El Recolector de Historias

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viernes, 23 de octubre de 2015

"Las Bestias Oscuras"

"Peter se inclinó y examinó la rana. Estaba muerta. Yacía entre los guijarros al borde del arroyo, y sus largas piernas estaban rígidas y violentamente separadas. 

-Quién puede querer hacerle daño a un animal así? -murmuró Pete-. ¡Pobre animalito! -    añadió.

Peter no era muy perspicaz. Tenía dieciocho años, pero su cerebro era de niño. Sin embargo, sabía que la rana había sido estrangulada, cruel y alevosamente, por una o varias personas desconocidas. Temblando, puso cautamente un dedo en el tirante y brillante alambre que rodeaba el cuello del anfibio. La carne fría le produjo un estremecimiento en la muñeca que casi le llegó hasta el codo.

-Quién puede haber hecho daño a este pobre animalito? -repitió, perplejo y asombrado.

No quiso detenerse más contemplando el pequeño y patético cadáver. Estaba anocheciendo, y tenía miedo de las sombras que se alargaban rápidamente y de las ramas, negras y delgadas, que se entrecruzaban sobre su cabeza. El bosque no era un lugar acogedor cuando el sol no lo alumbraba. Inhóspito, lúgubre y repleto de voces. Cuando Peter llegó a su casa, su madre estaba poniendo la mesa para la cena y su padrastro se encontraba sentado junto a la ventana, con un periódico atrasado sobre las rodillas y una pipa de zuro entre los cariados y descoloridos Dientes. Peter cerró la puerta y entró tímidamente en la habitación.

-Hola -dijo su padrastro-. Dónde has estado?
-Pescando en el río - replicó Peter nervioso-. Esperaba que una trucha se tragara el anzuelo y poder cogerla. Estaba allí pescando. Eso es todo lo que he hecho desde que llegué allí. No estuve en ningún otro sitio. Esperaba poder pescar una trucha. El padrastro frunció el ceño. Era un hombre alto, delgado, de más de media edad, con ojos oscuros, malhumorados y una torva mueca en la boca.
-Oye, muchacho -gruñó-. ¿No te he dicho que no te metas en el bosque? ¿No lo has oído?
-No he hecho nada malo, papá -gimoteó Peter-. Sólo pescaba en el río. Esperaba coger una trucha. No he ido allí para nada más.
-Sí, eh? Que no te vea otra vez por los bosques. Si sé que has vuelto a poner los pies, te daré una zurra de la que te acordarás toda la vida.
-Vamos, vamos, Henry- murmuró la madre de Peter desde la cocina.

Durante la cena, Peter estuvo silencioso y contrito; pero tan pronto terminó el último bocado, se excusó torpemente y se retiró a su cuarto. Estaba horriblemente asustado. En su cerebro sensible e inculto, el humor brutal de su padrastro tenía cierto vínculo con la sensación que le producía el bosque y las tranquilas y oscuras aguas del río cuando el sol no los alumbraba. Hubiera querido echar a correr cuando su padrastro lo amenazó con darle una zurra, no por temor al daño físico, sino... bueno, sino porque le asustaba algo que quedaba oculto detras de su cruel e inhumana cara.

-No deberías ser tan duro con el chico -dijo la madre de Peter, mientras recogía los platos de la cena y los llevaba al fregadero-. Es un buen muchacho y no hace nada malo.
-Ah, no? -dijo Henry-. Entonces, ¿qué hace? ¿Por qué me desobedece y se va al bosque? ¿ Por qué esas correrías por ahí, donde están esas cosas esperando y vigilando? Quizás ha hablado con ellas. Por lo que sé, puede muy bien estar de su parte. No es inteligente y debes vigilarlo por eso, Mary. Debes vigilarlo mucho más. No puedes saber lo que harán o dirán.

La madre de Peter suspiró.

