"Apoyó con determinación, el cuenco vacío sobre la mesa. Se frotó con el antebrazo desnudo la descuidada barba, limpiándola de posibles restos que el espeso y amargo brebaje hubiera podido dejar en ella.
Se sentó sobre el cálido suelo de madera cruzando ambas piernas, apoyando sus anchos antebrazos sobre sus fuertes muslos. Cerró los grisáceos ojos con anodina lentitud, respirando varias veces, mientras dejaba que la mezcolanza de hierbas que había ingerido, surtiera el efecto que andaba buscando.
Y como si hubiera estado golpeando las puertas cerradas de su propio infierno, oscuro y olvidado, esperando alguna respuesta, abrió los ojos de golpe y miro a su alrededor.
Ya no se encontraba sentado en la acogedora habitación, ahora estaba sobre la húmeda hierba de un bosque, rodeado de sombras amenazantes, que escondían figuras de árboles antiguos que acechaban con atraparle con sus nudosos brazos.
Olfateó el aire y su mirada se perdió entre la espesura del bosque, buscando en la oscuridad de la noche, la luz brillante de la plateada luna.
Entonces aulló con fuerza, donde antes había estado un hombre, ahora se encontraba un lobo de blanquecino pelaje con hebras plateadas adornando su lomo.
En la lejanía su aullido solitario, se vio correspondido por una letanía que se unía a su canción desesperada. Y emprendió su cacería, salio a la carrera buscando a la manada, aquella con la que compartiría la noche hasta que el amanecer les obligara a buscar refugio y resguardarse hasta la siguiente noche.
Olfateó el aire, y el olor de su presa le invadió las fosas nasales, le sonaba, le era familiar, le gustaba. Aulló para avisar al resto y siguió corriendo entre la maleza.
La manada devolvió el aullido negando, esa era su propia cacería, era su prueba y debía cazar en solitario.
Estaba cerca, lo notaba, podía olerla a pocos metros, y entonces fue cuando la vio, delante de si estaba su presa. Un hombre joven, con unos desgarrados harapos atados a su cintura como única vestimenta, corría para salvar su vida.
Saltó sobre su espalda haciéndole caer, rodando ambos sobre la hojarasca que cubría el bosque. Cuando intentó desgarrar con sus dientes el cuello de su presa, vio en la cara del hombre sus propios rasgos, y al ver sus grisáceos ojos, entonces lo comprendió.
Fue entonces cuando regreso, lo supo nada más abrir los ojos y ver de nuevo la cálida habitación, debía dejar paso a su lado más animal, para poder seguir con la senda que tenia marcada".
KingWolf
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