irregular, nerviosa y muy difícil de descifrar.)
Enero 23:1932 Es mediodía, y siento que va a suceder algo sumamente terrible. No he dormido como esperaba, a pesar que no pude casi hacerlo anoche en el tren. Me levanté temprano, y he tenido problemas para concentrarme en algo, sea leer o escribir. Esa cuenta atrás lenta y deliberada de días es demasiado para mí. No sé qué es lo que está mal… si la naturaleza o mi cerebro. Hasta cerca de las 11 hice muy poco, excepto pasear arriba y abajo por la habitación. Luego escuché un crujido en los paquetes de comida que me trajeron ayer, y esa mosca demoníaca surgió ante mis ojos. Cogí algo plano y lancé golpes al ser a pesar de mi miedo pánico, sin más efecto que el habitual. Tal como había previsto, ese horror de alas azules se retiró como de ordinario hacia la mesa donde había amontonado mis libros y se posó durante un segundo en el Dípteros de África Central o del Sur de Moore. Luego, mientras la seguía con la mirada, voló sobre el reloj de la repisa y se posó en la esfera, cerca del número 12. Antes que pudiera intentar ningún movimiento, había comenzado a reptar por la esfera muy lenta y deliberadamente… en la dirección de las manecillas. Pasó sobre el minutero, se retorció arriba y abajo, pasó la manecilla de las horas y finalmente se detuvo exactamente sobre el número 12. Al hacer esto agitó las alas con un sonido zumbante. ¿Es un prodigio de alguna clase? Me estoy volviendo tan supersticioso como los negros. Acaban de pasar las 11. ¿Serán las 12 el final? Aún me queda un último recurso, surgido de mi mente bajo la total desesperación. Quisiera haberlo pensado antes. Recordando que mi maletín de medico contiene las sustancias necesarias para generar cloruro, he decidido llenar la habitación con ese vapor letal: asfixiando a la mosca mientras que me protejo con un pañuelo empapado en amoníaco y colocado sobre el rostro. Afortunadamente, tengo una buena reserva de amoníaco. Esta rústica mascara probablemente neutralizará los vapores del acre clorhídrico mientras muere el insecto… o queda al menos lo bastante aturdido como para poder aplastarlo. Pero debo apresurarme.
¿Cómo estar seguro que el ser no me picará bruscamente antes que mi preparado esté listo? No debo detenerme para escribir este diario.
Más tarde. Ambos elementos, ácido hidroclorhídrico y dióxido de manganeso, están sobre la mesa, listos para la mezcla. He anudado el pañuelo sobre mi nariz y boca, y tengo un bote de amoníaco preparado para empaparlo en cuanto esté listo el cloruro. He bajado ambas ventanas. Pero no me gustan los actos de este demonio híbrido. Permanece en el reloj, pero se mueve lentamente por la esfera hacia el 12 siguiendo el avance gradual del minutero. ¿Será ésta mi última anotación en este diario? Sería inútil tratar de negar las sospechas. Demasiado a menudo un grano de increíble verdad acecha bajo la más salvaje y fantástica de las leyendas. ¿Es quizás la mosca que le picó y que, consecuentemente, absorbió su conciencia a su muerte? Si es así, y me pica, ¿desplazará mi propia personalidad a la de Moore y entrará en ese ser zumbante cuando muera a resultas de la picadura? Quizás, no obstante, no necesite morir, aún si llega hasta mí. Siempre esta el recurso de la triparsamina. Y no me arrepiento de nada. Moore tenia que morir, él se lo buscó.
Un poco más Tarde. La mosca se ha detenido en la esfera, cerca de la marca de los ¾ cuartos de hora. Ahora son las 11:30 AM. Estoy empapando el pañuelo sobre mi rostro con amoníaco y manteniendo a mano la botella para ulteriores aplicaciones. Ésta será la anotación final antes que mezcle el ácido y el manganeso, y libere el cloruro. No puedo perder tiempo, pero, para este diario, he perdido totalmente la razón hace tiempo. La mosca parece inquietarse y el minutero se aproxima. Ahora, el cloruro…
(Fin del diario)
El 24 de enero 1932, tras repetidas llamadas que no obtuvieron respuesta del excéntrico alojamiento en la habitación 303 del Hotel Orange, un empleado entró con una llave maestra y posteriormente huyó gritando escaleras abajo, para contar al recepcionista lo que había encontrado. Éste, tras avisar a la policía, reclamó al director, y este último acompaño al agente De Witt, el juez Bogaert y el doctor Van Keulen a la fatal habitación. Su ocupante yacía muerto en el suelo, boca arriba y cubierto con un pañuelo que olía fuertemente a amoníaco. Bajo éste, sus facciones mostraban una expresión de tenso y completo miedo que se contagió a los observadores. En la parte trasera del cuello, el doctor Van Keulen encontró una virulenta picadura de insecto de un rojo intenso, con un anillo púrpura a su alrededor que sugería la de una mosca tse-tse o algo todavía menos inocuo. El examen mostró que la muerte debió producirse por lo menos de un ataque cardíaco, producido por el puro miedo antes que de la picadura… aunque una posterior autopsia indicó que el germen de la tripanosomiasis se había introducido en su sistema. Sobre la mesa descansaban algunos objetos: un gastado libro de cuero conteniendo el diario arriba transcrito, una pluma, un taco de hojas y un tintero abierto, un maletín de médico con las iniciales «T.S.» grabadas en oro, botes de amoníaco y ácido hidroclorhídrico, y un vaso lleno hasta su cuarta parte de dióxido de manganeso negro. La botella de amoníaco mereció un segundo vistazo, debido a lo que había en el interior del fluido. Mirando atentamente, el juez Bogaert vio que su extraño ocupante era una mosca.
Parecía ser alguna especie de híbrido con un vago parentesco con la tse-tse, pero sus alas mostrando un débil azul a pesar de la acción del fuerte amoníaco eran un completo misterio. Algo en todo esto evocó un débil recuerdo de noticias periodísticas en el doctor Van keulen; un recuerdo que el diario pronto confirmó. Sus extremidades inferiores parecían haber podido borrar totalmente. Quizás había caído en algún momento en el tintero, aunque las alas están intactas. ¿Pero cómo se las habría arreglado para caer en la botella de cuello angosto del amoníaco? ¡Era como si, deliberadamente, la criatura se hubiera arrastrado por allí para suicidarse! Pero lo más extraño de todo fue lo que descubrió el agente De Witt en el liso techo blanco sobre sus cabezas cuando sus ojos se alzaron curiosamente. A su grito, los otros 3 siguieron su mirada… incluso el doctor Van Keulen, que llevaba algún tiempo ojeando el gastado libro de cuero con una expresión donde se mezclaba el horror, la fascinación y la incredulidad. En el techo había una serie de temblorosos y titubeantes trazos, como los que haría el paso de un insecto bañado en tinta. Al instante, todos pensaron en las manchas de la mosca tan extrañamente hallada en la botella de amoníaco.
Pero aquéllas no eran trazos ordinarios de tinta. Aún al primer vistazo, se descubría algo inquietantemente familiar en ellos, y una investigación más de cerca provocó boqueos de sobresaltado asombro a los 4 observadores. El juez Bogaert miró por toda la habitación, en busca de instrumentos o útiles o muebles apilados que hubieran hecho posible la realización de esas temblorosas marcas fueran trazadas por la mano humana. No encontraron nada parecido, volvió su curiosa, y casi espantada, mirada hacia arriba. Ya que, más allá de cualquier duda, aquellas manchas de tinta formaban definidas letras del alfabeto… letras agrupadas coherentemente para formar palabras inglesas. El doctor fue el primero en descifrarlas, y los otros escucharon sin aliento mientras recitaba el mensaje demencial tan increíblemente garabateado en un lugar fuera del alcance de la mano humana.
“VER MI DIARIO… ME COGIÓ PRIMERO… MORÍ… LUEGO VI QUE ESTABA EN ELLA… LOS NEGROS TENÍAN RAZÓN… HAY EXTRAÑOS PODERES EN LA NATURALEZA… AHORA AHOGARÉ LO QUE HA QUEDADO…”
Entonces en mitad del silencio desconcertado que siguió, el doctor Van Keulen comenzó a leer en alto el gastado diario de cuero".
H.P. Lovecraft/Hazel Heald
El gastado libro de tapas de cuero era el diario del muerto tendido en el suelo, y, rápidamente, quedó claro que el nombre “Frederick N. Mason, Prospecciones Mineras, Toronto, Canadá”, con el que había firmado el registro del hotel, era falso. Había otros hechos terribles hechos igualmente se hicieron evidentes; y aún otros mucho más terroríficos que se insinuaron odiosamente, sin llegar a clarificarse o ser incluido completamente creíbles. Fue la creencia a medias de los cuatro hombres, fomentada por vidas gastadas en la proximidad de los negros y ocultos misterios del África profunda, lo que les hizo temblar tan violentamente a pesar del bochornoso calor de enero. El cuaderno no era tan grande, y las anotaciones eran de buena caligrafía, que, no obstante, se volvía descuidada y nerviosa hacia el final. Estaba formado por una serie de apuntes irregularmente espaciados al principio, pero hacia el final se convertían en un diario. Llamar a esto diario no sería exactamente correcto, ya que registraba sólo una clase de las actividades de su autor. El doctor Van Keulen reconoció el nombre del difunto en un instante de abrir la cubierta, ya que pertenecía a un eminente miembro de su propia profesión que había estado ampliamente conectado con los asuntos africanos. En otro instante, quedó horrorizado al encontrar este nombre ligado a un vil crimen oficialmente sin resolver que había llenado los periódicos unos cuatro meses atrás. Y cuanto mas leía, más profundo se volvía su horror y espanto, así como sus sentimientos de aversión y pánico.
He aquí, en esencia, el texto que el doctor leyó en voz alta en aquella siniestra y progresivamente hedionda estancia, mientras los 3 hombres de su alrededor resollaban inquietos en sus sillas y lanzaban espantadas miradas al techo, la mesa y la cosa del suelo, y hacia algo más.
DIARIO DE THOMAS SLAUENWITE, M.D.
Sobre el castigo a Henry Sargent Moore, doctor en Filosofía de Brooklyn, Nueva York, profesor de Biología Invertebrada en la Universidad de Columbia, Nueva York, N.Y. Redactado para ser leído tras mi muerte, para la satisfacción de hacer público el cumplimiento de mi venganza, que de ninguna otra manera podría serme imputada, aun en el caso de tener éxito.
Enero 5 de 1929: Ahora estoy totalmente decidido a matar al doctor Henry Moore, y un reciente incidente me ha mostrado cómo hacerlo. Desde ahora, seguiré una constante línea de acción; de ahí que comience este diario. Apenas es necesario repetir las circunstancias que me han hecho tomar este camino, ya que la parte informada del público está familiarizada con los hechos más relevantes. Nací en Trenton, Nueva Jersey, el 12 abril de 1885, hijo del doctor Paul Slauenwite, originario de Pretoria, Transvaal, Sudáfrica. Estudié medicina según la tradición familiar y, siguiendo las recomendaciones de mi padre (muerto en 1916 mientras servía en el regimiento sudafricano destinado en Francia), me especialicé en fiebres africanas, y tras mi graduación en Columbia, dediqué mucho tiempo a investigaciones que me llevaron a Durban, Natal y al propio ecuador. En Mombasa, trabajé sobre una nueva teoría acerca de la transmisión y desarrollo de la fiebre intermitente, ayudado tan sólo ligeramente por la documentación del último médico gubernamental, sir Norman Sloane, que encontré en la casa en la que me albergaba. Al publicar mis resultados, pasé de golpe a ser una famosa autoridad. Se me habló de la posibilidad de lograr una posición casi suprema en el Ministerio De Salud en Sudáfrica, y quizás el título de caballero, en el caso de adquirir la nacionalidad, y decidí dar los pasos oportunos.
Entonces ocurrió el suceso por el que voy a matar a Henry Moore. Este hombre, compañero de clase y amigo durante años en América y África, buscó deliberadamente socavar mis derechos a mi propia teoría, alegando que sir Norman Sloane se había anticipado a mí en los principales detalles, e insinuado que probablemente había encontrado más documentación que la presentada en mi informe. Para respaldar esta absurda acusación suministró algunas cartas personales de sir Norman que, en efecto, mostraban que el anciano estaba sobre la pista y hubiera publicado en breve sus resultados de no mediar su brusca muerte. Esto último sólo pudo admitirlo con pesar. Pero lo que no puedo excusar es la envidiosa sospecha que había hurtado la teoría de la documentación de sir Norman. El Gobierno británico, bastante sensible, ignoró tales calumnias, pero denegó el a medias prometido nombramiento y distinciones basándose en que mi teoría, aunque original, no era algo nuevo. Pronto pude ver que mi carrera en África estaba sensiblemente dañada, aunque había puesto todas mis ilusiones en ella, aún hasta el punto de renunciar a la ciudadanía americana. Se notaba, en el gobierno de Mombasa, una perceptible frialdad hacia mí, especialmente entre quienes habían conocido a sir Norman.
