El Recolector de Historias

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domingo, 20 de diciembre de 2009

"La Promesa del Vikingo"

"En el Mar Báltico, cerca de la desembocadura del Oder, hay una isla que lleva actualmente el nombre de Wolin, pero que antaño se llamaba Ioms, y poseía una villa fortificada, Iomsborg.Allí, bajo el reinado del rey danés Svend, que llevaba el sobrenombre de “Barba doble” fundó Palnatoke, una colonia de Vikingos. Esta colonia se hizo casi independiente, tuvo su gobierno y su derecho consuetudinario y pronto se hizo próspera.La isla servía de base para fructosas operaciones sobre las costas vecinas, y pronto albergó una flota numerosa y el rico botín traído de las aventuras.Los guerreros que la habitaban, libres e intrépidos, se sometían, no obstante, a reglas rigurosas.

Habían promulgado leyes que ninguno podía infringir sin que le fuera en ello la vida. Prevenían así la relajación de las costumbres y conservaban en un alto grado las virtudes militares. Las mujeres estaban proscritas en la villa y, en periodo de paz, los vikingos no habían de permanecer fuera de las murallas más de tres noches consecutivas.Al rey Svend “Barba doble” no le gustaban los vikingos de Ioms, cuyas expediciones no respetaban el país danés. Pero los temía por su audacia y no se atrevía a atacarlos abiertamente. Sin embargo, tramaba acabar con ellos con la astucia y buscaba en su propia temeridad el instrumento de su ruina.Después de largas reflexiones, decidió invitarlos a una gran fiesta funeraria que se celebraba a la memoria del rey Haroldo, su padre. Envió, pues, mensajeros a Ioms, ante el duque Sigvald, quien gobernaba a los vikingos, rogándole que asistiera con sus guerreros a las solemnidades que preparaba.
El día señalado, la escuadra de los vikingos de Ioms se armó y se hizo a la vela en dirección a Dinamarca. El rey Svend la aguardaba en la isla de Seeland, en la que se celebrara la conmemoración y , cuando la flota estuvo a la vista, contó en ella sesenta navíos, todos ellos magníficamente aparejados, que cubrían todo el mar hasta el horizonte.Para dar una buena acogida a sus huéspedes, Svend había ordenado celebrar unas ceremonias pomposas y había invitado a todo lo que de noble e ilustre había en Dinamarca. Conforme a la usanza, habían puesto grandes mesas para el festín.Ya la primera noche, los vikingos se pusieron a beber sin moderación las bebidas fermentadas, la cerveza y el hidromiel, que les servían unos solícitos servidores. Y se pusieron a reír estrepitosamente, a cantar, a bromear y a pronunciar palabras desatinadas. Cuando el rey vio que los vapores de la embriaguez empezaban a turbar su razón, alzó la voz y dijo:— Señores, no olvidemos que este día está consagrado al recuerdo de mi venerable padre. Bebo pues, y os pido que bebáis conmigo por Haroldo, rey de Dinamarca.Llenaron los cuernos de metal cincelado y les dieron a los vikingos los más grandes, que rebosaban de la mas fuerte bebida. Y toda la asamblea bebió en honor de Haroldo.— Ahora, dijo Svend, conviene que alabemos a Dios por los bienes y la gloria que concede a cada uno de nosotros. Bebo, pues, y os pido que bebáis conmigo por el nombre de Cristo.
De nuevo circularon entre los convidados los cuernos llenos; los que colocaron ante los vikingos tenían la altura de un niño. Y toda la asamblea bebió en honor de Cristo.El rey continuó:— Es justo también, en una reunión de guerreros, que se rinda homenaje al patrono de los hombres de guerra; el duque de las legiones celestiales. Bebo pues, y os pido que bebáis conmigo por el nombre de San Miguel.Los cueros fueron llenados por tercera vez, y los que cogieron los vikingos superaban cualquier medida conocida. La asamblea bebió en honor de San Miguel.El rey Svend comprendió entonces que los vikingos no eran ya dueños de sus palabras. Extendió el brazo para apagar el rumor que se elevaba y exclamó con un tono de buen humor:— Señores, mi corazón se alegra grandemente por el espectáculo que se ofrece a mi vista; nunca han visto estas murallas compañía tan buena y numerosa, ni festín tan agradable por la alegría y la resistencia. Y un acontecimiento tan singular como éste, ¿no ha de dejar huella? Desearía que se produjera, hoy, en este lugar, un hecho único y extraordinario que hiciera este día para siempre memorable.

