En la primavera de 1933 aparecieron en la prensa algunos párrafos algo oscuros con referencia a las extrañas creencias de ciertas tribus indias, a la aparente incompetencia del soldado James French de la Real Policía Montada del Noroeste, la desaparición de un tal Henry Lucas, y, finalmente, a la desaparición del soldado French. También hubo cierto revuelo con respecto a una declaración publicada por John Dalhousie, Jefe Provisional de la Real Policía Montada, en su cuartel temporario de Cold Harbor (Manitoba), con fecha 11 de mayo, y referente a ciertas críticas públicas contra el soldado French y contra el manejo del caso Lucas. Finalmente se corrió cierta historia increíble acerca de un extraño dios del gran silencio blanco, la vasta región donde la nieve cubre la tierra durante largos meses del año.
Todos estos fenómenos, aparentemente inconexos entre sí y a los cuales se refirió la prensa con gran desprecio, estaban íntimamente vinculados. El hecho de que existen cosas que debieran seguir ignoradas, cosas realmente horribles y prohibidas para la humanidad, el soldado French lo descubrió, y, después de él, lo descubrió John Dalhousie, quien el 11 de mayo publicó la siguiente declaración:
Muy en contra de mi voluntad escribo en respuesta a las injustas críticas dirigidas contra mí con motivo de la investigación del caso Lucas. La prensa me molesta debido a que este caso continúa sin resolver y, con injustificada aspereza, se insinúa que Henry Lucas no pudo haber salido de su casa y desaparecido, a pesar de las pruebas indiscutibles que prueban que tal fue lo que ocurrió.
Los hechos, para aquellos que leen esta declaración sin conocimientos previos de la desaparición y la investigación subsiguiente llevada a cabo por el soldado James French, son éstos: La noche del 21 de febrero próximo pasado, durante una ligera tormenta de nieve, Henry Lucas salió de su cabaña, ubicada en las afueras de la aldea de Cold Harbor, y no volvió a ser visto nuevamente. Un vecino vio a Lucas dirigirse hacia el antiguo camino de Olassie que pasa cerca de la cabaña del desaparecido, pero en seguida le perdió de vista. Esta fue la última vez que se vio a Lucas con vida. Dos días más temprano, un cuñado suyo llamado Randy Margate, comunicó la desaparición de su pariente, y el soldado French fue enviado de inmediato para investigar el asunto.
El informe de French llegó a mi oficina dos semanas más tarde. Permítaseme afirmar que, a pesar de creer el público lo contrario, el misterio de Lucas fue resuelto. Pero su solución resultó tan fantástica, increíble y espantosa, que este departamento consideró prudente no comunicarla al público. Hemos mantenido esa decisión hasta el día de hoy, y ahora se hace aparente que, por extraña que sea, debemos publicarla a fin de contrarrestar las acerbas críticas que se han dirigido contra esta repartición.
A continuación doy el último informe del soldado James French:
Cold Harbor, 3 de Marzo de 1933.
Señor: Casi me falta valor para comunicarle esto, pues debo escribir algo contra lo que mi carácter se rebela, algo que mi inteligencia me dice que es imposible. ¡Y sin embargo es la verdad! Sí, todo es como se nos dijo: Lucas salió de su casa y desapareció; mas no soñamos siquiera la razón de que saliera, ni tampoco sospechamos que algo acechaba en el bosque, esperándolo...
Llegué aquí el 25 de febrero y me dirigí de inmediato a la cabaña de Lucas, donde conversé con Margate. Este, empero, no podía decirme nada, ya que llegó desde la aldea vecina, comprobó la desaparición de su cuñado, y dio parte a nosotros. Poco después de conversar conmigo, se fue a su casa, situada en Navissa Camp. Me encaminé entonces a casa del vecino que viera por última vez al desaparecido. El hombre parecía muy poco dispuesto a hablar, y tuve dificultad en entenderle debido a que, aparentemente, es medio indio y descendiente de las antiguas tribus que aún abundan por estos contornos. Me mostró el sitio donde viera a Lucas por última vez, e indicó que las huellas del hombre se detenían repentinamente. Me dijo esto con cierta excitación, y señalando hacia la selva, por sobre un claro, declaró con tono incierto que seguramente la nieve había cubierto ya el resto de las huellas. Pero el lugar parecía estar expuesto al viento, y no quedaba allí mucha nieve. Realmente, en algunos sitios todavía eran visibles las huellas de Lucas, y más allá del lugar de donde al parecer desapareció, no encontré ninguna de las suyas, aunque había huellas de Margate y de uno o dos más.