Fue entonces cuando decidí vérmelas con Moore tarde o temprano, aunque no sabía cómo. Había envidiado mi pronta celebridad y había utilizado su antigua correspondencia con sir Norman para arruinarme. Eso, el amigo a quien había guiado para interesarse en África, a quién había preparado e inspirado hasta que adquirió su actual modesta fama. Como una autoridad en entomología africana. Aún ahora, empero, no niego que estos logros son importantes. Lo reconozco y, en pago, él me ha arruinado. Ahora algún día le destruiré. Cuando me vi caído en Mombasa, me dediqué a mi presente ocupación en el interior, en M’gonga, a unos 24 kilómetros de la frontera de Uganda. Es un puesto de comercio del algodón y del marfil, con sólo 8 blancos a parte de mí.
Un agujero infecto, casi en el ecuador, y repleto de toda clase de fiebres conocidas por la humanidad. Serpientes venenosas e insectos de todas clases, y negros con dolencias que nadie conoce fuera de la Facultad de Medicina. Pero mi trabajo no es duro, y tengo mucho tiempo para planear qué hacer con Henry Moore. Me divierte dar a su Dípteros de África Central y del Sur un lugar destacado en mi biblioteca. Supongo que en la actualidad es un manual estándar utilizando en Columbia, Harvard y la U. de Wis, pero mis propias sugerencias son realmente responsables de la mitad de sus puntos fuertes. La pasada semana encontré lo que me dijo de cómo matar a Moore. Un grupo de Uganda trajo con una extraña enfermedad que aún no he podido diagnosticar. Estaba en estado letárgico, con una temperatura realmente baja, y le rehuían de una forma peculiar. La mayoría de sus compañeros tenían miedo de él y decían que estaba bajo algún hechizo de un doctor brujo, pero Gobo, el intérprete, dijo que había sido picado por un insecto. Lo que fuera, no puedo imaginarlo, ya que es sólo una leve punción en el brazo. Es de un rojo brillante, sin embargo, con un anillo púrpura a su alrededor. Es una visión espectral… no me extraña que los porteadores caigan en la superstición de la magia negra.
Parecen haber visto otros casos iguales, y dicen que no hay nada que hacer. El viejo N’Kuru, uno de los gallas del puesto, dice que debe ser la picadura de la mosca-diablo, que hace decaer progresivamente a sus víctimas hasta la muerte y, entonces, toma su alma y personalidad como si aún viviera… y se va volando con todos sus gustos, disgustos y conciencia. Una extraña leyenda: no conozco ningún insecto local lo bastante mortífero como para provocarla. Suministré a este enfermo -su nombre es Melena- una buena dosis de quinina y tomé una muestra de su sangre para estudiarla, pero no he hecho grandes progresos. En verdad, hay un extraño germen presente, pero no puedo identificarlo siquiera remotamente. Lo más cercano es el bacilo que se encuentra en los bueyes, caballos, y perros picados por la mosca tse-tse, pero tales moscas no infectan a los seres humanos, y esto, de cualquiera forma, está demasiado al norte. De todos modos, lo importante es que he decidido cómo matar a Moore. Si esta región interior tiene insectos tan venenosos como dicen los nativos, me encargaré de que tenga un suministro de ellos, de una buena fuente que no espera, asegurándome ante todo que esté indefenso. Haré que abandone toda precaución cuando se dedique a estudiar esta especie desconocida… ¡y entonces veremos cómo sigue su curso la naturaleza! No debe ser difícil encontrar un insecto que tanto atemoriza a los negros. Primero veré qué pasa con el pobre Mevana, luego encontraré mi mensajero de muerte.
Enero 7: Mevana no mejora, a pesar que le he inyectado todas las antitoxinas que conozco. Sufre espasmos de temblor en los que divaga espantado sobre que su alma pasará, cuando muera, al insecto que le picó, pero en los intervalos descansa en una especie de estupor. El corazón aún late con fuerza, por lo que espero salvarlo. Tengo que internarlo, ya que probablemente él me guiará mejor que nadie a la región donde fue picado. Entretanto, escribiré al doctor Lincon, mi predecesor, ya que Allen, el jefe del puesto, dice que tiene un profundo conocimiento de las enfermedades locales. Si alguien conoce la mosca de la muerte, ése debe ser él. Ahora está en Nairobi, y un correo negro me traerá una respuesta en una semana… si utiliza el ferrocarril para la mitad del viaje.
Enero 10: El paciente no cambia, ¡pero he encontrado lo que buscaba! Estaba en un antiguo volumen de registros sanitarios locales que estuve revisando mientras espero la respuesta de Lincoln. Hace 30 años hubo una epidemia que mató a millares de nativos en Uganda, y fue definitivamente atribuida a una rara mosca llamada Glossina palpalis, una especie de prima de la Glossina marsitans, o tse-tse. Vive en los arbustos, en las riberas de lagos y ríos, y se alimenta de la sangre de cocodrilos, antílopes y muchos mamíferos. Cuando esas víctimas tienen el germen de la tripanosomiasis, o enfermedad del sueño, se reponen de ésta y desarrollan una aguda infección tras un periodo de incubación de 31 días. Luego, al cabo de 65 días, sobreviene una muerte segura para las víctimas. Sin duda, ésta debe ser la “mosca diablo” de la que hablan los negros. Ahora sé lo que estoy buscando. Ansío que Mevana se recupere. Espero recibir noticias de Lincon en 4 o 5 días, tiene una gran reputación de triunfos en cosas como ésta. Mi principal problema era enviar las moscas a Moore sin que las reconozca. Con su maldita erudición puede ser capaz de conocerla, ya que están registradas.
Enero 15: Acabo de recibir noticias de Lincon, quien confirma todo el registro sobre la Glossina palpalis. Tiene un remedio para la enfermedad del sueño que ha dado resultado en gran número de casos, cuando no era demasiado tarde. Inyecciones intramusculares de triparsamida. Cuando Mevana fue picado, hace unos 2 meses, no sabía cómo trabajar… pero Lincoln dice que esos casos son conocidos por durar hasta 18 meses, por lo que posiblemente no sea tarde. Lincoln ha enviado de su provisión, por lo que acabo de dar a Mevana una gran dosis. Han traído a su esposa principal al poblado, pero él no la reconoce. Si se recobrara, seguramente podrá mostrarme dónde están las moscas. Es un gran cazador de cocodrilos, según los informes, y Uganda es como un libro abierto para él.
Enero 16: Mevana parece un poco más lucido hoy, pero su corazón se ha ralentizado un poco. Seguiré con las inyecciones, pero tratando de evitar las sobredosis.
Enero 17: Hoy ha habido una notable recuperación. Mevana abrió los ojos y mostró signos de consciencia, aunque aturdido, tras la inyección. Espero que Moore no conozca la triparsamida. Hay buena oportunidad de que así sea, ya que nunca aprendió mucho de medicina. La lengua de Mevana parecía paralizada, pero espero que esto pase si puedo espabilarlo. Me gustaría echar un buen sueño,¡aunque no de esa clase!
Enero 25: ¡Mevana está casi curado! En otra semana, le llevaré conmigo a la selva. Estaba asustado cuando vino pensando que la mosca tomaría después de muerto, pero se recobró finalmente cuando le dije que se pondría bien. Su esposa, Ugowe, le prodiga toda clase de cuidados y puedo descansar algo. Luego, ¡a por los mensajeros de la muerte!
Febrero 3: Mevana está bien ahora, y le he hablado de cazar moscas. Tiene miedo de volver al lugar donde están, pero yo juego la baza de su gratitud. Además, tiene cierta idea que puedo protegerlo de la epidemia de la misma forma que le curé. Su coraje avergonzaría a un blanco, y no hay duda que irá. No me queda sino hablar con el jefe del puesto sobre la expedición, en interés de la salud local.
Marzo 12: ¡por fin estoy en Uganda! Tengo cinco porteadores además de Mevana, pero todos son gallas. No es posible lograr que los negros locales entren en la región luego que se supiera lo sucedido a Mevana. Esta jungla es un lugar pestilente, nublado de vapores miasmáticos. Todos los lagos parecen estancados. En cierto sitio, alcanzamos a los restos de ruinas ciclópeas que hicieron que incluso los gallas lo contornearan en un amplio círculo. Dicen que esos megalitos son más viejos que el hombre, y que son utilizados para cazadero o avanzadilla de “Los Pescadores del Exterior” cualesquiera que sean y de los dioses demonio Tsadogwa y Clulu. Hoy decían que ahí hay malas influencias, y que está conectado de alguna forma con las moscas-diablo.
Marzo 15: Alcanzamos el lago Mlolo esta mañana, el lugar donde Mevana fue picado. Un lugar infernal de espuma verde, repleto de cocodrilos. Mevana ha colocado una red de fino alambre cebada con carne de cocodrilo. Tiene una angosta entrada, y una vez que la presa entra, no puede salir. Son tan estúpidas como mortíferas y están ávidas de carne fresca o un bol de sangre. Espero poder conseguir un buen suministro. He decidido experimentar con ellas, encontrar una forma de cambiar su aspecto para que Moore no pueda reconocerlas. Quizás pueda cruzarlas con otras especies, creando un extraño híbrido cuya capacidad de infección no esté menguada. Veremos. Debo esperar, pero no tengo prisa. Cuando esté listo, haré que Mevana me consiga carne infectada para mis enviados de muerte… y luego al correo. No habrá problema en encontrar una fuente infecciosa, ya que este país es un pozo de pestilencias.
Marzo 16: Buena suerte. 2 cajas llenas. 5 especímenes vigorosos con alas que relumbran como diamantes. Mevana está vaciándolas en un gran bote con un tapón de malla tirante, y pienso que las hemos cogido justo a tiempo. Volveremos a M’gonga sin problema. Llevaremos mucha carne de cocodrilo para alimentarlos. Sin duda, todas o la mayoría están infectadas.
Abril 20: De vuelta en M’gonga y ocupado en el laboratorio. He pedido al doctor Joost de Pretoria algunas moscas tse-tse para experimentos de hibridación. Más que un cruce, si este trabajo concluye, debo lograr algo sumamente difícil de reconocer y a la vez tan mortífero como la palpalis. Si no resulta, trataré de obtener otro díptero del interior, y he pedido al doctor Vandervelde de Nyangwe algunos tipos del Congo. No tengo que enviar a Mevana por más carne contaminada después de todo, ya que he encontrado que puedo guardar cultivos del germen Tripanosoma gambiense, obtenido de la carne traída el mes pasado, casi independientemente en tubos. En su momento, contaminaré carne fresca y alimentaré a mis alados enviados con una buena dosis… luego, bon voyage.
Junio 18: Hoy han llegado mis moscas tse-tse de Joost. Tengo cajas para la reproducción listas desde hace mucho tiempo y ahora estoy haciendo selecciones. Trataré de utilizar rayos ultravioleta para acelerar el ciclo vital. Afortunadamente, tengo los aparatos necesarios en mi equipo regular. Naturalmente, no hablo de lo que estoy haciendo. La ignorancia de los pocos de aquí me facilita el ocultar mis intenciones y pretender estar simplemente estudiando especies actuales por razones médicas.
Junio 29: ¡El cruce es fértil! Obtuve buenas puestas el pasado miércoles, y ahora tengo algunas larvas excelentes. Si los insectos adultos se muestran extraños como deben, no necesitaré más. Estoy preparando cajas separadas y numeradas para los diferentes especímenes.
Julio 7: ¡Están saliendo nuevos híbridos! Su forma es un excelente disfraz, pero el lustre de las alas aún sugiere a la palpalis. El tórax tiene débiles sugerencias de las listas de la tse-tse. Hay ligeras variaciones según los individuos. Les alimento a todos con la carne contaminada de cocodrilo y, el desarrollo de la infección, los probaré en algún negro…aparentemente por accidente, por supuesto. Hay muchas moscas ligeramente venenosas por los alrededores, por lo que será fácil hacerlo sin despertar sospechas. Tendré que perder un insecto en mi protegido comedor cuando Batta, mi criado, traiga el desayuno, procurando resguardarme. Cuando el trabajo este hecho la volveré a capturar o la aplastaré algo fácil, gracias a su estupidez, o la asfixiaré rociando la habitación con cloro. Si no se logra la primera vez, lo intentaré hasta que funcione. Por supuesto, tendré la triparsamina a mano para el caso que me pique a mi… pero tendré cuidado de resguardarme, porque ningún antídoto es realmente seguro.
Agosto 10: La infección madura, y me las he arreglado para que Batta fuera picado de buena forma. Capturé la mosca cuando estaba sobre él, devolviéndola a su caja. Alivié la picadura con yodo, y pobre diablo está bastante agradecido por el cuidado. Probaré otra variante en Gamba, el mensajero del factor, mañana. Serán todas las pruebas que ose hacer aquí, pero si necesito más conseguiré especímenes de Ukala y lograré datos adicionales.
Agosto 11: Fallé en lo tocante a Gamba, pero recapturé la mosca viva. Batta todavía parece tan saludable como siempre y no tiene molestias en la espalda, donde fue picado. Debo esperar antes de probar de nuevo con Gamba.