El duque Sigvald se levantó. Tenía la cara larga y la nariz encorvada; su tez era de natural pálida, sus ojos eran claros y brillantes. Entorpecido por la embriaguez, apenas podía tenerse en pie. Y respondió al rey:— Tu proposición, Svend, merece ser tomada en consideración. Pero no olvidemos que tú estas por encima de nosotros, como la montaña esta por encima del océano; es a ti, pues, a quien corresponde dar el ejemplo de las acciones admirables que harán célebre este festín en este tiempo y en los tiempos por venir. Aquello que ti harás primero, nosotros lo haremos a continuación; me comprometo a ello delante de todos.El rey le dio las gracias y dijo:— Es costumbre, durante las fiestas como éstas, en las que están reunidos eminentes personajes, que se formulen promesas solemnes, propias para ennoblecer a quien las hace y para servir al interés común. Yo me plegaré de buen grado a esta respetable usanza, convencido como estoy de que seré seguido por vos, señores, y quizás superado; pues, así como los vikingos de Ioms son superiores a todos los demás hombres del Norte, del mismo modo sus promesas y sus proezas deben superar a todas las promesas y a todas las proezas. Vos, señores, sois cautivos de vuestra valentía y de vuestro renombre; no podéis emprender nada que no sea singular y maravillosamente llevado a término; vuestras aventuras llenarán de asombro a la posteridad.Estas alabanzas obtuvieron un murmullo de aprobación. El rey Svend sonrió y continuó.— Puesto que me corresponde a mí hablar primero, he aquí mi promesa: me comprometo a expulsar de sus Estados, antes del tercer invierno, a Ethelred, rey de Inglaterra; y digo que si no es expulsado de ellos, será muerto por mi mano sobre el suelo de su país, y quiero incorporar su reino al mío en el plazo que he declarado. Ahora te toca a ti, Sigvald, duque y caudillo de Iomsborg; te desafío a que hagas una promesa que valga con loa que yo acabo de hacer.Sigvald replicó:— Tu reto, rey Svend, es digno de tí y también de mí. Pero primero beberé, como tu hiciste hace un instante, a la memoria de mi padre, el duque Strutharald, quien, con prudencia y acierto, gobernó la provincia de Skaane, en Suecia.
Y cuando se hubieron vaciado los cuernos, Sigvald prosiguió:— Escuchad cual es mi promesa: haré la guerra a Noruega con mis solas fuerzas, con mis compañeros y mis soldados; antes de dos años, habré expulsado de sus Estados o muerto por mi mano al duque Haakon ; y si esto no es así, sabed, señores, que dormiré mi último sueño bajo el túmulo de piedras de tierra noruega.— ¡Esta es, exclamó el rey, la promesa que podía esperarse de un guerrero como tú! ¡Honor a ti, Sigvald, duque y caudillo de Iomsborg! Pero veo a tu lado a tu hermano Thorkel el grande, cuya estatura es la de un roble adulto. ¿Qué promesa hará él? Creo que, si abre la boca, oiremos palabras notables.Thorkel el grande se volvió hacia el rey y dijo:— Hace un rato que pienso en ello. Mi promesa será esta: como la sombra no deja a la lanza bajo el sol, yo no dejaré tampoco a mi hermano Sigvald; no huiré antes de que vea la popa de su nave vuelta hacia el enemigo. Y si él pone pie a tierra en las playas de Noruega, yo permaneceré en ésta tanto tiempo como su estandarte ondee sobre una línea de batalla.El rey replicó:— Nunca han contemplado mis ojos a hombre más capaz que tú de cumplir lo que prometes. Y tú, Bue el corpulento, cuyo peso hace doblegarse a un caballo y vacilar a la nave de mejor puente, ¿qué nos dirás? Si tu promesa está a la altura de tu corpulencia, palabras formidables van a herir nuestros oídos.Bue era enorme, como una de esas peñas que quebranta la furia de las olas; tres hombres habrían cabido holgadamente en la cota que ceñía su torso.