A la vista de los descubrimientos siguientes, este hecho resulta muy significativo. Por cierto que Lucas no caminó más allá de ese sitio, y es bien seguro que no regresó a su cabaña. Desapareció del lugar tan completamente como si nunca hubiera existido. Traté entonces, como he seguido haciéndolo, de explicarme cómo pudo Lucas haber desaparecido sin dejar rastros; pero no existe más que una explicación, la que en seguida detallaré, por increíble que parezca. Pero antes de hacerlo, debo presentar algunas pruebas que me parecen importantes.
Recordará usted que dos veces durante el transcurso del año pasado el padre Brisbois, el sacerdote viajero, comunicó la desaparición de niños indios de Cold Harbor. En cada uno de los casos se nos informó que los niños habían reaparecido antes de que comenzáramos la investigación. Apenas había estado allí un día cuando me enteré de que los niños no reaparecieron nunca, que, además, hubo muchas desapariciones en Cold Harbor, respecto a las cuales nunca se nos comunicó nada, y que, aparentemente, la desaparición de Lucas era una de tantas. No obstante, éste último parece haber sido el primer blanco a quien ocurre tal cosa.
Hice varios descubrimientos muy singulares que no me produjeron una impresión muy favorable, y de inmediato comprendí que el caso era muy extraño. Detallo a continuación mis descubrimientos en orden de importancia:
1) Lucas no era hombre que resultara simpático a nadie. Repetidas veces engañó a los indios y, estando ebrio, trató una vez de inmiscuirse en un asunto religioso. Considero esto como un motivo.
2) La población (india en su casi totalidad) se niega a dar informes de ninguna clase. Algunos se muestran temerosos, otros hoscos, y algunos desafiantes y hasta me hacen advertencias veladas. Un médico brujo, cuando fue interrogado, contestó: "Mire usted, hay cosas que no conviene conocer. Una de ellas es Ithaqua, a quien ningún hombre puede mirar sin adorar. El solo verlo significa la muerte, como la helada en lo profundo de la noche." No pude obtener ninguna aclaración de estas palabras. No obstante, han tomado una gran significación, como lo comprobará usted.
3) Existe aquí una religión muy antigua y extraña. Respecto a esto último doy detalles a continuación.
Frecuentes insinuaciones de la relación entre las grandes hogueras vistas en la selva limitada por el viejo sendero de Olassie, súbitos temporales de nieve, y las desapariciones, me pusieron al fin sobre la pista de la religión de estos indios. Creí al principio que las referencias veladas de los nativos con respecto a la selva y a la nieve no eran más que expresiones del temor a los elementos que es tan común entre la gente que vive en regiones desoladas. Aparentemente cometí un error en mis apreciaciones, pues el segundo día después de mi llegada, el padre Brisbois se presentó en Cold Harbor y me vio durante uno de sus servicios religiosos. De inmediato envió a uno de sus sacristanes para comunicarme que deseaba conversar conmigo. Una vez terminada la misma, fui a verle.
Él suponía que estaba yo ocupado en investigar las desapariciones que nos comunicara, y expresó sorpresa cuando supo que los padres de los niños afirmaban haberlos encontrado.
-Entonces sospecharon de mis intenciones -explicó- y evitaron la investigación. Pero, claro está, usted ya sabe que los niños no han sido encontrados, ¿verdad?
Dije que ya lo sabía, y le rogué me contara lo que supiera respecto a las misteriosas desapariciones. Su actitud me sorprendió.
-No puedo decirle nada porque no me creería usted -respondió-. Pero dígame, ¿ha estado usted en la selva? ¿Por el viejo camino de Olassie? -Ante mi negativa, continuó-: Entonces vaya usted a la selva y vea si puede hallar los altares. Cuando los encuentre, vuelva y dígame lo que opina de ellos. Yo permaneceré en Cold Harbor por dos o tres días.