Agosto 14: Al fin llegaron los especimenes de Vandervelde. Siete especímenes completamente distintas, todas más o menos venenosas. Las tendré bien alimentadas para el caso que los cruces de tse-tse no resulten. A algunos de los especímenes les desagrada la Palpalis, pero el problema es que no puedan tener cruces fértiles con ellas.
Agosto 17: Gamba resultó picado esta tarde, pero mató a la mosca mientras lo hacía. Le picó en el hombro izquierdo. Limpié la picadura, y Gamba estuvo tan agradecido como Batta. No hay cambios en Batta.
Agosto 20: Gamba sigue sin cambios… Batta también. Estoy experimentando con una nueva forma de camuflaje que complemente la hibridación: alguna especie de tinte que cambie el delator brillo de las alas de la palpalis. Un tinte azul puede servir… algo que pueda pulverizar sobre todo el lote de insectos. Iniciaré las investigaciones con azul Prusia y Tumbull… con sales de hierro y de cianuro.
Agosto 25: Batta se queja hoy de dolores en su espalda… puede que las cosas se estén desarrollando.
Septiembre 23: He hecho buenos progresos en mis experimentos. Batta muestra signos de letargo, y dice que su espalda le duele todo el tiempo. Gamba comienza a tener molestias en su hombro picado.
Septiembre 24: Batta empeora progresivamente, y comienza a temer por su picadura. Dice que debe ser obra de una mosca-diablo, y estuvo pidiendo que la matara ya que me ha visto guardarla en una caja hasta que le engañé diciendo que había muerto hacía tiempo. Dijo que no quería que su alma pasara a ella tras la muerte. Le he inyectado agua destilada con la hipodérmica, para mantener su moral alta. Evidentemente, la mosca conserva todas las propiedades de la palpalis. Gamba también ha enfermado y reproduce todos los síntomas de Batta. He decidido tratarle con triparsamina, ya que el efecto de la mosca está suficientemente probado. No lo haré con Batta, no obstante, ya que quiero tener una idea de cuánto tarda en finalizar un caso. Los experimentos de teñido están cerca de su fin. Una forma isométrica de ferrocianida ferrosa, con la adición de sales potásicas, pueden ser disuelta en alcohol y pulverizada sobre los insectos con resultados excelentes. Mancha las alas de azul sin afectar demasiado al tórax oscuro, y no se va cuando rocío a los especímenes con agua. Con este disfraz, creo poder usar los actuales híbridos de tse-tse y ahorrarme el fastidio de ulteriores experimentos. Astuto como es, Moore no reconocerá a las moscas de alas azules y con un tórax similar al de las tse-tse. Por supuesto, guardaré este asunto del tinte en absoluto secreto. Nadie debe conectarme más tarde con las moscas azules.
Octubre 9: Batta está letárgico y debe guardar cama. He administrado triparsamina a Gamba durante dos semanas, y espero que se recobre.
Octubre 25: Batta empeora, pero Gamba está casi recuperado.
Noviembre 18: Batta murió ayer y sucedió algo curioso que me provocó un escalofrío, dadas, las leyendas nativas y los propios temores de Batta. Cuando volví al laboratorio tras la muerte, escuché el más peculiar zumbido y golpeteo en la caja 12, que contenía a la mosca que picó a Batta. La criatura parecía frenética, pero guardó silencio cuando aparecí… agarrándose a la red de alambre y mirándome de la forma más extraña. Tendía sus patas a través de los alambres como si estuviera aturdida. Cuando volví de la comida con Allen, la cosa había muerto. Evidentemente, se había vuelto loca y se destrozó contra las paredes de la caja. Ciertamente, es peculiar que eso sucediera justo tras la muerte de Batta. Si algún negro lo hubiera visto, podría haber creído en la absorción del alma del pobre diablo. Enviaré mis híbridos teñidos de azul a su misión dentro de poco. La rapidez al matar de los híbridos parece ser un poco mayor que la de la palpalis pura. Batta murió tres meses y ocho días después de la infección, pero, por supuesto, existe un amplio margen de incertidumbre. Casi desearía haber dejado proseguir el caso de Gamba.
Diciembre 5: Estoy ocupado planeando el cómo hacer mi envío a Moore. Debo simular que proceden de algún entomólogo desinteresado que ha leído su Dípteros de África Central y Sur y cree que puede querer estudiar esa “nuevas e inidentificables especies”. Debe haber también amplias afirmaciones que las moscas de alas azules son inofensivas, como prueba la larga experiencia de los nativos. Moore debe estar con la guardia baja, y una de las moscas le picará tarde o temprano… aunque uno no puede decirse cuándo. Debo confiar en las cartas de los amigos de Nueva Cork. Ellos aún me hablan de Moore a veces para mantenerme informado sobre los primeros resultados, aunque juraría que los periódicos publicaran su muerte. Sobre todo, no debo mostrar ningún interés en el caso. Le remitiré las moscas durante un viaje, pero no debo ser reconocido al hacerlo. Lo mejor es que tome unas largas vacaciones en el interior, me deje la barba y envíe el paquete en Ukala, haciéndome pasar como un entomólogo de visita, y vuelva tras afeitarme la barba.
Abril 12,1930: De vuelta a M’gonga tras mi largo viaje. He enviado las moscas a Moore sin dejar pistas. Tomé unas vacaciones de Navidad el 15 diciembre y conseguí el material apropiado. Preparé un buen recipiente de correos, con un compartimiento para incluir alguna carne de cocodrilo contaminada de gérmenes como alimento de mis mensajeros. Por fin, en febrero tenía barba suficiente como para posar en un Vandyke. Aparecí por Ukala el 9 marzo y escribí una carta a Moore en la maquina de escribir del pueblo comercial. Firmé como “Nevil Wayland-Hall”, un supuesto entomólogo de Londres. Pienso que le di el tono apropiado… interés de un colega científico y todo eso. Fue artísticamente casual el enfatizar la “completa inocuidad” de los especímenes. Nadie sospechó nada. Afeité mi barba tan pronto como llegué a la sabana, para evitar un moreno desigual a mi vuelta. No utilicé porteadores nativos, excepto en un corto trecho de pantano: puedo hacer milagros con una mochila, y mi sentido de la orientación es bueno. La suerte me ha acompañado en tales viajes. Expliqué mi prolongada ausencia con alegatos a un conato de fiebre y el haberme extraviado cuando atravesaba la sabana. Pero ahora viene lo más duro psicológicamente: aguardar noticias de Moore sin mostrar interés. Por supuesto, puede quizás escapar a una picadura hasta que el veneno se desactive…pero, con su temeridad, las probabilidades son de cien a uno contra él. No tengo remordimientos, tras lo que me hizo, se merece eso y más.
Junio 30,1930: ¡Hurra! ¡El primer paso esta dado! Acabo de saber casualmente por Dyson de Columbia que Moore ha recibido unas nuevas moscas de alas azules provenientes de África, ¡y que está complemente desconcertado respecto a ellas! Ni palabra de ninguna picadura… ¡Pero si conozco la dejadez de Moore como creo, no tardará!
Agosto 27,1930: Carta de Morton en Cambridge. Afirma que Moore dice sentirse indispuesto, y habla de una picadura de insecto en la parte posterior de su cuello… De un curioso nuevo espécimen recibido a mediados de junio. ¿Habrá sucedido? Aparentemente, Moore no conecta la picadura con su debilidad. Si esto es verdad, entonces Moore ha sido picado en el período de transmisión infecciosa de los insectos.
Septiembre 12,1930: ¡Victoria! Otra carta de Dyson diciendo que Moore está en un estado verdaderamente alarmante. Ahora relaciona su enfermedad con la picadura que recibió sobre el mediodía del 19 junio, y está intrigado respecto a la identidad del insecto. Está tratando de ponerse en contacto con “Nevil Wayland-Hall”, quien le envió la remesa. Del apenas un centenar que le envíe, unas veinticinco parecen haber llegado vivas hasta él. Algunas escaparon en le momento de la picadura, pero algunas larvas aparecieron de huevos depositados durante el tiempo que estuvieron en el correo. Según Dyson, está incubando cuidadosamente tales larvas, Cuando maduren, supongo que podrá identificar el híbrido de las palpalis y las tse-tse, pero eso no le ayudará mucho ahora. ¡Se preguntará, sin embargo por qué el azul de las alas no se transmite por la herencia!
Noviembre 8,1930: Carta de media docena de amigos hablándome de la grave enfermedad de Moore. La de Dyson llegó hoy. Dice que Moore está completamente desconcertado sobre los híbridos salidos de las larvas y está comenzando a pensar que los padres pueden ser alados azules de forma artificial. Actualmente se ve obligado a guardar cama la mayor parte del día. Ninguna mención al uso del triparsamida.
Febrero 13,1931: ¡No podía ser tan bueno! Moore está agonizando, y no parece conocer el remedio, pero creo que sospecha de mí. He recibido una carta sumamente fría de Morton el último mes, donde no contaba nada sobre Moore, y ahora Dyson escribe también bastante someramente que Moore está haciendo teorías sobre todo el asunto. Ha llevado a cabo pesquisas acerca de “Wayland-Hall” por telegrama… a Londres, Ukala, Nairobi, Mombasa y otros lugares… sin, por supuesto, lograr nada. Creo que le ha dicho a Dyson lo que sospecha, pero Dyson no le creerá. Me temo que Morton sí. Creo que sería mejor hacer planes para salir de aquí y cambiar de identidad. ¡Vaya un final para una carrera que comenzó tan bien! La mayor parte de la culpa es de Moore… ¡pero ahora ha pagado con creces! Creo que volveré a Sudáfrica y quizás pueda depositar discretamente fondos para avalar mi nueva identidad: “Frederick Nasmyth de Toronto Canadá, agente de propiedades mineras”. Asentaré una nueva firma para identificación. Si nunca tengo que dar ese paso, puedo retransferir los fondos a mi verdadera identidad.
Agosto 15,1931: Ha pasado medio año, y aún sigue la incertidumbre. Dyson y Morton y otros amigos han dejado de escribirme. El doctor James de San Francisco tiene noticias puntuales, por amigos de Moore, y dice que Moore está en un coma casi continuo. No es capaz de andar desde mayo. Lo más que puede articular son quejas sobre el frío. Ahora no puede hablar, aunque se cree que aún tiene brotes de consciencia. Su respiración es rápida y entrecortada, y puede oírse a distancia. No hay duda que el Tripanosoma gambiense ha hecho su presa en él… pero aguanta más que los negros de por aquí. Tres meses y ocho días bastaron para Batta, y Moore sigue vivo casi un año después de ser picado. Este último mes he oído rumores sobre una intensiva búsqueda de “Wayland-Hall” por los alrededores de Ukala. No creo que necesite preocuparme aún, sin embargo, porque no hay nada que me relacione con ese asunto.
Octubre 7,1931: ¡Se acabó! Noticia de la Gaceta de Mombasa. Moore murió el 20 septiembre tras una serie de espasmos y con una temperatura muy por debajo de lo normal. ¡Con eso basta! ¡Dije que lo haría y lo hice! El periódico trae un reportaje de tres columnas sobre la larga enfermedad y muerte, así como sobre la inútil búsqueda de “Wayland-Hall”. Obviamente, Moore tenía mayor relevancia en África de lo que yo pensaba. El insecto que le picó ha sido ahora identificado totalmente, gracias a los especímenes supervivientes y las larvas desarrolladas, y las alas teñidas también han sido detectadas. Se acepta universalmente que las moscas fueron preparadas y enviadas para atentar contra su vida. Moore, según parece, comunicó ciertas sospechas a Dyson, pero este último y la policía callan debido a la ausencia de pruebas. Todos los enemigos de Moore están siendo investigados, y la Associated Press insinúa que “tendrá lugar una investigación que posiblemente involucre a un eminente médico, actualmente en ultramar”. Algo al final del reportaje indudablemente, obra del romanticismo barato del periodista amarillo me provocó un curioso estremecimiento en vista de las leyendas de los negros y la forma en que enloqueció la mosca cuando Batta murió. Parece que ocurrió un extraño incidente la noche de la muerte de Moore: Dyson fue despertado por el zumbido de una mosca de alas azules que inmediatamente escapó por la ventana justo antes que la enfermera telefoneara desde la casa de Moore, a unos kilómetros de distancia, en Brooklyn, informando de su muerte. Pero en lo que me concierne, a que más me interesa es el final del asunto africano. La gente de Ukala recuerda al barbado extranjero que escribió la carta y envió el paquete, y la policía está batiendo el país en busca de cualquier blanco que pudiera haberlo enviado. No contraté a muchos, pero si los agentes interrogan a los Ubandeses que me guiaron a través del cinturón de jungla de N’kini, tendré que explicar más de lo que deseo. Parece haber llegado el momento que desaparezca, mañana creo que dimitiré y me prepararé a marchar a lugares desconocidos.