— Esta es mi promesa, rey Svend — dijo él con voz de trueno —: marcharé con el duque Sugvald en esta expedición, y sólo huiré cuando haya mas guerreros abatidos que en pie; e, incluso entonces, si el duque Sigvald lo quiere, yo resistiré.— No esperaba menos de ti replicó el rey —. Ahora es tu vez, Sigurd, a quien llaman “manto”, tú, cuya intrepidez, si damos crédito al rumor popular, no tiene igual. Ya has oído a Bue, tu hermano; dinos ahora qué harás tu. Sigurd-Manto se puso en pie. Era bello, poco hablador y tímido. Respondió:— Mi promesa es corta, señor. Seguiré a mi hermano; huiré si él huye, moriré si el muere.— Lo sabía —dijo el rey—, estáis unidos, no sólo por la sangre, sino por el valor de vuestras almas. Ahora tú, Vagn, hijo de Aege. Tus tíos Bue y Sigurd te muestran el camino. Se sostiene que tu fidelidad nunca flaqueó, y que si sólo existe un hombre capaz de cumplir su palabra, tú eres ese hombre. Y tengo curiosidad por oírte, pues aquellos de quienes desciendes fueron intrépidos guerreros y audaces navegantes.
Vagn avanzó hasta el centro de la sala. Era alto y bello, y toda su persona respiraba juventud y fuerza; llevaba una armadura resplandeciente, un collar de oro y un casco cuya cimera brillaba como la media luna.— Rey Svend, dijo, ésta es mi promesa: También yo iré con el duque Sigvald hasta Noruega; combatiré junto a Bue, mi tío, a quien amo mas que a ninguna otra persona en el mundo, y mientras Bue viva, él tocará mi mano y verá relucir mi espada. Pero yo haré dos promesas más: la primera es la de no volver a Dinamarca antes de haberme acostado en la cama de Ingeborg, la hija del noruego Thorkel Lera, la más hermosa doncella del Norte, y ello sin el consentimiento o incluso contra la voluntad de su padre y de toda su familia. La segunda es la de no volver a Dinamarca antes de haber matado a Thorkel Lera, que es el primero entre los hombres de Noruega.
Guardó silencio, y el rey exclamó:— La promesa mas grata y la más temeraria es la que tú has hecho, Vagn, y esto no puede sorprender a nadie, pues tú te elevas, por la audacia y la constancia, por encima de los héroes de este país y de los que viven en otras regiones.Entonces, bebió en honor de Vagn y la asistencia lanzó largas aclamaciones. Un viejo poeta cantó la batalla que libraron los vikingos con el duque Haakon sobre las playas de Noruega, en el fiordo de Hiörungevaag.En los gavilanes del mar, en las grandes naves veloces, los vikingos llevan espadas y cotas; la velocidad es su gozo, el azote de la brisa, su placer. Y se lanzan a través de las líquidas praderas.
Por todas partes, del mediodía a septentrión, ha resonado el fragor de las armas. Tú no esperabas tan pronto, Noruega, este choque formidable. Y tú, oh duque, el destructor de los feroces navíos, de los monstruos marinos, tu tiemblas ante la nueva de que, en el sur, llevadas y mecidas por las olas, ascienden las naves de Dinamarca.Por el mar profundo, condicen los guerreros sus naves, sus embarcaciones ligeras. Y ahora, poeta, entona el canto de honor para los héroes valerosos, para aquellos que han combatido, han remado, han tensado el arco con los ojos clavados en el suelo natal, y que han muerto realizando grandes hechos.El horizonte se cubre de barcos impacientes. El viento impele con viveza a los vikingos hacia el norte. En las velas y las jarcias, retumba y ruge la tempestad. Sobre las montañas de espuma, galopan los corceles de la mar; su pecho hiende las azules aguas; a sus flancos se levantan y se desploman gélidas cascadas; sus pies dominan el furor de la ola.