-Ha ido a divertirse un poco.
-Ah, sí? Está bien, será mejor que no entre en el bosque. Puedo encargarme de las bestias que han mandado contra nosotros, pero la ley no me permitiría tocarle un pelo de su estúpida cabeza. Si ellos lo mandan contra nosotros, no podré hacer nada. Es hijo tuyo, no mío. Si lo malquistan con nosotros, tendré que salir corriendo. ¿Qué piensas de eso, mujer?

La madre de Peter se humedeció los labios con la lengua.

-¿Has estado haciendo algo cruel otra vez, Henry?

El padrastro de Peter se levantó de la mesa y arrojó la silla contra la pared.

-Eso a ti no te importa -exclamó-. Tengo que protegerme, ¿no es así? Si la cosecha se seca y las vacas no dan leche, debo luchar para vivir -se aclaró la garganta-. Toda la culpa la tienen esas ranas que croan y que han mandado contra nosotros. No me dirás que no eran las ranas las que croaban. Noche tras noche las hemos estado oyendo. Pues bien, ya he acabado con eso; esta noche ya no las oirás croar. Mary palideció. Dejó los platos y se enfrentó con él.
-Las ranas eran nuestros amigos - se lamentó -. Creía y rezaba para que no les hicieras nada malo. Dijiste que lo harías, pero esperaba...
-De qué te sirve esperar y rezar cuando tenemos algo peor que el diablo contra nosotros? Cuando Dios hizo el diablo, Mary, lo hizo bueno, pero esas cosas han sido malas desde el principio. Considero que no forman parte de la Creación. Han surgido por equivocación.
-Las ranas eran nuestros amigos -insistió Mary con desesperación-. Ayer, cuando me paseaba por el bosque, me avisaron. Una de esas cosas estaba en un árbol mirando. Si no me hubiera avisado, hubiera caído sobre mí. Pude ver sus ojos crueles, malvados, como me miraban a través de las hojas. Pero cuando las ranas empezaron a croar, di media vuelta y eché a correr. Se están volviendo cada vez más atrevidos, Henry. Saben que el padre de Jim, no volverá, y están dispuestos a... apoderarse de nosotros. Supongo que tendré que ir a ellas cuando quieran. Y tendré que tomar el lugar del padre de Jim. No soy de su misma sangre, pero al casarme entré a formar parte de la familia y la maldición pesa sobre mí.
-Y de mí que dices, mujer? - refunfuñó Henry-. ¡No creas que no he estado pensando lo que me pasará si no las combatimos! Cuando me casé contigo te tomé para lo bueno y lo malo. Bueno, ha sido para lo malo, pero seguiré contigo si tú haces lo mismo. No tienes derecho a criticarme. He sido muy bueno contigo. Cuando me hablaste de tu difunto esposo y de la maldición que pesaba sobre su familia, dije que no me importaba, porque consideraba que serías una buena esposa. Pero cuando lo dije, no había visto esas cosas. No sabía cómo eran. No sabía que mandarían contra nosotros todas las bestias del bosque.
-Ellos no han enviado las ranas contra nosotros, Henry. Las ranas nos quieren y nos avisan.
-No lo creas. Esas ranas que croan están contra nosotros. Estaban contra nosotros desde el comienzo -lanzó una risa triste-. He hecho lo que dije. Que pondría las cabezas de cada una de esas ranas en un nudo corredizo, y lo he hecho. He estado allí todo el día. No ha quedado una sola rana en los bosques. Mary se hundió en una silla cerca de la ventana, y se pellizcaba, con nerviosos dedos, la carne flácida y arrugada de su rostro.
-Has hecho una cosa mala y cruel -murmuró-. Nada bueno puede salir de esto. Las ranas eran nuestros amigos. Los únicos amigos que teníamos.
-Las mandaron contra nosotros. Agotaron la cosecha, impidieron que las gallinas pusieran huevos y que las vacas dieran leche. Estoy contento de haber puesto un nudo corredizo en sus cabezas. Para ellos será un aviso de que no me quedo cruzado de brazos.
-Lo lamentarás, Henry. Las ranas eran nuestras amigas; sólo procuraban avisarnos. Esas cosas se impacientan e inquietan. Hace tiempo que nos esperan a Peter y a mí. También te esperan a ti. No tardarán mucho en venir a buscarnos a todos. Mientras tuvimos las ranas que nos avisaban, había una esperanza, pero ahora ya no hay esperanza para ninguno de nosotros. Ya no tenemos amigos ni en los bosques. Esas cosas nos despedazarán, Henry, nos desgarrarán. No podemos hacer nada. Sentía una especie de alivio con las ranas allí, avisándonos. Quizás no pudieran hacer mucho, pero yo notaba que nos guardaban. Las cosas saben ahora que el padre de Jim no volverá a su tumba. No mantendrán el pacto que hice con ellas. Pero con las ranas ahí, todavía quedaba alguna esperanza. Parecían impedir que se cumpliera la maldición. Me hacían sentir segura.