Noviembre 9,1931: Ha sido un trabajo arduo que aceptaran mi renuncia, pero la liberación ha llegado hoy. No deseo agravar la sospecha huyendo abiertamente. La última semana he recibido noticias de James sobre la muerte de Moore… nada que no estuviera en los periódicos. Sus allegados de Nueva York parecen bastante reticentes a dar detalles, aunque todos hablan de una investigación en curso. Ni palabra de mis amigos del Este. Moore debió difundir peligrosas sospechas antes de perder el conocimiento, pero no existe ni un ápice de prueba que pueda presentarse contra mí. Aún así, no voy a correr riesgos. El jueves, saldré para Mombasa y allí tomaré un vapor hacia la costa de Durban. Tras de eso, me esfumaré…pero, poco después, el agente de propiedades mineras Frederick Nasmyth Mason, de Toronto, aparecerá en Johannesburgo. Este será el final de mi diario. Si bien no es el fin que yo esperaba, servirá para su propósito original tras mi muerte y revelará lo que de otra forma no sería conocido. Si, por otra parte, esas sospechas se materializan y persisten, confirmará y aclamará los difusos cargos y llenará muchos huecos importantes y desconcertantes. Por supuesto, si me veo en peligro, lo destruiré.Bueno, Moore esta muerto… se lo merecía de sobra. Ahora el doctor Thomas Slaunwite también esta muerto. Y cuando el cuerpo originario de Thomas muera, el público tendrá este diario...
Enero 15, 1932: Un nuevo año… y una renuente reapertura de este diario… Ahora estoy escribiendo solamente para aliviar mis pensamientos, ya que es absurdo fantasear con que el caso no está definitivamente cerrado. Estoy alojado en el Hotel Vaal de Johannesburgo, con mi nuevo nombre, y nadie ha puesto en duda mi identidad. Tengo algunos tratos de palabra sin cerrar para guardar mi apariencia de agente minero, y creo que podré actuar muy pronto en tales negocios. Más tarde iré a Toronto y crearé unas pocas evidencias de mi ficticio pasado. Pero lo que me molesta es un insecto que invadió mi habitación sobre el mediodía de ayer. Por supuesto, he tenido toda clase de pesadillas sobre moscas azules más tarde, pero eso era de esperar en vista de mi actual tensión nerviosa. Ese ser, no obstante, era una realidad palpable, y no sé qué pensar. Zumbó alrededor de mi estantería durante un buen cuarto de hora y esquivo cualquier intento de capturarla o matarla. Lo más extraño era su aspecto y color… ya que tenia alas azules y, en todo, era un duplicado de mis híbridos mensajeros de muerte. Cómo puede ser uno de ellos, de hecho, es algo que no puedo saber. Me deshice de todos los híbridos manchados o no que no envié a Moore y no puedo recordar ninguna fuga. ¿Será todo una alucinación? ¿O puede, algún espécimen de los que escaparon en Brooklyn cuando Moore fue picado haber encontrado el camino de vuelta a África? Está aquella absurda historia de la mosca azul que despertó a Dyson al Morir Moore… Pero, después de todo, la supervivencia y retorno de alguno de los seres no es imposible. Es Perfectamente plausible que el azul permanezca en sus alas, también ya que el pigmento artificial era casi tan bueno como para tatuarlos permanentemente. Por eliminación, creo que es la única explicación racional para este asunto, aunque es muy curioso que este ejemplar haya llegado tan al sur. Posiblemente se deba a algún instinto hereditario de residencia inherente a la tse-tse. Después de todo, ese lado suyo pertenece a Sudáfrica.
Debo protegerme de una picadura. Por supuesto, la toxina original si de hecho es una de las moscas huidas de Moore se ha perdido hace mucho tiempo; pero el ejemplar puede haber comido al volver de América y llegado tal vez por África Central, reinfectándose. De hecho, es lo más probable, ya que la palpalis que es la mitad de su herencia pueda haberla llevado de vuelta a Uganda y a los gérmenes de la tripanosomiasis. Aún conservo la triparsamida no fui capaz de destruir mi maletín médico, no importa lo delator que pueda resultar pero, desde que estudié el caso, ya no estoy tan seguro como antes de la eficacia de la droga. Hay posibilidades contrapuestas: ciertamente salvó a Gamba, pero existen grandes probabilidades de fallo. Es endemoniadamente extraño que esta mosca haya llegado hasta mi habitación. ¡Con todos los sitios que hay en la gran extensión de África! Es demasiada coincidencia. Supongo que si vuelve, podré por fin matarla. Me sorprendió que escapara hoy de mí, ya que esos ejemplares suelen ser estúpidos y fáciles de capturar. ¿No habrá sido una ilusión después de todo? Ciertamente, el calor me cansa últimamente como nunca… como ni siquiera en Uganda.
Enero 16,1932: ¿Estaré volviéndome loco? La mosca volvió este mediodía y se comportó de forma tan extraña que no supe qué pensar. Sólo a un espejismo por mi parte puede deberse lo que esa plaga zumbadora pareció hacer. Salió de ningún sitio y se puso a revolotear por la estantería… circundando una y otra vez frente a la copia del Dípteros de África Central y del Sur de Moore. A cada momento se posaba en el tope o el lomo del volumen y, ocasionalmente, se lanzaba hacia mí, retrocediendo antes que pudiera golpearla con un periódico doblado. Esas astucias son impropias de los notoriamente estúpidos dípteros africanos. Durante una media hora, intenté coger al maldito bicho, pero acabó escapando por la ventana a través de un hueco de la mosquitera en el que no había reparado. A veces creí que se burlaba deliberadamente de mí, poniéndome dentro del alcance de mi arma y luego huyendo diestramente antes que pudiera golpearla. Tengo que mantener firmes mis nervios.
Enero 17,1932: O Estoy loco o el mundo está en el brote de una brusca suspensión de las leyes de la probabilidad, tal y como las conocemos. Esta maldita mosca volvió a aparecer un poco antes del mediodía y comenzó a zumbar alrededor de los Dípteros de Moore de mi estantería. De nuevo traté de capturarla y de nuevo se repitió la experiencia de ayer. Finalmente, el bicho se acerco a mi tintero y se sumergió en él, tan sólo las patas y el tórax, dejando afuera las alas. Luego ascendió hasta el techo y lo embistió, comenzando a serpentear siguiendo un camino curvo y dejando un rastro de tinta. Tras un rato, descansó un instante e hizo un sencillo trazo desconectado del resto… luego cayó casi sobre mi rostro y desapareció de mi vista antes que pudiera alcanzarla. Algo en todo este asunto me parece monstruosamente siniestro y anómalo… más de lo que puedo explicarme. Cuando contemplé el rastro de tinta del techo desde diferentes ángulos, fue volviéndose progresivamente familiar para mí y, repentinamente, me percaté que formaba un signo de interrogación totalmente perfecto. ¿Qué artificio puede ser más malignamente apropiado? Esto es un prodigio que no puedo desdeñar. Los empleados del hotel no saben nada. No han visto la mosca esta tarde, y voy a guardar cerrado mi tintero. Pienso que la ejecución de Moore está pesándome y provocándome alucinaciones morbosas. Quizás no existe ninguna mosca.
Enero 18,1932: ¿En qué extraño infierno de pesadillas me hallo sumido? Lo qué sucedió ayer es algo que normalmente no puede suceder… y además un empleado del hotel ha visto el signo en el techo y da fe de su realidad. Sobre las 8 de esta mañana, mientras estaba escribiendo a mano, algo se lanzó por un instante sobre el tintero y se marchó antes que pudiera ver lo que era. Observando, vi a la infernal mosca en el techo, allá donde estuviera antes… serpenteando y trazando otro rastro de curvas y giros. No había nada que pudiera hacer, pero doblé un periódico con la esperanza que la criatura llegara a volar lo bastante cerca. Cuando hubo hecho varios giros en el techo, voló hasta un rincón oscuro y desapareció, y observando arriba, hacia el yeso doblemente pintarrajado, ¡vi que el nuevo trazo de tinta era un inmenso e inconfundible número 5! Durante un rato estuve casi inconsciente, sumido en una ola de indescriptible amenaza de la que no podía plenamente percatarme. Después, recobré mi resolución y tomé el camino de la acción. Acudiendo a una farmacia, obtuve goma y otros útiles necesarios para preparar una trampa pegajosa, así como otro tintero. Volviendo a mi habitación, llené el nuevo tintero con la mezcla adhesiva y lo deposité donde estaba el otro, dejándolo abierto. Luego traté de concentrar mi mente en leer. Sobre las 3, volví a escuchar al maldito insecto, y le vi revolotear sobre el nuevo tintero. Descendió hasta la pegajosa superficie, pero no la tocó y luego vino directo a mí… retrocediendo antes que pudiera golpearle. Luego, fue hasta la estantería y revoloteó alrededor del tratado de Moore. Hay algo oscuro y diabólico en el hecho que el invasor se demore junto a ese libro. Lo peor parte es la última. Alejándose del libro de Moore, el insecto voló hacia la ventana abierta y comenzó a embestir rítmicamente contra la mosquitera de alambre. Eran series de golpes, seguidas de otra serie de igual longitud y otra pausa. Algo en esa forma de actuar me atontó durante unos instantes, pero luego fui a la ventana y traté de matar al nocivo ser. Como de costumbre, no lo logré. Simplemente, voló por la habitación hasta la lámpara y comenzó a batir el mismo ritmo en la rígida pantalla de cartón. Sentí una vaga desesperación y procedí a cerrar todas las puertas, como había hecho con la ventana con la mosquitera del minúsculo agujero. Parecía totalmente necesario matar a ese persistente ser cuyos acosos están desequilibrando rápidamente mi cerebro. Luego, contando inconscientemente, me percaté que cada serie de golpes tenía exactamente 5 golpes. 5… ¡El mismo número que el ser ha trazado con tinta en el techo esta mañana! ¿Puede haber alguna conexión concebible? La idea es demencial, ya que implica que la mosca híbrida posee un intelecto y conocimiento de las figuras escritas propio de los humanos. Un intelecto humano… ¿No lleva esto a las más primitivas leyendas de los negros de Uganda? Y Además está esa infernal astucia con que me elude, en contraste con la normal estupidez de los de su especie. Mientras dejaba a un lado mi periódico doblado y me sentaba con un horror que iba en aumento, el insecto zumbó alejándose y desapareció por un agujero del techo, donde el eje del ventilador penetra en la habitación.
Esta marcha no me sobresaltó, ya que mi cabeza se había lanzado a una serie de extrañas y terribles reflexiones. Si esta mosca tiene una inteligencia humana, ¿de donde proviene? ¿Hay algo de verdad en la idea nativa que esas criaturas roban la personalidad de su víctima tras la muerte de esta ultima? Siendo así, ¿cuál es la personalidad de esta mosca? Había deducido que debía ser uno de aquellos huidos de las manos de Moore en el momento de ser picado. ¿Es éste el enviado de la muerte que ha picado a Moore? Si es así, ¿Qué quiere de mí? ¿Qué quiere, en cualquier caso, de mí? Empapado en sudor frió, recordé las acciones de la mosca que había picado a Batta cuando este murió. ¿Había sido su propia personalidad desplazada por la de su víctima muerta? Luego estaba el reportaje sensacionalista sobre la mosca que había despertado a Dyson cuando murió Moore. Respecto a esta mosca que me acosa, ¿podría ser que lleve una vengativa personalidad humana en su interior? ¡Cómo revolotea alrededor del libro de Moore!… pero me negué a creer un ápice de todo eso. Entonces empecé a convencerme que la criatura estaba en efecto infectada y de la forma más virulenta. Con maligna deliberación, puesta de evidencia por cada acto, seguramente se había infectado voluntariamente con los bacilos más mortíferos de toda África. Mi mente, profundamente afectada, estaba ahora dando todo eso por sentado.
Llamé nuevamente al recepcionista Y solicité alguien que taponara el agujero del eje y otras posibles fisuras de la habitación. Dije que las moscas me atormentaban, y pareció bastante comprensivo. Al llegar el hombre, le mostré los trazos de tinta del techo, que él reconoció sin ninguna dificultad. ¡Luego son reales! El parecido con una interrogación y un 5 le asombraron y fascinaron. Por fin, obturó todos los agujeros que pudo encontrar y reparó la mosquitera, por lo que ya puedo tener abiertas las ventanas. Evidentemente, me catalogó como algo excéntrico, sobre todo porque no apareció ni un insecto mientras estuvo allí. Pero eso a mí no me importa. Esta tarde la mosca no ha venido. ¡Sabe Dios qué es, qué quiere, o qué será de mí!