Los corceles de la mar han conducido a sus amos hasta la tierra de Noruega, y el estrépito de las batallas pronto llena los aires. Allí se encuentran y chocan innumerables navíos; los escudos retumban bajo el golpe de las espadas, y para los cuervos se prepara un inmenso botín.El duque Haakon ha escogido a sus hombres más valientes, a sus soldados más decididos para hacer frente al asalto de Sigvald. Ha formado en orden de combate a sus mejores navíos. Los remos emparejados tiemblan bajo el vigoroso esfuerzo de los remeros, pero el corazón de los guerreros que se abren camino por las olas no ha temblado.
A la cabeza de los vikingos van tres caudillos de renombre: Sigvald el duque, que es fuerte y buen capitán; Bue el corpulento, de brazo terrible; y Vagn, el mas bello joven. Toda una flota obedece a cada uno de ellos, una flota que recibe de sus labios la orden de vencer. Largo tiempo
perdurará el recuerdo de aquellos cuyas armas han levantado este tumulto. Para siempre será famoso el combate librado en el ancho Hiörungevaag.Las naves danesas, blancas y puras como vírgenes del océano, se deslizan a lo largo de las riberas. Algunas ya están vacías de marineros, muchos corceles que vagan por el agua ya no llevan sino cadáveres. En lo más alto de los mástiles se agitan las banderas. El viento de las espadas cortantes desgasta las camisas de hierro. ¡Cuántas vidas destruidas bajo las hondas y las lanzas! Sobre los grandes escudos, cantan las espadas desnudas.Cabezas y manos saltan por encima de la borda. A los lobos atraídos a la ribera, el mar les trae su presa.El vikingo hiende los cascos de bronce y corta las cotas más sólidas. El vikingo asesta golpes redoblados en la masa enemiga. Aquel que hace frente al vikingo corre al encuentro de la muerte.
Ningún arma permanece inactiva; los puños golpean los pechos; con rabia remolinean las espadas; las hachas buscan ávidamente los cráneos; en espesa nube vuelan las flechas; con grandes voces, cantan, sobre los escudos, las espadas ensangrentadas. Cuando brilla la espada fogosa, la cota, cosida bien tupida por las manos de las mujeres, se rasga de arriba a abajo; defensa inútil en lo sucesivo, buena para lanzar al mar.Los gavilanes de la mar se doblan y gimen bajo el peso de los muertos. Las espadas prontas a abrir heridas abaten a los héroes intrépidos; sobre las cabezas cantan las espadas relucientes; los cascos rotos ya no preservan de la muerte.Crece el fragor de la batalla. Se oye a lo lejos, en el mar y en tierra firme. Y he aquí que, ante el furor de los vikingos, en el huracán de dardos, entre los quejidos y el clamoreo, los hombres de Noruega retroceden.
Con la cólera y la desesperación en el corazón, el duque Haakon debe retroceder. Gana la playa y desembarca en la arena. Entonces, echa mano de un cuchillo afilado, hace venir a su hijo pequeño, Erling, un hermoso niño, y lo degüella, lo sacrifica a los dioses, invocando la victoria. No obstante, Bue el temible ha roto la línea enemiga. Su nave vuela a través de las filas. Hace un gran trabajo para los cuervos, y el canto de las espadas ahoga el rumor del mar.Y de repente, del norte, acude contra los vikingos la tempestad. Un tremendo temporal se abate sobre los guerreros de Dinamarca. El pedrisco crepita sobre los cascos; las nubes dejan caer piedras de hielo; el viento ciega a los héroes. Las heridas se abren, la sangre mana.