Pasada la medianoche, Peter se despertó. Se sentó, se frotó los ojos y miró aturdido a su alrededor. Algo daba golpecitos en el cristal de la ventana. Peter no quería salir de la cama. La noche era fría y se sentía caliente y cómodo bajo las gruesas mantas. Pero algo daba golpecitos en la recia ventana, con insistencia, de un modo monótono. Tap, tap-tap, tap, tap, tap-tap, tap.

Despacio y de mala gana, Peter retiró las cubiertas y saltó al suelo.

-Ya voy -exclamó-. Abriré la ventana. Haré lo que quiera. La abriré completamente.

Cruzó temblando el pavimento. Su corazón latía con fuerza salvaje, y el miedo y el terror aparecieron en sus ojos. No obstante, cuando llegó a la ventana, su vista sólo encontró una mancha oscura y amorfa tras los cristales plateados de la luna. Aturdido y ebrio de sueño, le pareció que se movía lenta y torpemente, como un gran escarabajo abandonado. Sólo que mucho mayor que un escarabajo. Peter abrió la ventana hasta que el viento sopló sobre su asustado y vacío rostro, despeinando su rebelde cabello rojo. En otras ocasiones hubiera temido las consecuencias de un acto tan temerario, pero se hallaba bajo un impulso tan fuerte y lleno de curiosidad que obró instintivamente, sin pensar. Durante unos segundos contempló la vacilante oscuridad y olfateó los efluvios que emanaban de la tierra. Luego, sacudiendo la cabeza, volvió con paso vacilante a la cama.

-Ahí no hay nada -murmuró-. Pensé que habría alguien, pero debo haberme equivocado. Con un gesto perplejo, se metió en la cama.
-Temía que hubiera alguien de los bosques -continuó, mientras estiraba las sábanas hasta cubrirse las mejillas-, alguien vivo, como... como esas cosas que vi cuando tenía ocho años.

Durante unos momentos se quedó mirando el techo. Su cerebro inculto, infantil, se pobló de imágenes, recuerdos, impresiones de un pasado triste y sombrío.

-No es conveniente preguntar lo que hay en donde pusieron a mi abuelo -profirió-. Es mejor no preguntar a dónde fue el abuelo cuando aquello empezo. Yo no estaba allí, pero oí a madre decir que era espantoso, y que el abuelo era un hombre muy malo, a pesar de todo, pues hizo un pacto con él para volver.

»Una vez, hace muchos años, cuando yo tenía ocho, vi al abuelo hablando con algo que parecía uno de ellos. Sólo que la habitación se hallaba a oscuras y no pude verlo muy bien. Estaba en el ángulo cerca de la chimenea, y abuelo le hablaba. No era tan alto como el abuelo y estaba inclinado como si tuviera una giba en la espalda. No pude ver bien su cabeza, pero por lo que pude adivinar era como la de una serpiente cuando la miras por detrás, y con esto fue suficiente. No pude quedarme mucho rato en el cuarto, pues el olor me daba náuseas, pero aún así, no hubiera podido quedarme todo lo que hubiera querido. Con la cabeza que vi cerca de la chimenea,,ya tuve bastante.