Eso fue todo lo que quiso decirme. Comprendí entonces que había algo raro en la selva, y aunque caía ya la tarde, emprendí la marcha por el viejo camino de Olassie y entré a los bosques, aunque no sin calcular cuidadosamente las horas de luz que me quedaban. Me adentré cada vez más en esa tierra virgen, y finalmente llegué a un sendero que se veía en la nieve. Al notar que se habían hecho esfuerzos para disimularlo, comprendí que estaba sobre la pista de algo interesante. Lo seguí y no tuve dificultad en encontrar los altares a que se refiriera el padre Brisbois. Eran unos extraños círculos de piedra, alrededor de los cuales la nieve parecía muy pisoteada. Esa fue mi primera impresión; pero cuando me acerqué a esos círculos, vi que la nieve era como vidrio, suave, pero no resbaladiza, y no parecía estar pisoteada solamente por pies humanos. Dentro de los círculos, la nieve era tan suave como plumones.
Estos círculos son bastante grandes, casi de veinte metros de diámetro, y lo forman unas piedras raras que parecen congeladas, o alguna roca vidriosa que no recuerdo haber visto nunca. Cuando extendí la mano para tocar una de ellas, sentí un sacudón como si hubiera recibido una descarga eléctrica; agregue usted a esto el hecho de que la piedra es antiquísima e increíblemente fría, y ya podrá usted imaginarse la extrañeza con la que observé ese extraño lugar de adoración. Había tres círculos, no muy lejos uno de otro. Habiéndolos examinado desde el exterior, entré en el primero de ellos y encontré, como ya he indicado antes, que la nieve era extraordinariamente suave. Aquí y allá se veían huellas. Creo que las miré con poco interés durante un momento antes de darme cuenta de su significación. Entonces me dejé caer de rodillas y las examiné cuidadosamente.
La prueba que tenía ante mis ojos era bien clara. Las huellas pertenecían a un hombre calzado con zapatos, un hombre blanco, por cierto, pues los indios de los alrededores no usan zapatos, y las huellas eran las mismas que dejara Henry Lucas en el claro de donde desapareciera. Al ver esto, consideré que debía trabajar basándome en la hipótesis de que las huellas pertenecían a Lucas. Pero lo más extraordinario respecto a ellas es que demostraban que el hombre que las hizo no entró caminando al círculo, ni salió tampoco andando. El sitio de entrada -o, mejor dicho, el comienzo de la línea de huellas- no estaba muy lejos de donde me hallaba yo; allí vi señales de que le habían arrojado o dejado caer dentro del círculo.
El hombre se había levantado y comenzado a caminar alrededor hacia la única entrada del extraño altar; pero allí vacilaban sus huellas y se volvían de nuevo hacia adentro. Caminó cada vez más rápido, comenzó luego a correr, y, bruscamente, sus huellas se detenían por completo, interrumpidas en el medio de la circunferencia de piedras. No era posible un error al respecto, pues, mientras las primeras huellas estaban ligeramente cubiertas por la nieve, la caída de la nieve cesó aparentemente en el mismo momento en que se detenían las huellas.
Mientras examinaba todo esto, tuve la molesta sensación de que me vigilaban. Escudriñé la selva con disimulo, pero nada se presentó a mi vista. Empero, la sensación de ser observado persistía, y una creciente inquietud se apoderó de mí; de manera que sentí la proximidad de un peligro dentro de ese extraño y silencioso círculo de piedras, perdido en lo más profundo de los silenciosos bosques. A poco salí del altar y me dirigí hacia la selva con cierta aprensión. Entonces me encontré con los restos de grandes hogueras, y recordé las veladas insinuaciones de algunos de los nativos de Cold Harbor. El hecho de que las huellas de Lucas estuvieran dentro del círculo, vinculaba los fuegos a su desaparición, y, como ya he indicado, estaba cayendo nieve en el momento en que Lucas se hallaba dentro del altar de piedras. Recordé también que de vez en cuando se hicieron algunos comentarios respecto a grandes hogueras que solían verse en los bosques cercanos al camino de Olassie, cuando ese camino estaba en uso hace algunos años. Examiné las cenizas; aunque, debido a la proximidad de la noche, no pude hacerlo con gran minuciosidad. Aparentemente habían quedado sólo agujas de pino.