Cada pedrisco es tan grande como una moneda, y cada pedrisco le da a un hombre. La sangre roja se derrama por el mar, pero el agua del cielo borra pronto sus huellas. Con la lluvia se mezclan flechas y azagayas, y, de pronto, los nubarrones se animan: en la bruma, galopa y carga el ejército de las valquirias.¡Noruega, Noruega, un nuevo ardor te posee! ¡Lanza adelante, oh duque, la nave en que ondea tu bandera!En la proa de esta nave hay una mujer de pie. Los vikingos, llenos de espanto, lo han visto. Ella extiende los brazos; sus ojos lanzan llamas maravillosas; de sus dedos salen flechas, numerosas como las gotas de lluvia. Abte la horrible hechicera, caen los más nobles guerreros; nada puede salvarlos de la muerte. Nunca tan dura prueba ha sorprendido a unos héroes; nunca tan gran desorden ha turbado el inmenso mar.El miedo habla con su voz funesta a los oídos del duque Sigvald: «¡Saca a tus naves de la batalla, iza la vela, coge el timón! ¡Allá abajo donde está la tierra de Dinamarca, una esposa amada espera tu regreso!».
Las velas suben a lo alto de los mástiles, la ola impulsa a los barcos, en el viento hincha sus alas blancas, y hacía el horizonte huye Sigvald el cobarde.Pero Bue y Bagn no han huído. ¡Que se alejen hacia Dinamarca los barcos traidores! ¡Que otros, privados de guerreros, se dispersen a la ventura! en el de Bue y en el de Vagn permanecen los hombres valientes. El que los aborda es repelido con violencia, el que los ataca es precipitado al agua profunda.
Pero Bue, el héroe fornido, es golpeado duramente; su nasal está destrozado, sus labios, cortados, sus mejillas, rajadas, su mentón, roto. Pero el enemigo no lo capturará- En el fondo de la nave hay dos cofres llenos de tesoros. Bue se apodera de ellos y se arroja al mar, que traga al valiente.Vagn ha combatido como el águila; bajo su espada ha sometido a los más fuertes, a los más audaces. Ha dado a las aves de rapiña una abundante cantidad de alimento. Pero el número lo abruma, la fatiga lo aplasta; sus heridas le escuecen, su sangre le quema como el fuego. Con treinta de los suyos, es capturado por los noruegos.
Los vencedores ganaron la costa con sus prisioneros. Ataron a éstos unos con otros con una larga cadena y los encerraron bajo la vigilancia de esclavos. Luego, los noruegos encendieron fuegos, sacrificaron reses y prepararon un festín en el que pasaron el tiempo hasta el anochecer. Cuando estuvieron saciados, fueron a ver a los prisioneros, y el duque Haakon dijo feliz;— Señores, he decidido, para regocijaros después de la bebida, que todos estos vikingos sean decapitados antes de la noche; y he decidido también que el mas digno y mas glorioso de nosotros, Thorkel Lera, el primer guerrero de este país, lleve a cabo esta mueva proeza.— Ella no me asusta nada — Dijo Thorkel Lera —, y que pierda vuestra estima, señores, si me hago culpable de blandura. Acomodaos y ved actuar a la espada de Thorkel Lera.
Desataron a algunos de los vikingos mas heridos, y tres de ellos fueron arrastrados ante él. Los esclavos, ocupados hasta entonces en vigilarlos, les tiraron de los cabellos hacia atrás para que el cuello quedase bien al descubierto. Thorkel levantó su espada e hizo caer las tres cabezas una detrás de otra. Luego volviéndose hacia el duque, dijo orgullosamente:— Una vieja leyenda pretende que no pueden cortarse tres cabezas seguidas sin demudarse. ¿Es eso cierto, duque Haakon?El duque contestó:— Tu rostro no se ha demudado, Thorkel, durante la tarea, pero has palidecido, me parece, antes de empezarla.