Enero 19:1932 Estoy completamente sumido en el horror. El ser me ha tocado. Hay algo monstruoso y demoníaco obrando a mi alrededor, y yo soy una víctima indefensa. Durante la mañana, cuando volví del desayuno, el diablo alado del infierno entró en la habitación sobre mi cabeza y comenzó a embestir de nuevo contra la mosquitera, tal como lo hiciera ayer. Esta vez, no obstante, cada serie de golpes constaba de sólo 4 golpes. Me abalancé sobre la ventana e intenté cogerla, pero se escapó como es habitual y voló sobre el tratado de Moore, donde comenzó a zumbar, circundándolo burlonamente. Su aparato vocal es limitado, pero me percaté que sus zumbidos formaban grupos de 4. En ese momento yo estaba ciertamente loco, ya que le dije:
“Moore, por amor a Dios, ¿que quieres?” Cuando hice esto, la criatura detuvo bruscamente sus círculos, voló hacia mí e hizo un bajo y gracioso picado en el aire que sugería un arco. Luego voló de vuelta al libro. Al menos, creí verla hacer todo esto… pero no puedo confiar demasiado en mis nervios. Luego vino lo peor. Había dejado la puerta abierta, deseando que el monstruo se fuera si no podía atraparlo, pero, sobre las 11:30, cerré la puerta, creyendo que se había ido. Luego me senté a leer. Justo a mediodía sentí un cosquilleo en el reverso de mi cuello, pero al palpar no encontré nada. Un instante después, sentí de nuevo el cosquilleo… y, antes de poder moverme, el indescriptible engendro infernal apareció ante mi vista, viniendo desde detrás, hizo otro de sus burlones y graciosos picados en el aire, y voló a través del agujero de la llave… que nunca soñé que fuera suficientemente amplio para permitirla pasar. Esa cosa me ha tocado, no hay duda. Lo ha hecho sin dañarme… y entonces recordé con un repentino y helado espanto que Moore fue picado en la parte trasera del cuello, a mediodía. No ha habido más apariciones desde entonces… pero he obturado todos los ojos de cerradura con papel y tengo un periódico doblado, listo para usar cada vez que abro la puerta para salir o entrar.
Enero 20:1932 todavía no puedo creer totalmente en lo sobrenatural, aunque temo que estoy perdido. El asunto es demasiado para mí. Justo antes del mediodía de hoy el demonio apareció por fuera de la ventana y repitió su operación de embestidas, pero vez con series de 3. Cuando llegué hasta la ventana, había volado fuera de la vista. Aún tengo bastante presencia de ánimo como para hacer otro intento de defensa. Quitando las mosquiteras, las he untado de mi preparación pegajosa, la misma que utilicé en el tintero por dentro y por fuera, y volví a colocarlas en su lugar. Si la criatura intenta nuevos redobles, ¡será su fin!
Enero 21 1932 En el tren de Bloemfontein. Me he ido. El ser ha ganado. Tiene una inteligencia diabólica contra la que mis artefactos son ineficaces. Apareció en el exterior de la ventana esta mañana, pero no tocó la red pegajosa. En vez de eso, se mantuvo sin posarse y comenzó a revolotear en círculos, dos cada vez, seguidos de una pausa en el aire. Tras realizar varias evoluciones, voló fuera de la vista sobre los tejados de la ciudad, Mis nervios están a punto de romperse, ya que tales sugerencias de números son susceptibles de espantosas interpretaciones. El lunes la cosa trazó el número 5, el martes, el 4 el miércoles el 3 y hoy el 2. 5, 4, 3, 2… ¿Qué puede ser sino una monstruosa e impensable cuenta atrás de días? Con qué propósito, sólo los poderes maléficos del universo pueden saber. Me pasé toda la tarde empacando y organizando mis baúles, y he tomado el expreso nocturno de Bloemfontein un cómodo y excelente establecimiento, pero el horror me persigue. He cerrado puertas y ventanas, he bloqueado las cerraduras, buscado posibles fisuras y bajado todas las pantallas, pero justo antes del mediodía escuché un turbio golpe. Alzando la pantalla, vi a la maldita mosca, tal como había esperado. Describió un largo y lento círculo en le aire y luego voló fuera de la vista. Me quedé hecho un guiñapo, y tuve que descansar en el diván. ¡1! Estaban claras las implicaciones del Mensaje del monstruo. Un Golpe, un círculo. ¿Significa esto un día antes más antes que me alcance algún impensable destino? ¡Debo volver a huir o permanecer aquí sellando la habitación. Tras una hora de descanso, me sentí capaz de obrar y pedí una amplia reserva de carne empaquetada y enlatada así como ropa limpia y toallas para que me la envíen. Mañana, bajo ninguna circunstancia abriré ni un resquicio de la puerta o ventana. Cuando la comida y la ropa llegaron, el negro me miró de forma extraña, pero no me preocupa cuán excéntrico o demente pueda parecer. Estoy siendo hostigado por poderes peores que el ridículo. Habiendo recibido mis suministros, recorrí cada milímetro de las paredes y obturé cada microscópica abertura que pude encontrar. Por fin, me siento capaz de dormir realmente.
(Aquí la caligrafía se vuelve irregular, nerviosa y muy difícil de descifrar.)
Enero 23:1932 Es mediodía, y siento que va a suceder algo sumamente terrible. No he dormido como esperaba, a pesar que no pude casi hacerlo anoche en el tren. Me levanté temprano, y he tenido problemas para concentrarme en algo, sea leer o escribir. Esa cuenta atrás lenta y deliberada de días es demasiado para mí. No sé qué es lo que está mal… si la naturaleza o mi cerebro. Hasta cerca de las 11 hice muy poco, excepto pasear arriba y abajo por la habitación. Luego escuché un crujido en los paquetes de comida que me trajeron ayer, y esa mosca demoníaca surgió ante mis ojos. Cogí algo plano y lancé golpes al ser a pesar de mi miedo pánico, sin más efecto que el habitual. Tal como había previsto, ese horror de alas azules se retiró como de ordinario hacia la mesa donde había amontonado mis libros y se posó durante un segundo en el Dípteros de África Central o del Sur de Moore. Luego, mientras la seguía con la mirada, voló sobre el reloj de la repisa y se posó en la esfera, cerca del número 12. Antes que pudiera intentar ningún movimiento, había comenzado a reptar por la esfera muy lenta y deliberadamente… en la dirección de las manecillas. Pasó sobre el minutero, se retorció arriba y abajo, pasó la manecilla de las horas y finalmente se detuvo exactamente sobre el número 12. Al hacer esto agitó las alas con un sonido zumbante. ¿Es un prodigio de alguna clase? Me estoy volviendo tan supersticioso como los negros. Acaban de pasar las 11. ¿Serán las 12 el final? Aún me queda un último recurso, surgido de mi mente bajo la total desesperación. Quisiera haberlo pensado antes. Recordando que mi maletín de medico contiene las sustancias necesarias para generar cloruro, he decidido llenar la habitación con ese vapor letal: asfixiando a la mosca mientras que me protejo con un pañuelo empapado en amoníaco y colocado sobre el rostro. Afortunadamente, tengo una buena reserva de amoníaco. Esta rústica mascara probablemente neutralizará los vapores del acre clorhídrico mientras muere el insecto… o queda al menos lo bastante aturdido como para poder aplastarlo. Pero debo apresurarme.
¿Cómo estar seguro que el ser no me picará bruscamente antes que mi preparado esté listo? No debo detenerme para escribir este diario.
Más tarde. Ambos elementos, ácido hidroclorhídrico y dióxido de manganeso, están sobre la mesa, listos para la mezcla. He anudado el pañuelo sobre mi nariz y boca, y tengo un bote de amoníaco preparado para empaparlo en cuanto esté listo el cloruro. He bajado ambas ventanas. Pero no me gustan los actos de este demonio híbrido. Permanece en el reloj, pero se mueve lentamente por la esfera hacia el 12 siguiendo el avance gradual del minutero. ¿Será ésta mi última anotación en este diario? Sería inútil tratar de negar las sospechas. Demasiado a menudo un grano de increíble verdad acecha bajo la más salvaje y fantástica de las leyendas. ¿Es quizás la mosca que le picó y que, consecuentemente, absorbió su conciencia a su muerte? Si es así, y me pica, ¿desplazará mi propia personalidad a la de Moore y entrará en ese ser zumbante cuando muera a resultas de la picadura? Quizás, no obstante, no necesite morir, aún si llega hasta mí. Siempre esta el recurso de la triparsamina. Y no me arrepiento de nada. Moore tenia que morir, él se lo buscó.
Un poco más Tarde. La mosca se ha detenido en la esfera, cerca de la marca de los ¾ cuartos de hora. Ahora son las 11:30 AM. Estoy empapando el pañuelo sobre mi rostro con amoníaco y manteniendo a mano la botella para ulteriores aplicaciones. Ésta será la anotación final antes que mezcle el ácido y el manganeso, y libere el cloruro. No puedo perder tiempo, pero, para este diario, he perdido totalmente la razón hace tiempo. La mosca parece inquietarse y el minutero se aproxima. Ahora, el cloruro…
(Fin del diario)
El 24 de enero 1932, tras repetidas llamadas que no obtuvieron respuesta del excéntrico alojamiento en la habitación 303 del Hotel Orange, un empleado entró con una llave maestra y posteriormente huyó gritando escaleras abajo, para contar al recepcionista lo que había encontrado. Éste, tras avisar a la policía, reclamó al director, y este último acompaño al agente De Witt, el juez Bogaert y el doctor Van Keulen a la fatal habitación. Su ocupante yacía muerto en el suelo, boca arriba y cubierto con un pañuelo que olía fuertemente a amoníaco. Bajo éste, sus facciones mostraban una expresión de tenso y completo miedo que se contagió a los observadores. En la parte trasera del cuello, el doctor Van Keulen encontró una virulenta picadura de insecto de un rojo intenso, con un anillo púrpura a su alrededor que sugería la de una mosca tse-tse o algo todavía menos inocuo. El examen mostró que la muerte debió producirse por lo menos de un ataque cardíaco, producido por el puro miedo antes que de la picadura… aunque una posterior autopsia indicó que el germen de la tripanosomiasis se había introducido en su sistema. Sobre la mesa descansaban algunos objetos: un gastado libro de cuero conteniendo el diario arriba transcrito, una pluma, un taco de hojas y un tintero abierto, un maletín de médico con las iniciales «T.S.» grabadas en oro, botes de amoníaco y ácido hidroclorhídrico, y un vaso lleno hasta su cuarta parte de dióxido de manganeso negro. La botella de amoníaco mereció un segundo vistazo, debido a lo que había en el interior del fluido. Mirando atentamente, el juez Bogaert vio que su extraño ocupante era una mosca.
Parecía ser alguna especie de híbrido con un vago parentesco con la tse-tse, pero sus alas mostrando un débil azul a pesar de la acción del fuerte amoníaco eran un completo misterio. Algo en todo esto evocó un débil recuerdo de noticias periodísticas en el doctor Van keulen; un recuerdo que el diario pronto confirmó. Sus extremidades inferiores parecían haber podido borrar totalmente. Quizás había caído en algún momento en el tintero, aunque las alas están intactas. ¿Pero cómo se las habría arreglado para caer en la botella de cuello angosto del amoníaco? ¡Era como si, deliberadamente, la criatura se hubiera arrastrado por allí para suicidarse! Pero lo más extraño de todo fue lo que descubrió el agente De Witt en el liso techo blanco sobre sus cabezas cuando sus ojos se alzaron curiosamente. A su grito, los otros 3 siguieron su mirada… incluso el doctor Van Keulen, que llevaba algún tiempo ojeando el gastado libro de cuero con una expresión donde se mezclaba el horror, la fascinación y la incredulidad. En el techo había una serie de temblorosos y titubeantes trazos, como los que haría el paso de un insecto bañado en tinta. Al instante, todos pensaron en las manchas de la mosca tan extrañamente hallada en la botella de amoníaco.
Pero aquéllas no eran trazos ordinarios de tinta. Aún al primer vistazo, se descubría algo inquietantemente familiar en ellos, y una investigación más de cerca provocó boqueos de sobresaltado asombro a los 4 observadores. El juez Bogaert miró por toda la habitación, en busca de instrumentos o útiles o muebles apilados que hubieran hecho posible la realización de esas temblorosas marcas fueran trazadas por la mano humana. No encontraron nada parecido, volvió su curiosa, y casi espantada, mirada hacia arriba. Ya que, más allá de cualquier duda, aquellas manchas de tinta formaban definidas letras del alfabeto… letras agrupadas coherentemente para formar palabras inglesas. El doctor fue el primero en descifrarlas, y los otros escucharon sin aliento mientras recitaba el mensaje demencial tan increíblemente garabateado en un lugar fuera del alcance de la mano humana.
“VER MI DIARIO… ME COGIÓ PRIMERO… MORÍ… LUEGO VI QUE ESTABA EN ELLA… LOS NEGROS TENÍAN RAZÓN… HAY EXTRAÑOS PODERES EN LA NATURALEZA… AHORA AHOGARÉ LO QUE HA QUEDADO…”
Entonces en mitad del silencio desconcertado que siguió, el doctor Van Keulen comenzó a leer en alto el gastado diario de cuero".
H.P. Lovecraft/Hazel Heald
martes, 12 de mayo de 2015
"El Doctor Misántropo"
"Este apodo no se lo endosaron hasta luego de que ocurriera un hecho; pero fue un hecho tan extraño que incluso apareció en los diarios. Su apellido era Heribert y su primer nombre era muy común, pero no me lo acuerdo. El señor Heribert era médico; por cierto que era de veras doctor en medicina diplomado, pero no atendía a nadie. Incluso él hubiera tenido que reconocer que desde la época en que andaba por los sanatorios no le había caído un solo paciente. Quizá lo hubiera reconocido abiertamente si hubiera conversado con alguien. Pero el doctor era un sujeto muy extraño.