Entonces vi que no sólo se me echaba encima la oscuridad, sino que también el cielo se mostraba nublado y que los copos de nieve comenzaban a caer por entre las ramas de los árboles. Allí tenía ante mi vista otra prueba: un súbito temporal de nieve. Pues unos minutos antes el cielo no mostraba nube alguna. Uno por uno, todos esos detalles extraños estaban tomando forma tangible ante mis ojos. Durante todo este tiempo me seguía dominando la impresión de que alguien observaba todos mis movimientos; de manera que obré en forma de poder sorprender a cualquiera que estuviese oculto en el bosque. Las hogueras se hallaban detrás de los altares, y al volverme hice frente a los círculos de piedra. Ya, como he dicho, estaba oscureciendo y caía nieve, pero vi algo. Fue algo así como una nube de nieve que pendiera por sobre los altares, como una enorme masa informe de nieve apretada; no un montón de copos, aunque los copos la rodeaban. Y no tenía color blanco, sino más bien un matiz azul verdoso que lentamente se iba tornando purpúreo. Deseo señalar que a la sazón no estaba enterado yo de nada extraño, y sabía perfectamente bien que a veces los cambios de luces del crepúsculo suelen afectar la visión.
Mas, al adelantarme y pasar frente a los altares, me volví, viendo entonces que la mitad superior de ese extraño ser se movía independientemente de la inferior. Mientras permanecía mirándolo comenzó a desvanecerse, tal como si se disolviera en la nieve que caía, hasta que finalmente desapareció por completo. Entonces me asusté, temiendo que esa cosa extraña me rodeara mezclada con la nieve que caía por todos lados. Por primera vez en mi vida sentí temor de los bosques, de la noche y de la nieve silenciosa. Me volví para echar a correr, pero no antes de ver algo que me heló la sangre en las venas. Donde estuviera un momento antes la imagen de nieve, se veían ahora un par de ojos verdes y relucientes que pendían como estrellas por sobre los altares circulares.
No me avergüenza confesar que corrí como si me persiguiera una manada de lobos hambrientos. Todavía doy gracias a Dios por haber guiado mi loca carrera hacia la relativa seguridad del camino de Olassie, donde todavía brillaba un poco de luz y donde la primera vez me detuve. Me volví para mirar hacia los bosques; mas no se veía otra cosa que la nieve que caía profusamente. Todavía me dominaba el miedo, y casi imaginé oír un susurro entre los copos de nieve; un murmullo infernal que me ordenaba regresar a los altares. Tan insinuante y claro era, que por un momento estuve a punto de volverme y lanzarme hacia la oscuridad del bosque. Luego me sobrepuse y corrí por el camino en dirección a Cold Harbor.
Me encaminé directamente a la casa del doctor Telfer, donde se alojaba el padre Brisbois. El sacerdote se alarmó al ver mi rostro demudado por el terror, y el doctor Telfer quiso darme un sedativo, el que rechacé. Les conté de inmediato lo que acababa de ver. Por la expresión de su rostro me figuré que mi relato no era novedad inesperadada para el cura; pero el doctor aseguró que era yo la víctima de una ilusión óptica muy común por estas latitudes cuando llega el crepúsculo. Pero el padre Brisbois no se mostró de acuerdo con él. A decir verdad, el sacerdote insinuó que había yo penetrado un velo que está siempre presente aunque rara vez es visto, y que lo que yo viera no era una ilusión, sino una prueba tangible de un horroroso mundo del más allá, que por suerte no conocen la mayoría de los seres humanos.
Me preguntó si había notado que los indios eran de un linaje muy antiguo, probablemente de origen asiático. Admití haberlo notado. Entonces observó algo respecto a la adoración de dioses que eran antiguos antes de que el hombre apareciera sobre la faz de la tierra. Le pregunté qué quería decir con dioses antiguos.
Sus palabras fueron las siguientes:
-Se trata de conocimientos profundos que nos han llegado procedentes de seres muy alejados de la humanidad. Existe, por ejemplo, la horrorosa y sugestiva narración acerca de Hastur el Inmencionable, y de sus horrendos descendientes.
Protesté que basaba sus afirmaciones solamente en las leyendas.