Hicieron avanzar a un cuarto vikingo, que sufría también graves heridas y apenas podía moverse. Thorkel lo miró de hito en hito y le dijo:—Hete aquí buen cerca de la muerte, amigo mio. ¿Qué piensas de ello?
El vikingo respondió tranquilamente:—Pienso que esto mismo le llegó a mi padre, a mi abuelo y a todos mis antepasados, y que preciso es que me llegue a mi también. Los esclavos le hicieron arrodillarse, tiraron hacia sí de sus cabellos, y Thorkel lo mató.Trajeron al quinto vikingo. Thorkel Lera le preguntó:—¿No encuentras desagradable morir?El hombre dijo:—Sabe que las leyes de Iomosborg no enseñan ni el miedo ni el lamento. El mismo se inclinó y presentó el cuello a la espada.Con la sexta víctima, Thorkel repitió su pregunta y recibió esta respuesta:—Es preferible morir honrosamente como yo que vivir vergonzosamente como aquel que hace oficio de verdugo. El séptimo vikingo se acercó. Tenía en la mano un chuchillo que no habían podido arrebatarle.
Cuando Thorkel le hubo preguntado contestó:— Estoy contento de morir de este modo y sólo deseo una cosa, que tu golpe sea rápido y certero. En Iomosborg, hemos discutido muchas veces sobre si un hombre al que decapitan conserva algo de conocimiento en el instante que sigue a la caída de su cabeza. Quiero hacer esta experiencia con este cuchillo, y te ruego que me observes con atención cuando me hayas cortado la cabeza; si conservo algo de conocimiento, agitaré mi cuchillo; sin o, mis dedos lo dejarán escapar.Thorkel se lo prometió y le asestó un golpe rápido como el rayo. El vikingo cayó rodando al suelo y el cuchillo le saltó de la mano.
El octavo vikingo, hombre de aspecto feroz, con ojos encendidos, le respondió:—Moriré sin queja, como todos los vikingos de Ioms, pero no quiero ser tratado como un cordero. Permíteme sentarme; entonces, me golpearás en pleno rostro y observarás bien si cambio de expresión, pues éste es también un problema sobre el que no nos ponemos de acuerdo.Se hizo lo que él deseeaba, y Thorkel le golpeó con su espada en pleno rostro. Las facciones del vikingo permanecieron inmíviles, excepto los párpados, que se cerraron cuando la muerte los tocó.A continuación, los esclavos empujaron hacia adelante a un muchacho que tenía una magnífica cabellera rubia y sedosa.—No sientes mucho dejarnos tan pronto? — le preguntó Thorkel Lera.—¿Porqué habría de sentirlo? — respondió—.Lo mejor de mi vida ya ha pasado, y acabo de ver morir a tan grandes guerreros, que me sonrojo al pensar que yo pueda sobrevivirles. No obstante, me repugna ser arrastrado a la muerte por unos esclavos. Exigo que un hombre libre ture de mis cabellos, y que ponga cuidado en que la sangre que saltará no los manche.Un noruego se acercó y agarró la cabellera del adolescente. Tuvo que enroscarla varias veces en torno de sus muñecas, de tan largos y finos como eran sus rizos; luego, tiró violentamente. Thorkel hizo oscilar su espada, pero, en el preciso instante en que el arma caía, el vikingo hizo un movimiento hacia atras con la cabeza, de manera que el golpe alcanzó al que sostenía los cabellos y le cortó limpiamente los brazos a la altura del codo. El muchacho se puso en pie de un salto y exclamó echándose a reir.—¿Quién de vosotros, señores, ha olvidado sus manos entre mis cabellos?El duque Haakon dijo a los de su corte:—Verdaderamente, éstos son unos temibles adversarios; no conozco nada que esté a la altura de su valor y su astucia. Y, dirigiéndose a Thorkel Lera, añadió;—Apresurate a matar a todos los que todavía viven; sino, las cosas pueden tomar un mal cariz.