El doctor Heribert era el hijo del doctor Heribert, que en sus tiempos había sido un prestigioso médico de la Malá Strana. Su madre falleció aún joven, y el padre poco después de llegar el muchacho a la adultez, legándole una pequeña casa de dos plantas en Oujezd y tal vez ciertos dinerillos, aunque no gran cosa. Allí vivió el doctor Heribert. En la planta baja había dos negocios pequeños y arriba un cuarto que daba a la calle, el importe de cuyo alquiler le facilitó una pequeña entrada mensual. También él vivía arriba, en un cuarto interno al cual se tenía acceso desde el patio por una escalera de madera descubierta. No sé con que comparar ese cuarto, pero inmediatamente revelaba la parquedad con que vivía el doctor. En uno de los locales de planta baja se había instalado un verdulero, y su mujer hacía la limpieza al doctor. El hijo de ésta, Josecito, era muy compinche mío, pero nuestra camaradería acabó hace mucho, porque Josecito consiguió trabajo como cochero del arzobispo y entonces se volvió muy vanidoso. Pero es gracias a él que me enteré de que el doctor Heribert se preparaba el desayuno él mismo, que almorzaba generalmente en alguna fonda barata en el barrio Staré Mesto y que cenaba cualquier cosa.
El doctor Heribert habría podido disponer de muchos pacientes en la Malá Strana de haberlo deseado así. Al fallecer su padre, los pacientes se pusieron en sus manos, pero él no quiso revisar ni ir a ver a ninguno, rico o pobre. La fe en él desapareció en seguida, la gente del barrio empezó a verlo como un "estudiante crónico" y después llegaron a esbozar sonrisas si se mencionaba al "doctor Heribert". "¡Qué doctor! ¡Yo no le encomendaría ni al gato!" El hecho no hizo mayormente mella en el doctor Heribert; por como actuaba, parecía que no le importaba la gente. No saludaba a ninguno, y si lo saludaban a él, entonces no contestaba: Cuando caminaba por la calle parecía que el viento arrastrara una hoja seca. Era considerablemente bajo -de acuerdo con el nuevo sistema de medidas, no tenía más de un metro cincuenta– y conducía su cuerpito magro por la calle de forma de quedar separado por lo menos medio metro de los demás. Sus ojos celestes ostentaban siempre una expresión hosca de perro castigado. El rostro se ocultaba tras una barba marrón clara; un rostro demasiado peludo, inconveniente en opinión de todo el mundo. Durante el invierno, cuando se cubría con su ancho gabán gris, la minúscula cabeza tapada con un gorro de tela quedaba escondida en la solapa de astracán ordinario; en verano, ocasión en que usaba un liviano traje a cuadros u otro de hilo, aun más liviano, esa cabeza daba la impresión de bambolearse sobre una débil ramita. En la época de estío salía a la mañana muy temprano, a eso de las cuatro, para dirigirse a los parques próximos a las murallas del castillo, y se instalaba en el mejor banco con un libro. En varias ocasiones algún habitante de la Malá Strana se ubicó junto a él e inició una charla. En esos casos el doctor Heribert se incorporaba, cerraba su libro bruscamente y se mandaba a mudar sin decir nada. En adelante no se metieron más con él. El asunto fue tan serio que, pese a no tener más de cuarenta años, las niñas casaderas de la Malá Strana no le prestaron atención.
Pero de repente pasó una cosa de la que, como ya mencioné más adelante, hasta los diarios se ocuparon. Es de eso que quiero decir unas palabras.
Era un hermoso día del mes de junio, uno de esos días en que se siente como si todo riera: la cúpula del cielo, la tierra, las caras de las personas. Ese día, ya entrada la tarde, pasó por Oujezd hacia la puerta del barrio un cortejo fúnebre de notable boato. Era el sepelio del señor Schepeler, Consejero del Tribunal de Cuentas, y –que el Señor tenga piedad de mí–, incluso parecía que esa comitiva mortuoria irradiaba una sonrisa de contento. Por supuesto que no se podía apreciar el rostro del finado, ya que no tenemos la usanza de algunos países meridionales que entierran a los difuntos en ataúdes abiertos para que el sol los entibie por vez postrera antes de descender a la sepultura. El hecho es que sin dejar de lado cierta circunspección exigida por las circunstancias, no se podía desmentir la alegría general. Ese magnífico día se les había metido a todos adentro, por así decir. Y eso les hacía saborear la vida.
Quizá los más felices fueran los empleados de varias oficinas públicas que cargaban el catafalco. No se hubieran resignado a no hacerlo. Habían estado dos días correteando por las oficinas, pero ahora desfilaban felices con medido paso bajo aquel bulto, íntimamente convencidos de que todos los estaban contemplando mientras decían: "Allí van los aspirantes al Tribunal de Cuentas". Quien asimismo se veía feliz era el doctor Link, hombre de elevada estatura, que había recibido de manos de la viuda veinte ducados en concepto de honorarios profesionales por los servicios prestados durante la dolencia de Schepeler, que apenas había durado una semana. No obstante, el doctor Link caminaba con la cabeza un tanto gacha, como reflexionando. También estaba contento el señor Ostrohradsky, fabricante de arneses de profesión y pariente más cercano del finado. En vida de su tío, lo había descuidado un tanto, pero se había enterado de que le había dejado en su testamento cinco mil florines y en el trayecto ya le había comentado unas cuantas veces al cervecero Kejrik: "¡No se puede negar, era una buena persona!" Iba atrás del catafalco y junto a él el regordete Kejrik, un tipo saludable que había sido el amigo más cercano del finado. Atrás de ellos iban los señores Kdojek, Musik y Homann, también consejeros del Tribunal de Cuentas pero de menor jerarquía que el difunto Schepeler. Estos iban también felices, a todas luces. Tengo que reconocer, apenado, que ni la señora Schepeler, que viajaba sola en el primer vehículo, podía rechazar el bienestar general; lo que ocurre es que su contento no tenía que ver con lo agradable del día. Esta buena dama era mujer, y para las mujeres el tercer día consecutivo de ser el centro de la atención de todos tiene un hechizo particular. Por otra parte las ropas de luto se avenían particularmente bien con su figura espigada y su rostro, usualmente un poco blanco, se veía especialmente bello en el cuadro del negro riguroso.
La única persona que lamentaba sinceramente el fallecimiento del señor Consejero y no podía evitar el pesar que le había producido esta desdicha era el cervecero Kejrik, hasta ese momento célibe y, como mencionamos, el amigo más grande y más fiel del finado. En la víspera, la joven viuda le había dicho claramente que aguardaba que él le retribuiría generosamente por guardar tanta... fidelidad en vida del esposo. Cuando Ostrohradsky le había dicho por vez primera que "¡sin duda el finado había sido una buena persona!", Kejrik le había replicado amargamente: "No, hombre. Si hubiera sido buena persona, habría vivido más". Después de lo cual no respondió más a Ostrohradsky.
El cortejo iba llegando ya a la enorme puerta. En esos tiempos la puerta aún no era tan grácil como en nuestros días: todavía consistía en dos largos pasadizos tenebrosos hechos bajo las pesadas murallas. Era un auténtico prefacio para las sepulturas que estaban del otro lado. El coche fúnebre se adelantó al cortejo, parándose ante la puerta. Se dieron vuelta los curas, los muchachos depositaron el ataúd cuidadosamente en el suelo y comenzaron las oraciones fúnebres. Luego los funebreros quitaron el fondo corredizo del coche y los muchachos alzaron el féretro para ponerlo sobre éste. ¡Fue entonces que ocurrió! Haya sido por una demasía en el esfuerzo hecho a uno de los lados o por falta de habilidad a ambos, la cuestión es que súbitamente se les soltó el féretro, golpeando en el piso con la punta más estrecha, a consecuencia de lo cual la cubierta cayó estrepitosamente. El cuerpo se mantuvo adentro del cajón, pero se flexionó un tanto a la altura de las rodillas y la mano derecha quedó suspendida afuera.
El horror se diseminó en la concurrencia. Se produjo inmediatamente un silencio tan hondo que se podía escuchar el tic-tac de los relojes en los bolsillos. Los ojos se fijaron en la faz inerte del finado Consejero. Y justamente junto al féretro irrumpió el doctor Heribert. Andaba circunstancialmente por el lugar, regresando de una caminata; había zigzagueado entre los asistentes unos momentos, se había tenido luego que detener al lado de los curas y ahora podía vérselo emergiendo de su gabancito gris justo al lado de la mortaja negra del difunto.
Fue cosa de un momento. Casi mecánicamente, Heribert tomó la mano del muerto, quizá para ponerla otra vez adentro del cajón; pero en vez de tornarla a su lugar, la sostuvo en su propia mano, agitó nerviosamente los dedos y clavó una mirada escudriñante en el rostro del finado. Luego estiró el brazo y alzó el párpado derecho.
–¡Qué es esto! –irrumpió Ostrohradsky, indignado–. ¿Qué hacemos? ¿Nos vamos a quedar aquí sin movernos?
Algunos muchachos estiraron los brazos para levantar otra vez el catafalco.
–¡Alto! –voceó Heribert, con una voz insospechadamente fuerte y vibrante–. ¡Ese hombre no ha muerto!
–¡Qué ridiculez! ¡Está chiflado! –dijo el doctor Link.
–¿Dónde hay un vigilante? –aulló Ostrohradsky.
En los rostros se apreciaba una fuerte zozobra. Únicamente el cervecero Kejrik se había llegado muy de prisa hasta el doctor Heribert.
–¿Qué tenemos que hacer? –le preguntó anhelante–. ¿Es cierto que no ha muerto?
–No. Pero tiene un ataque de catalepsia. Hay que trasportarlo rápidamente a una casa para intentar revivirlo.
–¡Es lo más absurdo que he oído! –contestó el doctor Link–. Si este hombre no murió...
–Pero, ¿éste quién es? –preguntó Ostrohradsky.
–Parece que es médico.
–¡Es el doctor misántropo! ¡Policía! –voceó el fabricante de arneses, recordando de golpe los cinco mil florines.
–¡El doctor misántropo! –repetían a coro los consejeros Kdojek y Muzik.
Pero ya Kejrik, el buen amigo del finado, estaba trasladando el féretro, auxiliado por algunos mozos, hasta un mesón de las proximidades. En la calle se armó una batahola tremenda. Se fue el coche mortuorio y se retiraron los demás vehículos. El consejero Kdojek dijo: "Es mejor que nos retiremos; ya sabremos qué pasó". Pero el caso es que ninguno sabía qué actitud tomar.
–¡Bueno! Por fin vino, señor comisario –dijo Ostrahradsky al comisario de la guardia del municipio que en ese instante arribaba–. Están pasando cosas muy raras: una farsa indebida, la profanación de un cadáver a la luz del sol y en presencia de media Praga...
Y fue tras el funcionario municipal hasta adentro del mesón. El doctor Link se hizo humo. Al cabo de unos instantes reaparecieron Ostrohradsky y el comisario.
–Por favor, váyanse –dijo éste al público que se apretujaba–. No se puede pasar. El doctor Heribert está muy seguro de revivir al Consejero.
La esposa del consejero quiso apearse de su coche, pero se desvaneció. En ocasiones, la alegría puede llegar a matar a la gente. Kejrik, muy apurado, fue hasta el carruaje, donde varias mujeres se afanaban junto a la dama desvanecida. "Llévenla con cuidado a la casa y se recobrará", les dijo. Y para sus adentros masculló "¡Buena está esta mujercita!". Se dio vuelta, trepó a otro coche y se encaminó a un lugar donde lo había enviado el doctor Heribert.
Los carruajes se fueron yendo de uno en uno y el público se apartó lentamente. No obstante, el lugar del hecho continuó siendo muy concurrido durante toda la jornada y hubo que colocar una guardia para controlar el orden ante el local al que habían trasladado al "finado". Circulaban entre la multitud las más raras versiones. Había quien ponía al doctor Link de vuelta y media y contaba acerca de él una serie de patrañas; otros se mofaban del doctor Heribert. Cada tanto hacía irrupción el señor Kejrik, arrebatado, haciendo algunos anuncios: "Estamos muy esperanzados. Hasta yo pude tomarle el pulso. ¡Este doctor es un portento!" Por fin gritó, como en trance: "¡Está respirando!", y se fue otra vez en el carruaje, que le estaba aguardando, a dar la buena noticia a la señora del Consejero.
Por último, a eso de las diez de la noche, sacaron del mesón una camilla tapada, flanqueada a un lado por el doctor Heribert y el señor Kejrik y al otro por el comisario.
No existió en toda la Malá Strana una sola bodega o mesón que no permaneciera repleta de público hasta pasada medianoche. El tema no era otro que la resurrección del consejero Schepeler y el doctor Heribert. Todos estaban aguadísimos.