-Sí -replicó-; pero no olvide usted que no existen leyendas que no estén firmemente arraigadas a algo real, aunque ese algo existiera en un pasado tan remoto que está fuera del alcance de la memoria del hombre. El maligno Hastur, quien llamó en su ayuda a los espíritus elementales y los subyugó a su voluntad, esas fuerzas elementales todavía son adoradas en los sitios más remotos de este mundo. El Caminante del Viento, e Ithaqua, el dios del gran silencio blanco, el único dios del cual no se ven señales en los totems. Al fin y al cabo, ¿no tenemos, acaso, nosotros nuestra leyenda bíblica sobre la lucha entre las fuerzas elementales de Bien y del Mal, personificadas por nuestra deidad y las huestes de Satán en la era anterior al amanecer de nuestra tierra?
Quise protestar, quise decir con gran vehemencia que lo que afirmaba era imposible; mas no pude hacerlo. El recuerdo de lo que viera pendiente sobre el círculo de piedras, en lo más profundo de la selva, me impidió hablar. Esto y el hecho de que un viejo indio mencionó en mi presencia el mismo nombre que acababa de pronunciar el sacerdote: Ithaqua. Viendo el curso que tomaba la conversación, pregunté:
-¿Quiere usted decir que los indios de los alrededores adoran a esa cosa que llaman Ithaqua, y ofrecen sus niños como sacrificio humano? Entonces, ¿cómo explicar la desaparición de Lucas? ¿Y quién o qué es realmente Ithaqua?
-Quiero decir exactamente eso, sí. Es la única teoría que pueda explicar la pérdida de los niños. En cuanto a Lucas, le diré que era muy poco popular; siempre estafaba a los indios, y una vez tuvo un entredicho con ellos al borde de la selva; eso ocurrió pocos días antes de su desaparición. Con respecto a Ithaqua y a su identidad..., no estoy en condiciones de contestar. Existe la creencia que sólo sus creyentes pueden mirarle; el hacerlo sin adorarlo significa la muerte. ¿Qué es lo que vio usted sobre los altares? ¿Ithaqua? ¿Es él el espíritu del agua o del viento, o es realmente un dios de este gran silencio blanco, el ser de nieve, una manifestación del cual usted vio?
-Pero, ¡cielos, sacrificios humanos! -exclamé yo, y luego agregué-: Dígame, ¿no se ha vuelto a encontrar a ninguno de esos niños?
-Yo sepulté a tres de ellos -replicó el cura pensativamente-. Fueron encontrados en la nieve a poca distancia de aquí..., metidos dentro de hermosas mortajas de nieve, tan suaves como plumones, y sus cuerpos estaban más fríos que el hielo, aunque dos de ellos vivían todavía cuando se les encontró, y murieron poco tiempo después.
No supe qué decir. Si se me hubiera comunicado todo esto antes de ir a la selva, me hubiera burlado abiertamente, como lo presintiera el Padre Brisbois. Pero yo vi algo en la selva y no era nada humano; nada que se pareciera remotamente a los seres humanos.
-Comprenda usted; no digo que vi lo que el Padre Brisbois describiera como el "dios del gran silencio blanco", lo que los indios llaman Ithaqua, pero sí vi algo.
En ese momento se presentó alguien en la casa con el asombroso anuncio de que se acababa de hallar el cuerpo de Lucas, y a pedir que el médico lo examinara. Nosotros tres salimos tras el indio que nos llevó este mensaje, y fuimos a un sitio no muy alejado de la factoría, donde una gran multitud de nativos rodeaba lo que al principio pareció ser una enorme y reluciente bola de nieve. Mas no era una bola de nieve.
Era el cuerpo de Henry Lucas, tan frío como las piedras que tocara yo en el altar; y el cuerpo estaba envuelto en una capa de nieve tejida. Escribo tejida, porque estaba tejida. Era como un hermoso tul casi impalpable, de un blanco brillante, con matices apenas visibles de verde y azul, y cuando arrancamos la cubierta de nieve del cuerpo, sentimos la impresión de estar destrozando una tela endurecida y quebradiza. Recién cuando terminamos de arrancar la envoltura, descubrimos que Henry Lucas no estaba muerto. El doctor Telfer apenas pudo dar crédito a sus sentidos, aunque ya había visto dos casos similares al que se presentaba ahora. El cuerpo estaba tan frío, que a duras penas pudimos tocarlo; sin embargo, el corazón seguía latiendo imperceptiblemente; y una vez en la casa de Telfer, ya el cuerpo rodeado de temperatura normal, el corazón latió con más firmeza.