»Cuando le conté a madre lo que había visto, casi se desmayó. Me dijo: es lo que temía. Tu padre también les ha hablado. ¡Oh, por qué me casé con él! -Luego me besó y dijo-: ¡Pobre niño!, ¡oh, pobrecito! Tú también los verás. ¡Vendrán a buscarte!

»-¿Qué era, madre? -le pregunté-. Dímelo, por favor, ¿qué era?
»-Cuando seas mayor -contestó-. Ahora no lo comprenderías.

-No volví a ver a ninguno más, pero antes de que abuelo muriera él me lo contó: Ellos sólo quieren descansar -me dijo-, pero sólo lo consiguen cuando alguien muere. Vienen de muy lejos, y sólo quieren descansar en nuevas tumbas.

»Imagino que el problema consiste en que el abuelo nunca volvió. Nunca cumplió su promesa. Ellos quieren descansar, pero no pueden y están esperando a que abuelo vuelva. Pero ahora abuelo está fuera, en algún lugar del mundo. Está recorriendo el mundo y no volverá si puede evitarlo. Y todo el tiempo ellos yacen en su tumba de la colina, esperando. Supongo que estarán cansados de esperar en aquella tumba profunda y negra a que regrese abuelo.

»Madre dijo que yo los vería alguna vez. También dijo que vendrían a por mí. Quizás por eso siento esa extrañeza dentro de mí cuando voy al bosque. Quizá por eso papá no quiere que vaya al bosque. Puede ser que cuando alguien hace un pacto y no lo cumple, ellos vienen y se llevan a algún familiar cuando se cansan de esperar. Es lo único que supongo. Madre sabía que el abuelo no iba a volver si le era posible. ¿Quién desearía dejar de ver la hierba verde y sentir el aire fresco, y oler la tierra cuando ha llovido, sólo porque ha hecho un pacto y puede romperlo? No culpo al abuelo porque no quiera volver.