–Ese hombre tiene más conocimientos que los libros de los latinos.
–Con sólo verlo, se nota de inmediato que es buen médico... Su padre era ya buen médico. ¡Muy buen médico! Y esas cosas se heredan.
–¿Y no quiere ejercer la profesión? Pero si podría tener tanta plata como un Consejero de Estado.
–Puede ser que tenga fortuna; ha de ser por eso.
–¿Por qué le dicen "doctor misántropo"?
–¿Misántropo? Jamás escuché tal cosa.
–Lo que es yo, ya lo oí un centenar de veces hoy.
Dos meses más tarde, el Consejero Schepeler estaba en sus funciones como antaño. "¡En el cielo, Dios; en la tierra el doctor Heribert!", decía siempre. Y otras veces: "Este Kejrik es una joya!"
En la ciudad entera se mentaba al doctor Heribert. Los diarios lo nombraron en todo el mundo. La Malá Strana estaba envanecida. Pasaron cosas raras. Barones, condes y príncipes quisieron al doctor Heribert como médico de cabecera. Incluso un rey de Italia le hizo una oferta nunca oída. Las personas cuya desaparición hubiera llenado de gozo a unos cuantos requerían insistentemente su atención. Pero el doctor Heribert no cedió. Se dijo incluso que la esposa del Consejero fue a llevarle una bolsita con ducados y que no la recibió. El doctor llegó a tirarle agua desde el balcón. Volvió a evidenciar que no le importaba la gente. Nunca devolvía los saludos que le hacían. Surcaba las calles como antes, y su pequeña testa traslúcida y seca oscilaba trémula como los pimpollos de amapola en su débil tallo. Jamás recibió ni fue a ver enfermos. Pero ya todos le decían "doctor misántropo", como si el apodo le hubiera llovido del cielo.
Hace ya más de diez años que no lo veo; no sé si todavía está vivo. Su pequeña casa en Oujezd no ha mostrado cambios hasta el momento. Un día de éstos voy a averiguar qué es de su vida".
Jan Neruda
El doctor Heribert era el hijo del doctor Heribert, que en sus tiempos había sido un prestigioso médico de la Malá Strana. Su madre falleció aún joven, y el padre poco después de llegar el muchacho a la adultez, legándole una pequeña casa de dos plantas en Oujezd y tal vez ciertos dinerillos, aunque no gran cosa. Allí vivió el doctor Heribert. En la planta baja había dos negocios pequeños y arriba un cuarto que daba a la calle, el importe de cuyo alquiler le facilitó una pequeña entrada mensual. También él vivía arriba, en un cuarto interno al cual se tenía acceso desde el patio por una escalera de madera descubierta. No sé con que comparar ese cuarto, pero inmediatamente revelaba la parquedad con que vivía el doctor. En uno de los locales de planta baja se había instalado un verdulero, y su mujer hacía la limpieza al doctor. El hijo de ésta, Josecito, era muy compinche mío, pero nuestra camaradería acabó hace mucho, porque Josecito consiguió trabajo como cochero del arzobispo y entonces se volvió muy vanidoso. Pero es gracias a él que me enteré de que el doctor Heribert se preparaba el desayuno él mismo, que almorzaba generalmente en alguna fonda barata en el barrio Staré Mesto y que cenaba cualquier cosa.
El doctor Heribert habría podido disponer de muchos pacientes en la Malá Strana de haberlo deseado así. Al fallecer su padre, los pacientes se pusieron en sus manos, pero él no quiso revisar ni ir a ver a ninguno, rico o pobre. La fe en él desapareció en seguida, la gente del barrio empezó a verlo como un "estudiante crónico" y después llegaron a esbozar sonrisas si se mencionaba al "doctor Heribert". "¡Qué doctor! ¡Yo no le encomendaría ni al gato!" El hecho no hizo mayormente mella en el doctor Heribert; por como actuaba, parecía que no le importaba la gente. No saludaba a ninguno, y si lo saludaban a él, entonces no contestaba: Cuando caminaba por la calle parecía que el viento arrastrara una hoja seca. Era considerablemente bajo -de acuerdo con el nuevo sistema de medidas, no tenía más de un metro cincuenta– y conducía su cuerpito magro por la calle de forma de quedar separado por lo menos medio metro de los demás. Sus ojos celestes ostentaban siempre una expresión hosca de perro castigado. El rostro se ocultaba tras una barba marrón clara; un rostro demasiado peludo, inconveniente en opinión de todo el mundo. Durante el invierno, cuando se cubría con su ancho gabán gris, la minúscula cabeza tapada con un gorro de tela quedaba escondida en la solapa de astracán ordinario; en verano, ocasión en que usaba un liviano traje a cuadros u otro de hilo, aun más liviano, esa cabeza daba la impresión de bambolearse sobre una débil ramita. En la época de estío salía a la mañana muy temprano, a eso de las cuatro, para dirigirse a los parques próximos a las murallas del castillo, y se instalaba en el mejor banco con un libro. En varias ocasiones algún habitante de la Malá Strana se ubicó junto a él e inició una charla. En esos casos el doctor Heribert se incorporaba, cerraba su libro bruscamente y se mandaba a mudar sin decir nada. En adelante no se metieron más con él. El asunto fue tan serio que, pese a no tener más de cuarenta años, las niñas casaderas de la Malá Strana no le prestaron atención.
Pero de repente pasó una cosa de la que, como ya mencioné más adelante, hasta los diarios se ocuparon. Es de eso que quiero decir unas palabras.
Era un hermoso día del mes de junio, uno de esos días en que se siente como si todo riera: la cúpula del cielo, la tierra, las caras de las personas. Ese día, ya entrada la tarde, pasó por Oujezd hacia la puerta del barrio un cortejo fúnebre de notable boato. Era el sepelio del señor Schepeler, Consejero del Tribunal de Cuentas, y –que el Señor tenga piedad de mí–, incluso parecía que esa comitiva mortuoria irradiaba una sonrisa de contento. Por supuesto que no se podía apreciar el rostro del finado, ya que no tenemos la usanza de algunos países meridionales que entierran a los difuntos en ataúdes abiertos para que el sol los entibie por vez postrera antes de descender a la sepultura. El hecho es que sin dejar de lado cierta circunspección exigida por las circunstancias, no se podía desmentir la alegría general. Ese magnífico día se les había metido a todos adentro, por así decir. Y eso les hacía saborear la vida.
Quizá los más felices fueran los empleados de varias oficinas públicas que cargaban el catafalco. No se hubieran resignado a no hacerlo. Habían estado dos días correteando por las oficinas, pero ahora desfilaban felices con medido paso bajo aquel bulto, íntimamente convencidos de que todos los estaban contemplando mientras decían: "Allí van los aspirantes al Tribunal de Cuentas". Quien asimismo se veía feliz era el doctor Link, hombre de elevada estatura, que había recibido de manos de la viuda veinte ducados en concepto de honorarios profesionales por los servicios prestados durante la dolencia de Schepeler, que apenas había durado una semana. No obstante, el doctor Link caminaba con la cabeza un tanto gacha, como reflexionando. También estaba contento el señor Ostrohradsky, fabricante de arneses de profesión y pariente más cercano del finado. En vida de su tío, lo había descuidado un tanto, pero se había enterado de que le había dejado en su testamento cinco mil florines y en el trayecto ya le había comentado unas cuantas veces al cervecero Kejrik: "¡No se puede negar, era una buena persona!" Iba atrás del catafalco y junto a él el regordete Kejrik, un tipo saludable que había sido el amigo más cercano del finado. Atrás de ellos iban los señores Kdojek, Musik y Homann, también consejeros del Tribunal de Cuentas pero de menor jerarquía que el difunto Schepeler. Estos iban también felices, a todas luces. Tengo que reconocer, apenado, que ni la señora Schepeler, que viajaba sola en el primer vehículo, podía rechazar el bienestar general; lo que ocurre es que su contento no tenía que ver con lo agradable del día. Esta buena dama era mujer, y para las mujeres el tercer día consecutivo de ser el centro de la atención de todos tiene un hechizo particular. Por otra parte las ropas de luto se avenían particularmente bien con su figura espigada y su rostro, usualmente un poco blanco, se veía especialmente bello en el cuadro del negro riguroso.
La única persona que lamentaba sinceramente el fallecimiento del señor Consejero y no podía evitar el pesar que le había producido esta desdicha era el cervecero Kejrik, hasta ese momento célibe y, como mencionamos, el amigo más grande y más fiel del finado. En la víspera, la joven viuda le había dicho claramente que aguardaba que él le retribuiría generosamente por guardar tanta... fidelidad en vida del esposo. Cuando Ostrohradsky le había dicho por vez primera que "¡sin duda el finado había sido una buena persona!", Kejrik le había replicado amargamente: "No, hombre. Si hubiera sido buena persona, habría vivido más". Después de lo cual no respondió más a Ostrohradsky.
El cortejo iba llegando ya a la enorme puerta. En esos tiempos la puerta aún no era tan grácil como en nuestros días: todavía consistía en dos largos pasadizos tenebrosos hechos bajo las pesadas murallas. Era un auténtico prefacio para las sepulturas que estaban del otro lado. El coche fúnebre se adelantó al cortejo, parándose ante la puerta. Se dieron vuelta los curas, los muchachos depositaron el ataúd cuidadosamente en el suelo y comenzaron las oraciones fúnebres. Luego los funebreros quitaron el fondo corredizo del coche y los muchachos alzaron el féretro para ponerlo sobre éste. ¡Fue entonces que ocurrió! Haya sido por una demasía en el esfuerzo hecho a uno de los lados o por falta de habilidad a ambos, la cuestión es que súbitamente se les soltó el féretro, golpeando en el piso con la punta más estrecha, a consecuencia de lo cual la cubierta cayó estrepitosamente. El cuerpo se mantuvo adentro del cajón, pero se flexionó un tanto a la altura de las rodillas y la mano derecha quedó suspendida afuera.
El horror se diseminó en la concurrencia. Se produjo inmediatamente un silencio tan hondo que se podía escuchar el tic-tac de los relojes en los bolsillos. Los ojos se fijaron en la faz inerte del finado Consejero. Y justamente junto al féretro irrumpió el doctor Heribert. Andaba circunstancialmente por el lugar, regresando de una caminata; había zigzagueado entre los asistentes unos momentos, se había tenido luego que detener al lado de los curas y ahora podía vérselo emergiendo de su gabancito gris justo al lado de la mortaja negra del difunto.
Fue cosa de un momento. Casi mecánicamente, Heribert tomó la mano del muerto, quizá para ponerla otra vez adentro del cajón; pero en vez de tornarla a su lugar, la sostuvo en su propia mano, agitó nerviosamente los dedos y clavó una mirada escudriñante en el rostro del finado. Luego estiró el brazo y alzó el párpado derecho.
–¡Qué es esto! –irrumpió Ostrohradsky, indignado–. ¿Qué hacemos? ¿Nos vamos a quedar aquí sin movernos?
Algunos muchachos estiraron los brazos para levantar otra vez el catafalco.
–¡Alto! –voceó Heribert, con una voz insospechadamente fuerte y vibrante–. ¡Ese hombre no ha muerto!
–¡Qué ridiculez! ¡Está chiflado! –dijo el doctor Link.
–¿Dónde hay un vigilante? –aulló Ostrohradsky.
En los rostros se apreciaba una fuerte zozobra. Únicamente el cervecero Kejrik se había llegado muy de prisa hasta el doctor Heribert.
–¿Qué tenemos que hacer? –le preguntó anhelante–. ¿Es cierto que no ha muerto?
–No. Pero tiene un ataque de catalepsia. Hay que trasportarlo rápidamente a una casa para intentar revivirlo.
–¡Es lo más absurdo que he oído! –contestó el doctor Link–. Si este hombre no murió...
–Pero, ¿éste quién es? –preguntó Ostrohradsky.
–Parece que es médico.
–¡Es el doctor misántropo! ¡Policía! –voceó el fabricante de arneses, recordando de golpe los cinco mil florines.
–¡El doctor misántropo! –repetían a coro los consejeros Kdojek y Muzik.
Pero ya Kejrik, el buen amigo del finado, estaba trasladando el féretro, auxiliado por algunos mozos, hasta un mesón de las proximidades. En la calle se armó una batahola tremenda. Se fue el coche mortuorio y se retiraron los demás vehículos. El consejero Kdojek dijo: "Es mejor que nos retiremos; ya sabremos qué pasó". Pero el caso es que ninguno sabía qué actitud tomar.
–¡Bueno! Por fin vino, señor comisario –dijo Ostrahradsky al comisario de la guardia del municipio que en ese instante arribaba–. Están pasando cosas muy raras: una farsa indebida, la profanación de un cadáver a la luz del sol y en presencia de media Praga...
Y fue tras el funcionario municipal hasta adentro del mesón. El doctor Link se hizo humo. Al cabo de unos instantes reaparecieron Ostrohradsky y el comisario.
–Por favor, váyanse –dijo éste al público que se apretujaba–. No se puede pasar. El doctor Heribert está muy seguro de revivir al Consejero.
