“En cierta ocasión, un hombre decidió ir a ver el lugar por donde sale el Sol todas las mañanas. Cogió un poco de comida para el viaje y caminó hacia el este, hasta que llegó a un ancho río. Tuvo que nadar mucho para atravesarlo, con miedo de que hubiera cocodrilos, y al llegar a la otra orilla prosiguió su marcha tranquilamente.
Pero la comida se le acabó pronto, así que para mantenerse con vida tuvo que comer tierra e insectos.
Por fin llegó a un segundo río, aún más ancho y caudaloso que el primero. La otra orilla parecía estar en llamas.
-Este río es demasiado ancho –se dijo-. Jamás lograre cruzarlo.
Pero, a pesar de todo, cerró los ojos, se arrojó al agua y dejándose llevar por la corriente alcanzó el otro lado del río.
Allí se encontró con una anciana.
-¿Dónde vive el Sol? –le preguntó.
-En lo alto de esa colina –respondió la mujer.
El hombre subió a la colina y vio un palacio luminoso donde todo era de oro.
Allí, la esposa del Sol le recibió amablemente y le ofreció comida y agua.
Al poco tiempo vio que algo rojo se iba acercando. Era el Sol en persona, que regresaba a casa después de su trabajo diario. El Sol saludó al hombre con cortesía y le invitó a quedarse a cenar y pasar la noche. Luego, le enseñó su palacio, un magnifico edificio con arcos hechos de perlas preciosas.
A la mañana siguiente, el hombre se levantó con las primeras luces del día para ver como se alzaba el Sol. Vio la cama donde éste había dormido. Le dieron sopa para desayunar, y la mujer del Sol le entregó algo de pan para su familia.
Luego, el Sol le dijo:
-Cierra los ojos.
Y cuando los abrió se encontró junto a su cabaña, y vio a su familia que salía a emprender sus tareas diarias. Entre todos se comieron el pan del Sol y, desde aquel día, ninguno de ellos volvió a enfermar”.
Relato tradicional kamba