»Si tengo la suerte de vivir para siempre, no volvería. Me pasearía siempre feliz, pensando que podía ver la hierba verde y oler la tierra mojada y tener a alguien que me quisiera siempre. La modorra se iba apoderando de Peter. Durante unos momentos continuó mascullando, pero poco a poco su cerebro dejó de pensar en aquel pasado, poblado de sombras; cerró los ojos y entreabrió los labios en una sonrisa llena de paz. Su mente, limpia de toda imagen, volvía otra vez a ser un órgano vacío y satisfecho. Dormía tranquilo, separado del mundo y totalmente inconsciente de que una presencia extraña había entrado en el cuarto. El objeto que apareció en la ventana abierta era chaparro y húmedo. Durante un momento se quedó oscilando incierto en el antepecho plateado de la ventana. Luego, con un croar, saltó ágilmente. Un instante después, la ventana quedaba vacía. Luego, otra forma surgió de la oscuridad y cayó al suelo con un ronco croar. Le siguió otro y otro. Peter no se despertó mientras la extraña procesión saltaba y manoteaba sobre el suelo. Ni siquiera se agitó en sueños. A los pocos minutos, la ventana se encontraba de nuevo ocupada. El nuevo intruso era mucho mayor que las formas que croaban. Mayor y más oscuro. Estaba cubierto de cabello espeso y negro, y su pequeña y desproporcionada cabeza se movía ágilmente a la luz de la luna. Se demoró unos momentos en el antepecho. Después, lenta, deliberadamente y sin hacer el menor ruido, se tiró al suelo y cruzó rápidamente la habitación. Mientras corría, abría la boca y dejaba escapar un silbido sordo entre sus blancos y resplandecientes dientes. El incierto amanecer se deslizaba como una cosa herida por los senderos de la selva, esparciendo una luz rojiza sobre los altos árboles y arrojando fluctuantes sombras en las profundas y oscuras aguas del río. En el estanque de Eaton una hoja de azucena se convirtió en una gigantesca mano escarlata y una moteada salamandra se echó al agua, desparramando burbujas de aire en todas direcciones y dejando en su estela un remolino de un milagroso resplandor. La mano de la hoja de azucena ardió sobre el agua, y brilló en todos los senderos iluminados de la selva, en los agudos e inquisitivos ojos que la poblaban, en las aletas de la nariz que husmeaban la humedad, en las huellas de los piececitos que se escampaban por todas partes. La marmota no es un animal muy curioso. Ni la roja ardilla, ni la chata y gris rata de bosque, ni el astuto y fornido hurón. Hasta la gritona lechuza, con sus anchos y dilatados ojos, no se detenía a mirar el pajar que ardía en llamas. Pero los vecinos de Ogelthorpe se reunieron a una prudente distancia para ver cómo ardía su cabaña. Las llamas crepitaban, se alzaban y lanzaban un resplandor oscilante en el establo de paredes grises de Ogelthorpe, y las pilas de estiércol que se elevaban entre el establo y el pozo cerca de la nevería, con sus enmohecidas bombas, y los baldes anegados de agua, llenos hasta los bordes de las rojizas hojas del otoño. Cuando llegaron los bomberos, las llamas daban paso a un resplandor cegador que iluminaba todo el paisaje. Con un desespero inútil, los bomberos se unieron a los circunstantes contemplando cómo las llamas amainaban en un fulgor rojo oscuro. Antes de la mañana, la opacidad lo cubría todo como una pesada manta. Al amanecer, los vecinos, como un enjambre de abejas, andaban a tientas entre las ruinas e hicieron un horrendo descubrimiento. Los restos carbonizados de tres cuerpos humanos se hallaban espantosamente diseminados en medio de los negros ladrillos y de los escombros todavía humeantes. Todo lo que quedaba de los restos de Peter y de su madre yacía disperso y suelto, pero el padrastro de Peter no había sido desmembrado. Estaba echado de espaldas con las largas piernas rígidas y violentamente separadas. La carne, chamuscada hasta quedar rizada, y sus facciones, tan negras y retorcidas que nadie hubiera podido identificarlo. Uno de los circunstantes se inclinó y puso un tembloroso dedo en el tenso y brillante alambre que rodeaba el cuello del muerto. La carne, aún caliente, le produjo un estremecimiento en la muñeca que casi le llegó hasta el codo.

-Ha sido estrangulado -exclamó-. Antes de que las llamas lo quemasen, ya estaba muerto.
-Es la cosa más extraña que han visto mis ojos -dijo el "sheriff" Simpson cuando surgió del cobertizo donde se guardaban los aperos.
-Encontraste algo? -preguntó el comisario Wilson. Estaba de pie, sobre la alta y empapada hierba; mirando hacia el oeste, con aire meditabundo, las negras ruinas de la desventurada granja.
-Ranas, Jim -contestó el sheriff.
-Ranas?
-Sí. Una veintena. Todas estranguladas con un alambre de latón. Lo mismo como fue estrangulado Ogelthorpe. Sólo que el alambre de Ogelthorpe estaba hecho de cobre y era unas diez veces más fuerte.
-Y qué hay de las ranas?
-Todas están ahí, en el cobertizo. Muertas, estranguladas. Pero lo más raro de todo es que están junto a un gran ovillo de alambre de cobre, de la misma clase con el que estrangularon a Ogelthorpe.

El comisario sacudió la cabeza.

-Me parece a mí que en todo esto hay algo muy misterioso. El "sheriff" convino.
-Uno de los vecinos vio cómo ardía la casa, y dijo que antes de que llegaran los bomberos vio que algo salía corriendo por la puerta. Agregó que era más pequeño que un hombre, pero que tenía el aspecto de ser humano. Era oscuro, y por lo que pudo descubrir, tenía el aire de una persona. No pudo verlo muy bien a causa del resplandor pero le pareció que estaba todo cubierto de un cabello negro y espeso, y que sólo el verlo le produjo náuseas. Es extraño, ¿verdad? ¡Dijo también que esa cosa llevaba una antorcha encendida!"

Frank Belknap Long

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