La esposa del consejero quiso apearse de su coche, pero se desvaneció. En ocasiones, la alegría puede llegar a matar a la gente. Kejrik, muy apurado, fue hasta el carruaje, donde varias mujeres se afanaban junto a la dama desvanecida. "Llévenla con cuidado a la casa y se recobrará", les dijo. Y para sus adentros masculló "¡Buena está esta mujercita!". Se dio vuelta, trepó a otro coche y se encaminó a un lugar donde lo había enviado el doctor Heribert.
Los carruajes se fueron yendo de uno en uno y el público se apartó lentamente. No obstante, el lugar del hecho continuó siendo muy concurrido durante toda la jornada y hubo que colocar una guardia para controlar el orden ante el local al que habían trasladado al "finado". Circulaban entre la multitud las más raras versiones. Había quien ponía al doctor Link de vuelta y media y contaba acerca de él una serie de patrañas; otros se mofaban del doctor Heribert. Cada tanto hacía irrupción el señor Kejrik, arrebatado, haciendo algunos anuncios: "Estamos muy esperanzados. Hasta yo pude tomarle el pulso. ¡Este doctor es un portento!" Por fin gritó, como en trance: "¡Está respirando!", y se fue otra vez en el carruaje, que le estaba aguardando, a dar la buena noticia a la señora del Consejero.
Por último, a eso de las diez de la noche, sacaron del mesón una camilla tapada, flanqueada a un lado por el doctor Heribert y el señor Kejrik y al otro por el comisario.
No existió en toda la Malá Strana una sola bodega o mesón que no permaneciera repleta de público hasta pasada medianoche. El tema no era otro que la resurrección del consejero Schepeler y el doctor Heribert. Todos estaban aguadísimos.
–Ese hombre tiene más conocimientos que los libros de los latinos.
–Con sólo verlo, se nota de inmediato que es buen médico... Su padre era ya buen médico. ¡Muy buen médico! Y esas cosas se heredan.
–¿Y no quiere ejercer la profesión? Pero si podría tener tanta plata como un Consejero de Estado.
–Puede ser que tenga fortuna; ha de ser por eso.
–¿Por qué le dicen "doctor misántropo"?
–¿Misántropo? Jamás escuché tal cosa.
–Lo que es yo, ya lo oí un centenar de veces hoy.
Dos meses más tarde, el Consejero Schepeler estaba en sus funciones como antaño. "¡En el cielo, Dios; en la tierra el doctor Heribert!", decía siempre. Y otras veces: "Este Kejrik es una joya!"
En la ciudad entera se mentaba al doctor Heribert. Los diarios lo nombraron en todo el mundo. La Malá Strana estaba envanecida. Pasaron cosas raras. Barones, condes y príncipes quisieron al doctor Heribert como médico de cabecera. Incluso un rey de Italia le hizo una oferta nunca oída. Las personas cuya desaparición hubiera llenado de gozo a unos cuantos requerían insistentemente su atención. Pero el doctor Heribert no cedió. Se dijo incluso que la esposa del Consejero fue a llevarle una bolsita con ducados y que no la recibió. El doctor llegó a tirarle agua desde el balcón. Volvió a evidenciar que no le importaba la gente. Nunca devolvía los saludos que le hacían. Surcaba las calles como antes, y su pequeña testa traslúcida y seca oscilaba trémula como los pimpollos de amapola en su débil tallo. Jamás recibió ni fue a ver enfermos. Pero ya todos le decían "doctor misántropo", como si el apodo le hubiera llovido del cielo.
Hace ya más de diez años que no lo veo; no sé si todavía está vivo. Su pequeña casa en Oujezd no ha mostrado cambios hasta el momento. Un día de éstos voy a averiguar qué es de su vida".
Jan Neruda
lunes, 11 de mayo de 2015
"Carolina"
"Una joven de dieciocho años, llamada Carolina, inspiró la más violenta pasión a un hombre de edad madura, y como a los cincuenta uno es, según se dice, más enamoradizo que a los veinte -aunque con muchos menos medios para complacer-, el herrumbroso pretendiente asediaba sin cesar a Carolina, que estaba lejos de corresponder a sus sentimientos. Pero esta muchacha cometió el más imperdonable de los errores: ponerle en ridículo y atormentarle, cuando debería haberse contentado con alejarse de él con frialdad y decencia. Al cabo de tres años de perseverancia por una parte y de malos tratos por la otra, el infortunado amante sucumbió a una enfermedad de la que aquel funesto amor fue en gran parte el origen.
Sintiendo cercano su fin, solicitó, como último deseo, que Carolina se dignase al menos ir a recibir su eterno adiós. La joven rechazó tajantemente este ruego. Una de sus amigas, que estaba presente, le dijo amablemente que haría bien en conceder este triste consuelo a un infeliz que moría por y para ella. Sus consejos fueron inútiles. Vinieron por segunda vez a hacerle el mismo ruego, añadiendo que el enfermo solicitaba ver a Carolina más por el interés de ella que por el suyo propio. Pero este segundo mensaje no corrió mejor suerte que el primero.
La amiga de Carolina, indignada por esta dureza hacia un moribundo, la acució con más energía y le reprochó su coquetería y malos procedimientos hacia un hombre a quien al menos podía ofrecer un instante de piedad como expiación. Carolina, cansada de tales impertinencias, consintió finalmente de muy mala gana y dijo: -Vamos, llévame a casa de tu protegido: pero sólo estaremos un momento, te lo advierto, no me gustan ni los moribundos ni los muertos.
Las dos amigas partieron finalmente. El moribundo, al ver entrar a Carolina, hizo un último esfuerzo y tomó la palabra con voz apagada:
-Ya no hay tiempo, señorita, -dijo- me habéis negado con crueldad la dicha de veros cuando os lo he rogado: sólo deseaba perdonaros mi muerte. A partir de ahora me veréis más a menudo que en el pasado. Recordad solamente que habéis tardado tres años en llevarme dolorosamente a la tumba... Adiós, señorita... Hasta esta noche.
Al acabar de decir estas palabras, que le costó un trabajo infinito pronunciar, expiró.
Carolina, presa del horror, huyó precipitadamente. Su amiga usó todos los medios posibles para calmar su extrema agitación. Carolina le suplicó que pasara la noche con ella. Dispusieron otra cama en la misma habitación, dejaron los candelabros encendidos, y las dos amigas, como no podían dormir, estuvieron mucho tiempo hablando entre ellas. De repente, hacia la medianoche, las luces se apagaron por sí solas. Carolina exclama con terror:
-¡Ya está aquí! ¡Ya está aquí!
Su amiga, que sólo oye ahogados suspiros, seguidos de un profundo silencio, reúne sus fuerzas y llama arrebatadamente; acude la gente de la casa, intentan encender los candelabros, pero es inútil. Al cabo de un cuarto de hora, que transcurre en medio de mortales angustias, suena el reloj. Carolina lanza un profundo suspiro, como alguien que sale de un largo sopor. Las velas se encienden solas; la gente de la casa se retira, y Carolina, con una voz agonizante, dice:
-¡Ah! ¡Por fin se ha ido!
-¿Lo has visto entonces?
-Sí, y estoy totalmente segura de que cumplirá sus amenazas.
-¡Y qué! ¿Te ha hablado?
-Esto es lo que acabo de oír: durante tres años vendré todas las noches a pasar un cuarto de hora con vos. Por lo demás, estad tranquila, no os haré ningún daño; limito mi venganza a obligaros a ver cada noche a aquel a quien habéis llevado a la tumba a causa de vuestra imprudente conducta.
La amiga, que no sentía mucha curiosidad por ver repetirse la misma escena, se negó a pasar las noches siguientes con Carolina, quien le reprochó que la abandonase a un vampiro.
Las visitas nocturnas continuaron. Carolina, bella, rica, dueña de sus acciones, y con veintiún años, quiso casarse con la esperanza de alejar al fantasma; pero el rumor de las apariciones hizo desistir a los pretendientes. Sólo uno, un gascón, llamado Señor de Forbignac, se presentó y se ofreció como esposo. La necesidad le obligó a aceptar; pero al día siguiente de las bodas (sin que llegara a saberse cómo había transcurrido la noche) el gascón desapareció con la dote y muchas joyas que no formaban parte de ella.
La amiga de Carolina, sensible a tantas desgracias, acudió junto a ella, la consoló lo mejor que pudo y la llevó a un lugar donde concluyó tristemente su penitencia. Pasados los tres años, su vampiro le anunció al fin que ya no le vería más; y cumplió su palabra. Una lección tan severa suavizó su carácter. La muerte del Señor de Forbignac, que tuvo la honestidad de no volver, dejó libre a Carolina para que pudiera casarse de nuevo, y esta vez encontró un esposo que la hizo totalmente feliz".
Charles Nodier
Sintiendo cercano su fin, solicitó, como último deseo, que Carolina se dignase al menos ir a recibir su eterno adiós. La joven rechazó tajantemente este ruego. Una de sus amigas, que estaba presente, le dijo amablemente que haría bien en conceder este triste consuelo a un infeliz que moría por y para ella. Sus consejos fueron inútiles. Vinieron por segunda vez a hacerle el mismo ruego, añadiendo que el enfermo solicitaba ver a Carolina más por el interés de ella que por el suyo propio. Pero este segundo mensaje no corrió mejor suerte que el primero.
La amiga de Carolina, indignada por esta dureza hacia un moribundo, la acució con más energía y le reprochó su coquetería y malos procedimientos hacia un hombre a quien al menos podía ofrecer un instante de piedad como expiación. Carolina, cansada de tales impertinencias, consintió finalmente de muy mala gana y dijo: -Vamos, llévame a casa de tu protegido: pero sólo estaremos un momento, te lo advierto, no me gustan ni los moribundos ni los muertos.
Las dos amigas partieron finalmente. El moribundo, al ver entrar a Carolina, hizo un último esfuerzo y tomó la palabra con voz apagada:
-Ya no hay tiempo, señorita, -dijo- me habéis negado con crueldad la dicha de veros cuando os lo he rogado: sólo deseaba perdonaros mi muerte. A partir de ahora me veréis más a menudo que en el pasado. Recordad solamente que habéis tardado tres años en llevarme dolorosamente a la tumba... Adiós, señorita... Hasta esta noche.
Al acabar de decir estas palabras, que le costó un trabajo infinito pronunciar, expiró.
Carolina, presa del horror, huyó precipitadamente. Su amiga usó todos los medios posibles para calmar su extrema agitación. Carolina le suplicó que pasara la noche con ella. Dispusieron otra cama en la misma habitación, dejaron los candelabros encendidos, y las dos amigas, como no podían dormir, estuvieron mucho tiempo hablando entre ellas. De repente, hacia la medianoche, las luces se apagaron por sí solas. Carolina exclama con terror:
-¡Ya está aquí! ¡Ya está aquí!
Su amiga, que sólo oye ahogados suspiros, seguidos de un profundo silencio, reúne sus fuerzas y llama arrebatadamente; acude la gente de la casa, intentan encender los candelabros, pero es inútil. Al cabo de un cuarto de hora, que transcurre en medio de mortales angustias, suena el reloj. Carolina lanza un profundo suspiro, como alguien que sale de un largo sopor. Las velas se encienden solas; la gente de la casa se retira, y Carolina, con una voz agonizante, dice:
-¡Ah! ¡Por fin se ha ido!
-¿Lo has visto entonces?
-Sí, y estoy totalmente segura de que cumplirá sus amenazas.
-¡Y qué! ¿Te ha hablado?
-Esto es lo que acabo de oír: durante tres años vendré todas las noches a pasar un cuarto de hora con vos. Por lo demás, estad tranquila, no os haré ningún daño; limito mi venganza a obligaros a ver cada noche a aquel a quien habéis llevado a la tumba a causa de vuestra imprudente conducta.
La amiga, que no sentía mucha curiosidad por ver repetirse la misma escena, se negó a pasar las noches siguientes con Carolina, quien le reprochó que la abandonase a un vampiro.
Las visitas nocturnas continuaron. Carolina, bella, rica, dueña de sus acciones, y con veintiún años, quiso casarse con la esperanza de alejar al fantasma; pero el rumor de las apariciones hizo desistir a los pretendientes. Sólo uno, un gascón, llamado Señor de Forbignac, se presentó y se ofreció como esposo. La necesidad le obligó a aceptar; pero al día siguiente de las bodas (sin que llegara a saberse cómo había transcurrido la noche) el gascón desapareció con la dote y muchas joyas que no formaban parte de ella.
La amiga de Carolina, sensible a tantas desgracias, acudió junto a ella, la consoló lo mejor que pudo y la llevó a un lugar donde concluyó tristemente su penitencia. Pasados los tres años, su vampiro le anunció al fin que ya no le vería más; y cumplió su palabra. Una lección tan severa suavizó su carácter. La muerte del Señor de Forbignac, que tuvo la honestidad de no volver, dejó libre a Carolina para que pudiera casarse de nuevo, y esta vez encontró un esposo que la hizo totalmente feliz".
Charles Nodier
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