Entonces, su hijo, el duque Erik, que estaba a su lado, le hizo señas a Thorkel Lera de que esperase y dijo:—Dudo de que haya de terminar esta tarea. Su audacia y su genio me llenan, no de espanto, sino de admiración. Sería mas prudente ganarnos a estos valientes que exterminarlos como malhechores. Informémonos, por lo menos, de su ascendencia; la mayoría de ellos no pueden ser de raza vil.Y preguntó al joven vikingo cómo se llamaba.—Me llamo Svend, soy hijo de Bue el corpulento y de nobleza danesa.—¿Qué edad tienes?—Cumpliría dieciocho años el próximo invierno si viviera hasta entonces.—Vivirás; me comprometo a ello.Y le hizo entrar en su séquito. El duque Haakon frunció el ceño. Una cólera sorda le llenaba el pecho, pero la contenía, pues temía a Erik, que era querido en Noruega y resistía mal la autoridad paterna.—¡Sea! —dijo—, éste te pertenece. Y ahora, ¡que Thorkel Lera acabe de una vez!
Erik intervino de nuevo:—Todavía no. Quiero conversar con estos hombres y decidir sobre la suerte de cada uno de ellos. El duque Haakon guardó silencio. Trajeron a otro prisionero, que era alto, bello y de aspecto vigoroso. Thorkel le dijo: — Y tu vikingo, ¿no echas de menos alguna cosa, ahora que vas a morir?—Nada, dijo el hombre, salvo no haber podido cumplir antes una promesa solemne que hice.El duque Erik preguntó:—¿Cómo te llamas y cuál es la promesa?El vikingo respondió:—Soy Vagn, hijo de Aage y nieto de Palnatoke, el fionés.—¿Y tu promesa?—Me comprometí, su desembarcaba en el suelo de Noruega, a matar a Thorkel Lera, después de haberme acostado, contra su voluntad y la de los suyos, en la cama de Ingeborg, su hija, que es la doncella mas seductora del Norte. Y afirmo, señores, que moriré apesadumbrado, que habré malogrado mi vida, si no puedo cumplir mi promesa.
Al oir estas palabras, Thorkel Lera exclamó:—¡Ya te lo impediré yo!Se arrojó sobre Vagn, con la espada al puño. Pero su enemigo, rápido como el rayo, evitó el choque. Thorkel golpeó el aire y, arrastrado por el peso del arma, cayó pesadamente, perdiendo su espada. Vagn se apoderó de ella y, antes de que nadie pudiese detenerlo, dio con ella un golpe terrible en la nuca de Thorkel, diciendo:—Por lo menos habré cumplido la mitad de mi promesa y moriré contento a medias.El duque Haakon se levantó, presa de una extrema agitación, y acuciaba a sus hombres a matar a Vagn. Pero el duque Erik se precipitó delante de los noruegos y les dijo:—Si me es permitido levantar aquí la voz, os juro que antes pasareis por mi cadáver que tocareis a este vikingo.
El duque Haakon palideció. Vio a su hijo sereno y decidido; vio a sus fieles, vacilantes, bajar sus lanzas y retroceder; y extendió su mano en signo de paz.—No nos pelearemos por tan poca cosa, hijo mío —dijo—; que se haga tu voluntad, ya que eres tú, ahora, quien habla como dueño y señor.—Señor —respondió Erik—, algún día me daréis la razón por haberos conservado la vida de este hombre. Por lo que se refiere a Thorkel Lera, no os sorprendáis de su fin repentino. Vos mismo, padre mío, lo habéis anunciado hace un momento al decirle: «Has palidecido al comenzar tu tarea». Y nadie ignora que la palidez de la frente de aquel que va a dar muerte a otros es el presagio cierto de una muerte próxima.El ejército noruego levantó pronto el campo para volver a sus ciudades. Vagn se sentó junto al duque Erik. Cabalgó hasta el anochecer hasta que llegaron a la villa de Vigen. Y aquella noche, se acostó en la cama de Ingeborg, la virgen mas bella del Norte, y permaneció junto a ella todo el invierno".


Leyenda de la Mitología Nórdica

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