-Parece imposible -manifestó el médico-; pero así es. Sin embargo, está moribundo.
-Espero que recobre el conocimiento -dijo el cura.
Pero el doctor sacudió la cabeza.
-Imposible.
Y entonces Lucas comenzó a hablar en el delirio. Primero emergió de sus labios un sonido monótono e incomprensible. Luego comenzaron a salir palabras lentas, separadas entre sí, y finalmente frases enteras. Tanto el cura como yo las anotamos, y más tarde hicimos una comparación de nuestras notas. Esta es una muestra de lo que dijo Lucas:
-¡Oh, suave y hermosa nieve!.. .Ithaqua, toma mi cuerpo, que el dios de la nieve me lleve, que el gran dios del silencio blanco me lleve al pie de aquél más grande... Hastur, Hastur, adoramus te, adoramus te... ¡Cuán suave la nieve, cuán lentos los vientos, cuán dulce el aroma de los capullos de algarrobo del sur! ¡Oh, Ithaqua, adelante hacia Hastur...
Hubo mucho más por el estilo, y en su mayoría sin sentido alguno. Tal vez sea importante indicar el hecho de que Lucas no conocía el latín. Casi no me atrevo a comentar sobre la extraña coincidencia de que mencionara a Hastur, tan poco después de que el Padre Brisbois nombrase a ese antiguo ser. Del resto del delirio de Lucas logramos entresacar la historia de su desaparición. Aparentemente se sintió atraído hacia el exterior de su cabaña por una música extraterrena, combinada con un murmullo que parecía proceder de muy cerca de su vivienda. Abrió la puerta y miró al exterior, y, al no ver nada, salió a la nieve. Me aventuro a conjeturar que estaba hipnotizado, aunque me parece poco probable. Fue arrebatado por "algo que venía de lo alto", diciendo que era un viento con "nieve en él". Esto fue lo que lo llevó, y no supo más nada hasta que se encontró dentro del círculo de piedras en medio de la selva. Entonces notó enormes hogueras que ardían por allí cerca, y vio a los indios ante los altares, muchos de ellos yaciendo boca abajo sobre la nieve, adorando a su dios. Y encima de él vio lo que describe como "una nube de humo verde y púrpura von ojos" (¿es posible que fuera la misma cosa que vi yo sobre los altares?)... Y mientras observaba, esa cosa comenzó a moverse y descender. De nuevo oyó música, y entonces comenzó a sentir el frío. Corrió hacia la entrada, que se hallaba abierta, mas no pudo trasponerla. Era como si una mano invisible le contuviera desde el exterior. Entonces se asustó y corrió locamente dando continuas vueltas, y finalmente cruzó el círculo, siendo elevado de la tierra. Era como si se hallara dentro de una nube de nieve blanda y susurrante. Oyó nuevamente la música, y después, a lo lejos, un ulular que pareció destrozarle los tímpanos. Entonces perdió el conocimiento.
Después de esto su relato no es nada claro. Comprendimos algo así como si lo hubieran llevado a un sitio lejano; ya sea a un abismo insondable o muy por encima de la tierra. Por algunas de las frases que pronunció, podríamos sospechar que estuvo en otro planeta, si no fuera esto absolutamente imposible. Mencionó a Hastur casi incesantemente, y de tanto en tanto dijo algo respecto a otros dioses llamados Cthulhu, Yog-Sothoth, Lloigor y otros, y murmuró frases inconexas acerca de la tierra maldita de los Tcho-Tcho. Habló también como si todo eso fuera un castigo por alguna falta en que incurrió. Sus palabras inquietaron mucho al padre Brisbois, y varias veces noté que el buen sacerdote oraba por lo bajo.
Falleció unas tres horas después de que lo encontraran, sin recobrar por completo el sentido; aunque el doctor afirmó que su estado era normal, excepto el frío persistente que emanaba de su cuerpo y por el hecho de que parecía no percatarse de nuestra presencia ni de lo que le rodeaba.
Aparte de comunicar a usted todos estos datos, vacilo en ofrecer solución alguna. Al fin y al cabo estas cosas hablan más claramente que las palabras. Ya que no hay medios para identificar a ninguno de los indios presentes en esas infernales ceremonias religiosas del bosque, no se puede efectuar ningún arresto. Pero que algo fatal ocurrió a Lucas dentro de esos círculos de piedra -probablemente como resultado de su riña con los indios-, es indiscutible. Cómo lo llevaron allí, y cómo fue transportado al sitio donde finalmente se halló su cuerpo, sólo es explicable si aceptamos su terrible relato.
Sugiero que, en vista de las circunstancias, deberíamos destruir esos altares y emitir órdenes severas a los indios de Cold Harbor y de toda la región. He averiguado que se puede obtener dinamita en la aldea, y tengo la intención de ir al bosque y hacer volar esos malditos altares tan pronto como reciba su autorización para hacerlo.
Más tarde. - Acabo de enterarme de que un gran número de indios se dirige hacia los bosques. Aparentemente se está por realizar otra reunión para adorar a ese extraño dios en los altares, y, a pesar de la extraña sensación de que soy vigilado -como desde lo alto-, mi deber está bien claro. Los seguiré tan pronto como haya despachado este informe.
Este es el texto completo del último informe que recibí del soldado French. Llegó a mi oficina el 5 de marzo, y ese mismo día le telegrafié instrucciones para que llevara a cabo su plan de dinamitar los altares, y para que también arrestara a cualquiera de los nativos que fuese miembro del grupo que se reunía en los bosques para adorar a ese extraño dios.
Después de esto tuve que salir del cuartel por un tiempo considerable, y cuando regresé encontré la carta del doctor Telfer en la que me informaba que el soldado French desapareció antes de recibir mi telegrama. Más tarde supe que su desaparición ocurrió la noche en que me envió su informe; esa noche en que los indios se reunieron en los altares cercanos al camino de Olassie. De inmediato mandé al soldado Robert Considine a Cold Harbor, y le seguí dentro de las veinticuatro horas. Mi primera intención era llevar a cabo yo mismo las instrucciones que telegrafiara a French, y me adentré en los bosques y dinamité los altares. Luego me ocupé de buscar rastros de French, mas no había absolutamente nada que encontrar. Desapareció tan completamente como si la tierra se lo hubiera tragado.
Mas no se lo había tragado la tierra. La noche del 7 de mayo, durante una violenta tempestad, se halló el cadáver del soldado French. Se encontraba sobre un montón de nieve, no muy lejos de la casa del doctor Telfer. Su aspecto indicaba que se le había arrojado desde una gran altura, y el cuerpo estaba envuelto en innumerables capas de nieve quebradiza, como un tul tejido.
"Muerto por el intenso frío". ¡Qué irónicas y huecas, son estas palabras! ¡Cuán poco explican de la terrible maldad que acecha tras el velo! Sé lo que el soldado French temía, lo que sospechaba con fundadas razones.
Pues toda esa noche y la siguiente vi, desde mi ventana, en casa del doctor Telfer, una enorme e informe masa de nieve que se elevaba hacia lo alto, una masa tremenda y sensitiva rematada por dos inescrutables y fríos ojos verdes. Ya se corren rumores de que los indios se preparan para otra reunión en el sitio que ocuparan los malditos altares. Eso no debe ocurrir, y si persisten en su empeño, es preciso que se les aleje a la fuerza de la aldea y se les distribuya por todas las provincias, muy alejados entre sí. En estos momentos me dispongo a salir para desbaratar sus infernales planes.
Pero como es ya del dominio público, John Dalhousie no llevó a cabo su plan. Esa noche desaparició, para ser hallado tres noches más tarde, tal como fueron encontrados antes el soldado French y Henry Lucas, envuelto en varias capas de hermosa nieve, parecida a una gasa tejida, reluciente a la luz de la luna. También a él le sorprendió la muerte como a los otros que sufrieran la venganza de Ithaqua, el ser de nieve, el dios del vasto silencio blanco. El departamento de policía diseminó a los indios por todas las provincias, y se prohibió terminantemente a todo el mundo que entrara en la selva vecina al viejo camino de Olassie. Pero en alguna parte, durante la noche silenciosa, tal vez se vuelvan a reunir murmurando y echados boca abajo sobre la nieve, y ofreciendo sus niños y sus enemigos como sacrificios al dios elemental que adoran, gritándole como lo hizo Lucas: "Ithaqua, toma mi cuerpo... Ithaqua..."
August Derleth